Casa manifiesto
El primer manifiesto en México se escribió en 1921. Anuncios, carteles y publicaciones como Irradiador e Urbe consumaron la vanguardia [...]
13 mayo, 2013
por Juan José Kochen | Twitter: kochenjj
La ciudad puede leerse desde distintos ángulos, desde distintos momentos y desde distintos personajes. En 1920, un grupo de jóvenes poetas y artistas gráficos emprendieron la construcción de Estridentópolis, una ciudad literaria vanguardista, erigida con manifiestos, relatos, artículos, entrevistas, libros, revistas y metáforas que tuvieron como escenario la ciudad y sus posibles formas imaginarias. Del 3 de mayo al 4 de agosto en el Museo Nacional (Munal) se exhiben más de 100 piezas de esta vanguardia, entre ellos, Agustín Jiménez, Alfredo Zalce, Agustín Lazo, Carlos Mérida, Amado de la Cueva, Carlos Orozco Romero, David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Fermín Revueltas, Francisco Eppens, Frida Kahlo, Gabriel Fernández Ledezma, Gerardo Murillo, Germán Cueto, Jorge González Camarena, José Chavéz Morado, Julio Prieto, Manuel Álvarez Bravo y Rufino Tamayo, entre otros.
La experiencia literaria y gráfica de este movimiento mostró una idea lúcida sobre la modernización urbana, justo en los años veinte, periodo en que nuevas colonias como la Hipódromo o la Chapultepec Heights comenzaban a figurar en el trazo urbanístico como paradigma de la idea de ciudad. Los estridentistas se expresaron en la capital del país, pero también en algunas ciudades de provincia como Puebla, Jalapa y Zacatecas. Ciudades en vías de urbanización que aún podían imaginar sus propios horizontes de asfalto. Esta expresión crítica e iconográfica de la urbe no sólo fue en cuanto a un concepto múltiple de su definición, sino que abarcó las distintos momentos y ámbitos del conocimiento para interpretar un espacio complejo que resulta transdisciplinario, ya que así la ciudad se vuelve más verosímil en su construcción, por lo menos en su ideología conceptual.
A partir de esto podemos decir que la ciudad se volvió un objeto para múltiples expresiones del espacio urbano, de representación artística, símbolo del poder, de construcción arquitectónica y urbanística, pero sobre todo, de invención literaria. Los estridentistas consideraron a la ciudad como superficie escrita y gráfica, extensión natural de su campo de actividad profesional. Con Urbe. Superpoema bolchevique en cinco cantos (1924), Manuel Maples Arce perfiló una ciudad estética y abstracta con sentido artístico, nostálgico y poético. Para 1929, esta edición fue editada en Nueva York por John Dos Passos (Manhattan Transfer, 1925), bajo el título de Metrópolis, lo cual dio pie a una incursión extemporánea del paisaje citadino de los grandes edificios. Ya desde 1921, con el texto del Manifiesto Actual Nº1 Comprimido Estridentista, Maples Arce manifestó las intenciones iconoclastas del estridentismo en ruptura con el movimiento de Los Contemporáneos, de donde saldrían Salvador Novo, como maestro y creador de un estilo para la crónica en su máxima expresión, y Carlos Monsiváis, con sus relatos cotidianos de una urbe caótica.
© Munal
El manifiesto, redactado en 14 partes, trazaba relaciones con otros movimientos de vanguardia europea como el futurismo italiano y el ultraísmo español. A su vez, exaltaba la belleza de la maquinaria y la industria y la urbanización moderna. El estridentismo irrumpía como un movimiento plástico y literario que buscaba totalizar la experiencia modernista y el nuevo ritmo de vida de las ciudades, ambos identificados como entes regidores de una nueva utopía con tintes revolucionarios. Años más tarde, con El café de nadie (1924), Maples Arce, como representante más importante de este movimiento, resumió la línea discursiva de los espacios urbanos para habitar la ciudad a través de este pensamiento estridentista como generador de nuevas realidades: “(El estridentismo) regresa a la mirada interior, a un ámbito tangencial de la ciudad: el café. La heterotopía por excelencia del estridentismo, dimensión donde la actividad humana toda es rearticulada por la metáfora”. Los vínculos entre escritores, cronistas, pintores y músicos como parte de este colectivo estridentista se plasmaron en las calles, cuyos significados rebasaron las concepciones de lo que era y podía ser la metrópoli, a través de la invención creativa. En estos años, sin nostalgia alguna, la ciudad de la vanguardia abandonaba los materiales derivados de la naturaleza, a favor de productos industriales y prefabricados como el hierro, vidrio, hormigón y cable de acero: “Las posibilidades de evocar la idea de una ciudad moderna se multiplican en los años veinte. El denominador común es un término, ‘ciudad’; los significados, los conceptos fundamentales de ‘ciudad’, sin embargo, no se integran en una sola imagen. La ciudad no es una referente de todos esos discursos; la historia, literatura o arquitectura no se refieren a una misma ciudad, la ciudad es literalmente, el sujeto de los discursos y se constituye mediante ellos a la vez que los constituye”. Con base en esto, uno de los precursores de este movimiento artístico, Germán Cueto, proyectaba conjuntos aéreos, erizados de rascacielos, muy en la tónica del futurista italiano Antonio Sant’Eliá, como parte de una ensoñación urbana. El pensamiento estridentista se basó en un trabajo mental del arquitecto más allá de posibles proyecciones y las funciones que éstas desempeñan, más que a una idea concreta sobre la urbanización de nuevos espacios habitables. A partir de esta visión es que la arquitectura busca lo más alto de la ciudad, las líneas se disparan en busca de una verticalidad vertiginosa, en busca de una nueva configuración urbanística y morfológica en cuanto a lo construido: “Para nosotros, envueltos por el ruido desquiciantes de las ciudades, el estridentismo es apenas rumor lejano, imagen evanescente frente a las transformaciones brutales acumuladas por el presente. Habitar en la década del veinte en esas ciudades ascensionales, plagadas de antenas, ondas y vibraciones, exigió el desarrollo de una nueva sensibilidad que innovó los lenguajes expresivos, para capturar la fragmentación de la experiencia, la celeridad y simultaneidad del acontecer contemporáneo y las profundas dislocaciones de la esfera perceptiva”.
La estridentópolis figura como una ciudad de palabras y aliento moderno vislumbrada por artistas que buscaron un cambio de giro sobre los procesos constructivos, las posibilidades sobre el potencial de espacios simbólicos y del propio concepto de ciudad. Sus creadores se inspiraron en un movimiento artístico en ruptura con las convenciones establecidas de la sociedad. Podemos definir a la ciudad estridentista como una constructora de espacios donde la idea de posibilidad estaba latente, donde los personajes oscilan entre los espacios furtivos y el horizonte de nuevas perspectivas sociales. La lectura de estos motivos estridentistas obliga a una reflexión en torno al uso de las palabras como catalizador de las experiencias cotidianas, y sobre todo como material para proyectar la ciudad que habitamos desde sus orígenes arquitectónicos. La sobria museografía resalta la calidad de las obras reunidas en la muestra, el aporte de los textos incluidos, la narrativa desde distintas perspectivas artísticas afines, la inclusión de una biblioteca que compila y enriquece el discurso estridentista, así como el acercamiento al arte desde nociones urbanas cotidianas.
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