Las palabras y las normas
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20 agosto, 2019
por Rosalba González Loyde | Twitter: LaManchaGris_
Unas manos ancianas intentan abrir un pequeño refrigerador, la mujer se agacha para mirar al interior del aparato. Sus movimientos son lentos, demora una eternidad en encorvarse, mientras una parte de su cuerpo lucha por mantener el equilibrio su mano izquierda presiona la espalda, como deteniendo el cuerpo para que no se desborde hacie el lado contrario al que mira. Con la mano libre saca un cartón de leche y lo posa sobre el refrigerador, mientras la otra sigue con su trabajo de detenedor de cuerpo. A pasos diminutos ella gira su cuerpo para encontrarse de frente con un también pequeñito comedor, vuelve a encovarse para tomar un banquito que está debajo de la mesa, lo arrastra y un rechinido sale de entre el piso y la pata sin goma del banco, pero ella ya no lo escucha. Mientras comienza el proceso para sentarse se acuerda de que el cartón de leche está sobre el refrigerador, aunque está a escasos centímetros sabe que la flexibilidad de su cuerpo se ha perdido y que deberá repetir los movimientos anteriores para poder tener un vaso de leche en su mano. Luego de algunos minutos logra sentarse en el banco y tener en una mano el vaso y con la otra mirar la pantalla de su celular que está posado sobre un soporte de plástico; su cuerpo encorvado parece salirse del asiento, pero ella parece acostumbrada. Desde su punto de vista logra mirar todo su hogar, hay varias cajas de cosas que hace décadas no mira y se apilan en los rincones y debajo de muebles. Su casa, comprada en la década de los veinte del nuevo milenio, ofrecía cercanía a lugares de trabajo, de transporte y era una oportunidad para conocer gente. Ella hace semanas que no sale de su departamento de 30 metros cuadrados. Su pareja, una mujer unos pocos años menor que ella vive también ahí y es la única que aún trabaja. Las dos millennials compraron una casa que hoy no les sirve más, pero tampoco tienen la oportunidad de costear otro espacio.
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Cuando pensamos en el futuro hoy, las casas de Black Mirror donde la tecnología inunda espacios y cuerpos sanitizados están presentes. Sin embargo, si bien el futuro presentado en esta serie es distópico, el escenario tendencial en nuestro país se ve mucho menos pulcro y más dramático para quienes hoy son adultos. Las tendencias poblacionales se están revirtiendo en varios países del mundo, la generación que hoy es predominante en varios países de América Latina (los millennials) demuestran una baja en las tasas de natalidad, lo que implica que en algunas décadas la población mayoritaria será anciana. Si metemos a la mezcla las condiciones de precariedad laboral con la que se ha instaurado esta generación y la falta de acceso a vivienda es probable que tengamos escenarios como el arriba descrito.
Los debates académicos —de medios de Comunicación e incluso de tuiteros— que se han desatado las últimas semanas describen el fenómeno actual sobre el déficit habitacional de vivienda. Las propuestas son diversas: desde su estructura hasta las formas de financiamiento y participación de entes públicos y privados, en el caso de la Ciudad de México parece haber cierto interés en recoger las inquietudes y perfilar políticas públicas que puedan aminorar el problema de rezago habitacional que tenemos.
Pero ese debate que hemos visto está desprovisto de algo: miradas a largo plazo. Asumimos la pérdida de metros cuadrados por un tema de recursos, pero tampoco hemos sido críticos para reconocer que esas propuestas no permiten visualizarnos de forma distinta en las próximas décadas. Es decir, no hay un planteamiento que reconozca que la vivienda que estamos pensando y modelando física y conceptualmente hoy sea funcional en el futuro o siquiera pueda adaptarse a él, espacial y conceptualmente.
Para abonar a esto, existe un discurso “pro millennial” que trabaja por maquillar la precariedad y las condiciones inestables de esta generación como algo positivo, desde el sé tu propio jefe (aunque sin seguridad social, ni estabilidad laboral) hasta el vive cerca de tu trabajo (no importa la condición de tu vivienda). El mercado ha intentado suavizar las condiciones actuales para moldearlas hacia estrategias de consumo.
Los departamentos tipo estudio que se compren hoy en zonas centrales de nuestras ciudades, ¿tendrán el mismo uso en 50 años? ¿Los habitantes permanecerán o serán desplazados por nuevos y más jóvenes habitantes? ¿Habrá suficientes jóvenes? ¿Vivirán de la misma forma que lo hacemos hoy? ¿Qué sucederá con la demanda habitacional? ¿Las políticas de vivienda permitirán un acceso justo a la ciudad en el futuro?
Quizá si comenzamos a plantearnos las preguntas correctas hoy, mañana podamos vivir una vejez digna y las siguientes generaciones tendrán mejores condiciones habitacionales.
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