30 septiembre, 2014
por Arquine
Cuantas menos razones tiene un hombre para enorgullecerse de sí mismo, más suele enorgullecerse de pertenecer a una nación”
Arthur SchopenhauerEl nacionalismo sólo permite afirmaciones y, toda doctrina que descarta la duda, la negación, es una forma de fanatismo y estupidez”.
Jorge Luis Borges
por Hugo Flores | hugofl.blogspot.mx | @Hugo_Flrs
La noción actual de Estado está conceptualmente referida a un modelo de organización social, económica y política aglutinada y dispuesta en un conjunto de instituciones, las cuales regulan la interacción social de determinado grupo. Ésta idea básica de Estado (tema de compleja y amplia extensión imposible aquí de exponer) acude a desarrollar o determinar infinidad de elementos soporte, los cuales resultan necesarios para la sustentación de las capacidades de regulación y operación de las instituciones de gobierno. Uno de estos elementos es el nacionalismo. Como componente ideológico, el nacionalismo constituye el referente identitario por el cual el Estado fomenta la ciudadanía, la identificación y unidad social y la salvaguarda de sus instituciones, componentes considerados escenciales para el funcionamiento y posteridad del mismo Estado. Dependiendo del contexto social, los intereses y orientaciones del Estado, la expresión de nacionalismo asume múltiples condiciones, matizadas o extremas. El chauvinismo representa una derivación extrema del nacionalismo. El término chauvinismo es un galicismo que describe un comportamiento patriótico fervoroso y fanático, exagerado por el país de origen. La enciclopedia británica lo define como “patriotismo irreflexivo y ridículo; exaltación desmesurada de lo nacional”. Equivale al “jingoism” ingles pero en ciertos contextos este último señala el fervor por el nacionalismo belicista, como lo sería el caso de Estados Unidos.
Dentro del ámbito de la retórica, el chauvinismo acude a una construcción de argumentos o razonamientos falaces que tienen como objeto persuadir o determinar la opinión y ánimo de específico grupo de personas, generando con ello una vinculación e identificación afectiva exacerbada y singular. El empleo del chauvinismo, históricamente hablando, ha sido común dentro de la esfera política. Igualmente es empleado extensivamente desde la esfera de la mercantilización. En los dos casos, el objetivo perseguido es el mismo, el de determinar y condicionar mecanismos de identificación que sustenten y faciliten el operar del gobierno y sus instituciones, así como las del mercado y sus lógicas. El chauvinismo tiene diversos grados y ámbitos. Partimos de la idea que éste constituye uno de los múltiples mecanismos -circulares y/o periódicos- del Estado en aras de difundir y homologar ideas o esquemas que facilitaran discursos, la creación de medios de identidad, y la manutención, legitimidad y aceptación del mismo funcionar del Estado.
Los discursos oficiales del Estado Mexicano, desde el siglo pasado, dirigidos a estimular la veta nacionalista han permeado en variados grados diversas disciplinas y ámbitos de la sociedad y cultura. La arquitectura naturalmente no escapa a esta impronta. Los primeros rastros e impactos posibles del nacionalismo y chauvinismo dentro de la arquitectura en México se ofrecen justamente al momento de enunciar una obra o un conjunto de obras como “arquitectura mexicana”. La “arquitectura mexicana” como categoría y argumento identitario nacionalista o chauvinista ha determinado también la naturaleza de la arquitectura como objeto de estudio y reflexión. En ese sentido la llamada teoría e historia de la arquitectura han asumido como válida la existencia de una arquitectura nacional, apoyando con ello la justificación y uso conceptual de la misma “arquitectura mexicana”. En una rápida revisión que en parte constata las anteriores líneas, los referentes historiográficos de la “arquitectura mexicana” no pueden acudir en otro sentido más que en señalar y tratar de explicar la naturaleza operativa de los mecanismos de representación y ofrecimiento de discursos desde obras de arquitectura. No lo hacen sobre el significado de los discursos ni tampoco sobre las orientaciones o intereses macro de estos, sus supuestos o impactos. Basta recordar esquemáticamente la secuencia oficial que estructura, problematiza e instaura ejes rectores de lo mexicano en arquitectura: Los pabellones en muestras internacionales en los primeros años del siglo pasado, el posterior triunfo de la revolución social y los requerimientos de las instituciones recién formadas (salud, educación, gobierno, etc.), la instauración de un estado modernizador asistencialista, el conflicto de la modernidad cosmopolita y la tradición, y un largo etc.
Acorde a la transformación neoliberal del Estado Mexicano de los últimos treinta años, la preponderancia y penetración del capital y el mercado se postulan como nuevos ejes articuladores del mismo Estado y, los nuevos discursos de identificación de lo nacional en consecuencia son otros. De esta manera los discursos identitarios nacionalistas o chauvinistas posibles desde la arquitectura no dependen exclusivamente de los intereses del Estado, están también determinados por el mercado. Así la llamada “arquitectura mexicana” además de transmitir algún tipo de mensaje del debilitado Estado mexicano actual, apertura la posibilidad de mercantilizarla. Las muestras de nacionalismo o chauvinismo dentro de la llamada “arquitectura mexicana”, más allá de sus funciones o utilidad para grupos de poder político o económico, son nocivas porque conceptualmente es imposible alcanzar representatividad desde la arquitectura, porque justamente estas categorías implican exclusión y simplificación social. Siendo México un país tan vasto, con tantas divergencias -o fracturas- sociales, tanto históricas como contemporáneas y que justamente pueda ser reducido a expresiones identitarias arbitrarias y compactas y, más aun, desde un puñado de referentes, de un reducido número obras de arquitectura resulta de facto tarea absurda. Por las características de la sociedad mexicana resultan innecesarios y hasta fraudulentos los ejercicios de formular identidad nacional desde o sobre arquitectos o específicas obras de arquitectura. Sin ser rigurosos, es perceptible que se trata de valores de diferente referencia y escala que no tienen la capacidad de construir la noción de una “arquitectura mexicana”. Lo que es posible, factible y hasta quizá necesario, es resaltar la existencia de una serie de prácticas, de contextos, de procesos y de problemáticas en arquitectura diferenciadas y complejas.
Intentar representar a una sociedad por medio de una obra de arquitectura o un conjunto de ellas, es tan absurdo y ridículo como tratar de significar obras de arquitectura con símbolos nacionales. Y si al final se trata de asignar valores identitarios, solo será posible por la vía de adjetivos.