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Cápsulas: de la torre al museo

Cápsulas: de la torre al museo

22 julio, 2021
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

La cápsula es arquitectura cyborg. Hombre, máquina y espacio construyen un nuevo cuerpo orgánico que transciende la confrontación. En tanto un ser humano equipado con un órgano interno hecho por el hombre se vuelve una especie que no es ni máquina ni humana, así la cápsula trasciende al hombre y al equipamiento. La arquitectura de ahora en adelante tomará cada vez más el papel de equipamiento. Este nuevo elaborado artefacto no es una instalación, como una herramienta, sino una parte a integrarse en el patron de vida y tiene, en sí mismo, una existencia objetiva.

Eso lo escribió Kisho Kurokawa en un artículo aparecido originalmente en la revista SD (Space Design) en marzo de 1969. El mismo Kurokawa escribió después: “En este artículo tomé una posición iconoclasta para penetrar en el orden existente, romper la arquitectura en unidades individuales y entonces buscar establecer un nuevo orden.” Una cápsula, según la define en ese texto, es “una habitación para el Homo movens.” El Homo movens es una partícula autónoma, un individuo suelto, separado del resto de la sociedad a la que sólo se conecta cuando es necesario. El Homo movens es un automóvil, y el automóvil es el prototipo de su espacio. Por eso las cápsulas que imagina Kurokawa tienen esa misma lógica: autónomas, completamente equipado o, más bien, es equipamiento móvil. La cápsula arquitectónica es un móvil estacionado, cuyo objetivo es “instituir un sistema de familia totalmente nuevo, centrado en los individuos.”

La Torre de cápsulas Nakagin —construida en 1972, el mismo año en que Charles Jenkcs decretó la muerte oficial del Movimiento Moderno en arquitectura—, no fue concebida como un bloque de apartamentos, sino como “habitaciones de una sola recámara para hombres de negocios que vivían en los suburbios”: un alojamiento para la semana. Localizada en el distrito Ginza de Tokio, la Torre Nakagin está formada por dos elementos estructurales de acero y concreto armado, uno de 11 y otro de 13 pisos de altura, alojan elevadores, escaleras y tuberías para conexiones eléctricas e hidráulico-sanitarias. De esos elementos cuelgan 140 cápsulas con cuatro variantes. Kurokawa explicó varias veces que lo importante del Metabolismo en arquitectura era entenderlo como sistemas de ciclos: “En la Torre de cápsulas Nakagin, todo el sistema de tuberías está expuesto en el corazón del edificio para que, junto con el equipo mecánico, puedan remplazarse en el ciclo corto, al reciclar sistemas, para que la estructura entera pueda vivir más tiempo.” Lo cierto es que, dentro de un sistema de consumo y desecho tan rápidos como los avances tecnológicos, a la larga resulta menos costoso, como con los automóviles, remplazar la unidad entera que parte por parte. Y como la cantidad total de cápsulas no amerita una producción en serie, la Torre Nakagin a terminado por padecer un rápido abandono.

En una nota recientemente aparecida en el sitio de la revista Surface, Ryan Waddoups escribe:

El destino de la torre parece sellado. A pesar de los esfuerzos por encontrar un comprador que financiara su restauración, los dueños del edificio han decidido desmantelar la torre para dejar lugar a un nuevo desarrollo. “El envejecimiento ha sido un tema mayor en los últimos años,” dice Tatsuyuki Maeda, propietario de 15 cápsulas. “Buscaba un desarrollador que mantuviera el edificio de pie mientras lo reparaba. Pensamos que es difícil para la asociación que lo administra tomar medidas contra su envejecimiento.”

Según Waddoups, los actuales propietarios buscan fondear colectivamente la renovación de las cápsulas para poderlas donar a museos o colocarlas en otras partes de Tokio y que sean utilizadas para estancias cortas. Como la sección de tres pisos de altura del conjunto Robin Hood Gardens, diseñado por Peter y Alison Smithson y terminado también en 1972, comprado por el museo Victoria and Albert de Londres para su resguardo y exhibición, no faltará quien piense que estos restos de obras arquitectónicas atesorados en museos son ejemplo de que, a veces, los sueños de la razón producen, si no monstruos, algo muy distinto a lo planeado por quienes pensaron su arquitectura, o que estos restos serán muestra del poder del mercado —inmobiliario en este caso— sobre la arquitectura o que Charles Jencks tenía razón y estos son sólo dos casos de una forma de entender la arquitectura y la vivienda y la ciudad que, por las fechas, nació después de muerta.

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