Entre la brisa y la calma: un comentario sobre ‘El pesar del viento’
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16 noviembre, 2017
por Oscar Aceves Álvarez
Ya la XIX Bienal de Arquitectura y Urbanismo de Chile, realizada en 2015, había marcado un hito, realizarse por primera vez en 38 años de historia fuera de Santiago. Ahora, en 2017, no sólo se mantuvo la sede de la recién clausurada bienal en el Parque Cultural de Valparaíso (PCV), por primera vez la curaduría de la misma no quedaría a cargo una sola persona sino en un equipo de co-curadores: Felipe Vera, Rodrigo Tisi, Pola Mora, Jeanette Sordi, José Mayoral, Miguel Cancino, Claudio Magrini, Pablo Navarrete y René Reyes fueron los encargados del montaje de Diálogos Impostergables: XX Bienal de Arquitectura y Urbanismo de Chile 2017.
“La población mundial supera los 7 mil millones y medio de personas. Alrededor de 3 mil millones y medio viven en ciudades y cerca de un billón vive bajo el umbral de la pobreza (…) Para una disciplina inconsciente e indulgente –obsesionada con el diseño de segundas casas y edificios publicables en papel couché– estos datos pueden parecer irrelevantes. Sin embargo, para una disciplina consciente del poder que la arquitectura y el diseño urbano tienen para fomentar la pobreza, aumentar la desigualdad y materializar las divisiones sociales, esta información no puede sino movernos el piso y llamar la atención (…) Queremos darle visibilidad a proyectos que redefinen las reglas del juego, articulando un dialogo transversal. (…) El gran desafío es dialogar efectivamente con quienes, hasta ahora, han residido al margen y han permanecido históricamente marginados del discurso de la arquitectura y la ciudad, dando así paso a un diálogo pluralista…”
Este extracto de la presentación de la bienal, a cargo de Felipe Vera, es bastante elocuente en la intención explicita de la curaduría por dirigir la atención hacia las gestiones, políticas o estrategias, más que en aquellas obras que conforman la llamada “arquitectura chilena”. Es así como el equipo estipuló siete ejes temáticos de diálogos impostergables: la identidad, lo común, la participación, la integración, la vulnerabilidad, los recursos y el futuro, los cuales articularon el calendario de la bienal, dedicándole a cada uno un día completo de actividades organizado por uno de los co-curadores. Así, el Auditorio del PCV, en su nivel inferior, se convirtió durante cada día en un “ágora” improvisada –con asientos de bloques de paja compactada– en el cual invitados como Supersudaca, Cristián Undurraga, Miguel Lawner, Loreto Lyon, Elisa Silva, Alejandro Echeverri, David Gouverneur, Alexandros Tsamis, Ciudad Emergente, Pedro Henrique de Cristo, Barclay & Crousse, Gabinete de Arquitectura, entre muchos otros, propiciaron debate, crítica y reflexión sobre cada tema impostergable, tanto entre los mismos expositores como con el público asistente.
En el pasillo superior de auditorio se encontraban –de manera un poco apretada– la Muestra general, con las propuestas seleccionadas en la convocatoria realizada por la bienal meses atrás y en la cual se invitaba a profesionales, activistas, académicos e, incluso, funcionarios públicos a presentar experiencias o proyectos en los cuales se hiciera presente alguno de los temas impostergables establecidos. Dentro de los ganadores, destacaron, en el sector academia, el proyecto Mapocho42K, de Sandra Iturriaga y equipo, y, en el sector profesionales, la propuesta La arquitectura es un derecho humano, de Arquitectura Emergencia y Derechos Humanos (EA-HR).
