13 abril, 2014
por Arquine
*A propósito del Primer Congreso Arquine/Chile -26 y 27 de mayo- que se llevará a cabo en Santiago de Chile, publico una serie de notas que ilustran un panorama rico en arquitecturas y paisajes*
Latinoamérica reaparece en el mapa global de la arquitectura. Las crisis recientes que tambalearon las economías del planeta ayudaron a desviar la mirada hacía el subcontinente americano. Una atención que se difumina entre muchas ciudades que han sabido encauzar proyectos colectivos, como Curitiba, Medellín o Rosario, con proyectos de transformación urbana como parte de estrategias políticas y cívicas. Y otras, como Santiago de Chile, Bogotá o la ciudad de México donde se siguen concentrando buena parte de los proyectos más singulares.
En lo que va de siglo cabe destacar el caso chileno, que después de una constante existencia marginal, irrumpe con la arquitectura más interesante y original de todo el continente americano. Ésta se distingue de otras arquitecturas latinoamericanas por la contundencia propositiva de las últimas generaciones. Se identifica un corte generacional, fruto de una economía estable y una sólida estructura académica. Arquitectos como José Cruz, Germán del Sol, Mathías Klotz, Smijan Radic, Alejandro Aravena, Sebastian Irarrázaval, Assadi+Pulido o Pezo von Ellrichshausen, son algunas de las caras más destacadas de una realidad poliédrica y efervescente que a su vez son la punta de lanza de una sólida cultura arquitectónica más próxima al pragmatismo y a la eficacia funcional tardomoderna que a las piruetas formales de las estrellas de la arquitectura global de fines del siglo XX.
Un periodo que empieza con el pabellón chileno en la Exposición Universal de Sevilla 1992 como muestra de un país que salía a lucirse para dejar atrás los momentos precedentes –la dictadura, el posmodernismo- y mostrar con confianza sus propios potenciales. En estos veinte años la arquitectura chilena ha dado sus mejores frutos. Con el Pabellón de Sevilla José Cruz Ovalle y Germán del Sol emergieron con fuerza desde las formas orgánicas y el uso casi exclusivo de la madera consiguieron identificar un lugar. Fue el reconocimiento al objeto contundente y arcaico, de formas sinuosas y libres, en un momento en que la arquitectura internacional se orientaba hacía la abstracción prismática de objetos mudos y pieles camaleónicas. Cruz siguió investigando el potencial formal de la madera en su propia casa-estudio y otros tantos seguirían este camino. José Cruz Ovalle se consolidó como uno de los arquitectos más originales, desde la composición orgánica de sus edificios y la complejidad de sus recorridos fragmentados y piranesianos. Germán del Sol en cambio se interesó más por la contundencia de los conceptos que por la narrativa secuencial de las formas, desarrollando una arquitectura que dialoga con el arte y el territorio. Con algunos hoteles en tierras remotas inició una serie de objetos arquitectónicos que pueden leerse como piezas de land-art.
Pero sería a partir de una modesta caja de madera proyectada por Mathías Klotz que inició el camino de la generación más osada. Sus casas son cajas que responden a una idea contundente, sin fisuras, que no se tuercen ante las particularidades ni ante el detalle. Éstas se someten a la idea primigenia, platónica. Líneas limpias y precisas, volúmenes concisos que evitan los alardes de las intersecciones geométricas, sensualidad de un breve repertorio de materiales, detalles ausentes, espacio.[i] Sus cajas son apéndices de la topografía. Klotz concibe la arquitectura como parte y contraparte del paisaje. La relación con la naturaleza no es mimética, no hay referencias orgánicas. Al contrario. La abstracción del objeto sugiere la relación con el lugar. El artificio no altera el terreno, respeta e interpreta los gestos topográficos para definir la relación entre natural y artificial, y los puntos de contacto entre ambos. La exploración de los potenciales de las formas básicas así como la constante investigación de variantes, permite a Klotz conseguir máximos resultados a partir de gestos mínimos, proyectando con trazos fundacionales, con marcas en el territorio, en los límites entre natural y artificial, entre rural y tecnológico y entre contemporáneo y atemporal.
(…continuará…)
[i] Adriá, Miquel, Mathías Klotz: architetture e progetti, Electa Editrice, Milan 2005, p.18