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Cali de película: ciudad, cine y pornomiseria

Cali de película: ciudad, cine y pornomiseria

20 marzo, 2015
por Pablo Martínez Zárate | Instagram: pablosforo

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En 1971 Santiago de Cali, capital del departamento de Valle de Cauca y la tercera ciudad más poblada de Colombia, fue la sede de los VI Juegos Panamericanos. Para entonces, Cali llevaba el epíteto de la Capital Deportiva de América en gran medida por su Estadio Olímpico Pascual Guerrero, pero la infraestructura no era suficiente para recibir a los comités olímpicos de las 32 naciones participantes. Como es costumbre en los grandes eventos deportivos, además de un crecimiento infraestructural, hubo una campaña propagandística descomunal a fin de posicionar el evento.

Como parte de la maquinaria propagandística estaban por supuesto las cámaras de cine. Pero no todas formaban parte del cine oficial: Carlos Mayolo y Luis Ospina recorrían la fiesta deportiva para, además de cuestionar precisa e incisivamente “¿Qué significa cine oficial?”, montar un retrato de los extremos propios de esta justa deportiva. Por un lado, el entusiasmo de un evento como los Panamericanos, sintetizado en las secuencias iniciales de muchachas locales derritiéndose frente a los deportistas extranjeros. Por otro lado, las comunidades invisibles que padecieron del impacto negativo de una infraestructura excluyente. El resultado: Oiga vea!, un cortometraje documental dual, que recorre estos extremos haciendo explícita la opresión silente del falso desarrollo promovido por la administración de los juegos.

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En esta cinta vemos ya una crítica contra lo que seis años después Mayolo y Ospina nombrarían como “pornomiseria”: la explotación mercantilista de la miseria ajena por medio del cine o, en general, de los medios de comunicación. Con motivo de la presentación de su película “Agarrando pueblo” (1977) en París, los realizadores escribieron un texto titulado “¿Qué es la pornomiseria?”:

“Si la miseria le había servido al cine independiente como elemento de denuncia y análisis, el afán mercantilista la convirtió en válvula de escape del sistema mismo que la generó. Este afán de lucro no permitía un método que descubriera nuevas premisas para el análisis de la pobreza sino que, al contrario, creó esquemas demagógicos hasta convertirse en un género que podríamos llamar cine miserabilista o pornomiseria.”

Y lo vemos transparente como el caño donde estuvo la cámara de Mayolo y Ospina años antes de Agarrando pueblo, el año de los Juegos Panamericanos, cuando en la segunda parte de Oiga, vea! la lente deja los complejos deportivos para acercarse a los cinturones de miseria desde los cuales las edificaciones modernas se yerguen al fondo como un presagio del desastre. El mismo caño que viene destapado, como dice uno de los testigos locales de los barrios bajos de Cali, desde el hipódromo hasta desembocar en el Cauca.

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“El canal de la muerte lo hemos bautizado”, dice otro de los habitantes de las colonias marginales de Cali a Mayolo y Ospina. Y otro más: “todo eso nos inunda. Y creen que con limosnas van a solucionar el problema.”

Así la pornomiseria trasciende los discursos mediáticos para permear los planes populistas frecuentes en el desarrollo urbano latinoamericano. El desinterés por la comunidad de la que uno forma parte. Y como la pornomiseria pretende “limpiar las conciencias”, también “las limosnas” buscan limpiar la negligencia e incompetencia de los responsables del presupuesto destinado al desarrollo social (desde la educación, la salud, la infraestructura, etcétera). En este caso, un Santiago de Cali tajado por el desarrollo se convierte también en una premonición del desastre más allá de las fronteras colombianas: México y Brasil como ejemplos más claros.

Mayolo y Ospina, con otras obras como Cali de película o Carne de mi carne, formaron parte de un impulso artístico que desde Santiago de Cali buscó revelar técnicas propias del contexto, que no dependieran de la importación de modelos de producción ni narrativos. Autonomía sintetizada en el término “Caliwood”, término que no solamente a los narradores y profesionales de la comunicación habrá de servirles de inspiración, sino también a los que diseñan las ciudades. Las películas citadas en este texto están disponibles en línea (comenzando por YouTube).

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