Complementando esta serie de presentaciones en las demás salas del complejo, se montaron las exposiciones fijas, que contaron con un despliegue inédito de contenido audiovisual –al menos en las bienales realizadas hasta este momento en el país austral. Es así como todas las salas estaban equipadas con gran variedad de televisores, pantallas LED y proyectores que reproducían continuamente el resultado de diversas investigaciones tanto internacionales como locales, como, por ejemplo, EXIT, de Diler Scofido + Renfro; Intimate strangers, de Office for Political Innovation–Andrés Jaque, Estudio sobre la Felicidad, de Alfredo Jaar; Somos Choapa, de ELEMENTAL, o Border City, de FR-EE, entre otras. Sin embargo, quizás la exposición que más resaltó fue la del reciente Premio Nacional de Arquitectura 2016, el chilote Edward Rojas, cuyo montaje prescindía de todo este despliegue tecnológico y se centraba en la presentación de una serie de maquetas en madera realizadas con alto grado de detalle sobre parte de su obra, ligada principalmente a la recuperación de iglesias en el archipiélago de Chiloé.
Pero si el cambio en la agenda y el montaje no habían sido ya suficientemente revolucionarios, la guinda del pastel fue la decisión de prescindir de la Muestra Nacional, sustituida por la Muestra General, es decir, de la presentación de las obras y proyectos más relevantes realizados a lo largo del territorio nacional durante los últimos años –exposición que por lo general es la que acaparaba más espacio en los montajes de bienales pasadas. A pesar de que dentro de las propuestas seleccionadas para cada eje temático se contaba con algunos proyectos y obras construidas, la ausencia de la Muestra Nacional en conjunto con una agenda centrada en presentaciones, foros y discusiones generó la sensación de que la obra arquitectónica no sólo había sido desplazada de la bienal, sino que aquellos diálogos posibles sobre aspectos “estéticos” de la arquitectura reciente en Chile eran, simplemente, postergables.
Esto generó inmediatamente que un sector de la disciplina, cuyo trabajo está centrado principalmente en la exploración de aspectos, formales, espaciales o tectónicos de las obras, se sintiera excluido de la discusión. A la vez, otro sector, conformado por grupos o colectivos de arquitectura, cuya práctica está centrada en el reconocimiento de nuevas dinámicas urbanas o en intervenciones de urbanismo táctico, y que hasta el momento estaban excluidos de la discusión, se sintió reconocido dentro de una instancia única hasta el momento para poder poner sobre la mesa investigaciones sobre temas transversales a la práctica reciente de arquitectura en Chile.
Si se ve la escena de cerca, es irrefutable que la propuesta curatorial tuvo la intención de explotar al máximo el carácter de instancia de discusión que supone la figura de bienal, apoyado en un amplio despliegue audiovisual y prescindiendo prácticamente de las obras como reflejo del contexto arquitectónico de los últimos años. Sin embargo, al hacer el ejercicio de ampliar la mirada y ver el contexto de cuatro décadas ininterrumpidas de bienales en Chile en las que la obra construida ha sido la principal protagonista, la balanza no sólo tiende a equilibrarse, sino que incluso se reconoce que aún hay muchos más temas sobre los cuales la disciplina local aún debe discutir.
Justamente, éste es tanto el potencial como el riego que supone la labor curatorial: la selección deja algo afuera con la intención de poner la atención en otra cosa –en este caso impostergable–, que tiene la capacidad de evidenciar las particularidades del todo y propiciar el debate. En este sentido, ya sea a favor o en contra, la XX Bienal de Arquitectura y Urbanismo de Chile 2017 logró el objetivo de convertirse en una instancia de crítica y reflexión, tanto en las actividades programadas, los eventos complementarios –que fueron bastantes– como entre los mismos asistentes.
Frente a esta coyuntura inédita generada, no sólo queda la incertidumbre del impacto que pueda tener toda la discusión generada en de los espacios más vulnerables y necesitados de la sociedad chilena en los próximos años, sino también la duda sobre si en la próxima convocatoria curatorial el jurado se decantará por una propuesta igual o más radical que la reciente, o, por el contrario, volverá a su zona de confort.
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