Carme Pinós. Escenarios para la vida
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9 abril, 2015
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
Las bibliotecas son grises, y grises son también los libros que se escriben en ellas: todo está sobrecargado de citas, de referencias, de notas al pie de página, de prudencia explicativa y de refutación sin fin. […] En ellas el aire está lleno de miasmas. […] Las bibliotecas son siempre demasiado oscuras. La acumulación, el amontonamiento, la yuxtaposición indefinida de volúmenes. Todo converge para impedir que entre la luz del día.
–Frédéric Gros. Andar una filosofía
Escribir un libro –o un texto– seguramente no sea tan diferente de la realización de un proyecto de arquitectura. Enfrentados al espacio blanco de la hoja, escritor y arquitecto, encaran tradicionalmente el terror consecuencia de un bloqueo creativo, esto es, la imposibilidad del desarrollo de una idea. Y es que existe –en la arquitectura al menos– una especie de mito del creador iluminado, capaz de con un gesto resolver, desde su estudio, un edificio o trozo de ciudad.
Frente al encierro, el escritor y filósofo Frédéric Gros expone en su libro Andar, una filosofía, la necesidad de salir y empaparse del paisaje y el aire (puro) del exterior que permita tanto una renovación de las ideas como empaparse del contexto que nos rodea. Para Gros el conocimiento no se encuentra en la biblioteca, aunque está pueda ser importante, sino fuera de nuestro entorno de trabajo cotidiano –ahí donde no entra la luz del día.
Pero acabado el paseo, siempre toca volver, cargado de nuevos pensamientos al estudio. Ese lugar propio de trabajo donde, desde nuestra propia idea de comodidad y, de algún modo, protegidos del mundo, establecer nuestra propia visión de él. De esta visión quizás sea Virginia Woolf la figura histórica más reivindicativa. En su libro Un cuarto propio, Woolf avanza nociones feministas en las que pide un cuarto –taller, estudio– apartado de la vida doméstica –y del hombre– desde el cual poder aislarse y poder escribir con libertad. Así, la escritora británica nos habla de otra antes que ella, Jane Austen, que debía escribir en el salón familiar donde era interrumpida cotidianamente y ocultando las anotaciones que escribía ante la llegada de visitas.
¿Pero cómo es ese cuarto propio?
Esta pregunta podría servir de punto de partida para la exposición Cabañas para pensar que se desarrolla actualmente en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y que analiza los espacios de creación de destacados escritores y filósofos de la Modernidad, desde el cuarto propio de Virginia Woolf a la cabaña en la Selva Negra donde habitaba y pensaba Martin Heidegger. En total once creativos cuyo nexo común es el haber desarrollado sus ideas en espacios de reducidas dimensiones. Los autores, apuntan, “escogieron (…) cierto primitivismo consciente que constituye un ejemplo de voluntad purificadora del acto creativo con respecto a lo que ya comenzaba a conformarse como un estilo de vida fundamentalmente urbano del que era muy difícil huir.”
Aparte de los dos ya mencionados aparecen también Ludwig Wittgenstein (filósofo), Edvard Grieg y Gustav Mahler (ambos compositores), Dylan Thomas (poeta), August Strindberg (dramaturgo), Derek Jarman (cineasta) y los escritores Knut Hamsun, George Bernard Shaw y Thomas Edward Lawrence –también conocido como Lawrence de Arabia.
No hay arquitectos en la lista, y existen varios ejemplos, algunos de sobra conocidos, como Le Corbusier que desde su Cabanon de Vacances, ubicado en Cap Martin, controlaba –“como un perro guardián” apuntaba recientemente Alejandro Hernández– la casa de Eileen Gray. Desde allí, Le Corbusier, aparte de sus momentos de vigilancia sobre la casa de su antigua socia, podía pasear y tomar un baño en las calidas aguas mediterráneas –las mismas donde murió años después. Tras sus paseos, y desde esa pequeña casa de dimensiones basadas en el Modulor, ideó e imaginó varios de sus proyectos más maduros.
“Tengo un castillo en la Costa Azul que tiene 3,66 metros por 3,66 metros. La hice para mi mujer y es un lugar extravagante de confort y gentileza. Está ubicada en Roquebrune, sobre un sendero que llega casi al mar. Una puerta minúscula, una escalera exigua y el acceso a una cabaña incrustada debajo de los viñedos. Solamente el sitio es grandioso, un golfo soberbio con acantilados abruptos”
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