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Catálogo de formas

Catálogo de formas

19 octubre, 2014
por Arquine

por Alejandro Hernández Gálvez | @otrootroblog

Se hace construir un refugio en la selva con extrañas estructuras de concreto que remedan el catálogo de formas vegetales del entorno, “formas fundiéndose con la vegetación, semejantes a plantas o animales, semejantes a fortalezas de civilizaciones inexistentes. Pero el Arquitecto no es Edward James, el excéntrico inglés que imaginó Xilitla, sino Juan O’Gorman, hijo, dice él mismo en su autobiografía, de “Cecilio o Cecil (como siempre se llamó) Crawford O’Gorman, oriundo de Irlanda y educado en Inglaterra,” heredero, también, de una familia de la aristocracia británica, y de Encarnación O’Gorman de O’Gorman. Catálogo de formas es la primera novela de Nicolás Cabral, escritor que nació en Córdoba, Argentina, pero que creció en Celaya, Guanajuato —mismo estado donde de niño, entre los cuatro y los siete años, vivió Juan O’Gorman—, que estudió arquitectura y que es editor de la revista La Tempestad. 

Juan O’Gorman es, sin duda, uno de los personajes más interesantes e intensos de la arquitectura y el arte del siglo pasado en México. De doble profesión: pintor y arquitecto, se suicidó por partida triple y se pintó multiplicado por cinco en su célebre autorretrato. Como en ese cuadro, la novela de Cabral dibuja al Arquitecto en distintas perspectivas, a varias voces. Los personajes, además del Arquitecto, son el Pintor y la Pintora, el Ruso, el Músico o el Albañil, además del Suizo y su libro que no es un libro sino el Libro. También habla un antiguo estudiante de arquitectura, el Autor, que cuenta cómo empieza la historia: en la universidad, cuando el profesor presenta la imagen de las casas del Pintor y la Pintora y menciona un tercer nombre, hasta entonces desconocido para el joven estudiante.

Con un estilo que parece seguir la máxima con la que el Arquitecto parafraseó al Suizo, mínimo gasto, máxima eficiencia, Catálogo de formas no es una novela sobre la arquitectura y ni siquiera sobre el Arquitecto, Juan O’Gorman, aunque su biografía se reconozca casi a cada página. O no sólo. Las formas que cataloga el relato son las distintas apariencias —¿o apariciones?— con las que se conforma un personaje, sus distintas caras —como las que pintó O’Gorman en su autorretrato. La visión caleidoscópica es la única capaz de retratar la vida y las ideas del Arquitecto —sea O’Gorman o el protagonista de Catálogo de formas y probablemente la de cualquier otro. No hay nada ni nadie debajo o detrás de esas capas y la contradicción no es sino un cambio de perspectiva.

Así, O’Gorman, el Arquitecto, tras abandonar su gruta de San Jerónimo, regresó en 1969 a vivir en la casa que construyó en 1932, como si se hubiera reconciliado con esa arquitectura, pura ingeniería de edificios, que abandonó a finales de los años treinta porque se le convirtió, dijo, en un Frankenstein. “Considero que esta casa es algo fea —escribió en las últimas páginas de su autobiografía—, pero cómoda y extremadamente funcional; podría compararse a las plantillas viejas, cómodas, feas, pero útiles.” Catálogo de formas termina donde empieza: en una selva oscura, sin necesidad de que el guía nos acompañe hasta el final del camino donde se adivina la promesa de una arquitectura que desde siempre ha sido ya una ruina.