Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
9 septiembre, 2019
por Juan Palomar Verea
Pero no tanto por la del Bajío del Arenal, sino por la del Parque Morelos, parte del vigente Proyecto Alameda, que sigue como el Cid, ganando batallas después de muerto. Si es que está muerto.
La Villa Panamericana del Bajío fue un error gravísimo. Los responsables tienen nombre y apellido: Mario Vázquez Raña (qepd) y todos los regidores priistas —sin excepción— del ayuntamiento tapatío de la época. Repasemos un poco los hechos, vividos de primera mano y debidamente documentados en actas de cabildo. La razón de tal yerro es muy sencilla: tontería, politiquería y corrupción que, se sabe, forman una mezcla explosiva siempre.
Todo empezó cuando, bajo el mando del alcalde Alfonso Petersen, al principio de su administración, Coplaur recibió la orden de buscar el contexto adecuado de la futura Villa Panamericana. Al efecto, se estudiaron varias hipótesis: el Aguazul, la barranca, el barrio de la Quinceava zona, etcétera. Se determinó, según los parámetros establecidos, que el contexto de la antigua Alameda (parque Morelos) era el socialmente más benéfico y arquitectónicamente más adecuado y viable. Y se comenzaron las operaciones. Se adquirieron, abierta y transparentemente, al doble de su valor catastral, 13 terrenos en torno al parque. ¿Por qué este precio? Por justicia: toda la zona estaba destinada a una acentuada plusvalía, y era razonable que los vendedores participaran de un beneficio generado por una acción del ayuntamiento. Además, era la única manera de adquirir a corto plazo la reserva territorial indispensable.
Acto seguido, según el programa urbano arquitectónico, debidamente asesorado y calibrado, se determinó que se requerían 1500 departamentos y dependencias de apoyo diversas. Coplaur realizó un proyecto conceptual inicial. Y luego se convocó a un concurso jalisciense, del que se obtuvieron, con toda claridad y ante el escrutinio de todos los regidores y del público, siete propuestas entre más de cincuenta. Los otros seis proyectos fueron adjudicados a figuras indiscutibles del panorama arquitectónico nacional e internacional: Fernando González Gortázar, Augusto Quijano, Matías Klotz, Alberto Kalach, Carme Pinós y Rick Joy. (Haga favor ahora el lector de guglear a cada uno de ellos, a ver si son o no indiscutibles). En el concurso ganaron: Jaime Castiello, José Manuel Gómez Vázquez Aldana, Sandra Valdés y Pedro Alcocer, Ricardo Agraz, Colectivo Guayaba (dos edificios), y Álvaro Morales y Miguel Echauri.
El proyecto resultante no era una acumulación de intervenciones aisladas: era un proyecto urbano, con marcada perspectiva social, con estudios hidrológicos, demográficos, socioeconómicos, inmobiliarios, de servicios, de movilidad, etcétera. Todo fue solventado debidamente. El primer proyecto (Morales y Echauri) fue el de la restauración y renovación del parque, así como sus conexiones al barrio del Retiro (diagonal Alameda), el de la Perla, la Plaza Tapatía, etcétera. Sobre esa base se hicieron los proyectos individuales. A los arquitectos se les pagó justa y módicamente (deben existir los documentos relativos). 1500 departamentos en cuatro niveles, más una torre, en el predio más apartado, de nueve pisos. El Inah, a través de sus censores de diario, puso el grito en el cielo, como acostumbra a hacer ante cualquier iniciativa, en este caso sin ninguna razón válida, ya que sus temores pacatos de que la torre invadiera las visuales del Hospicio Cabañas fueron científicamente acallados mediante estudios topográficos certificados. No se demolió una sola edificación patrimonial, ni histórica ni artística ni ambiental. No se desplazó involuntariamente a un solo habitante, inquilino o usuario de la zona. Se realizaron decenas de reuniones de información con los vecinos, cámaras, colegios y academia. Todo estaba listo.
Y sobrevino lo que nadie vio: la crisis financiera mundial del 2008. La Villa Panamericana, como estaba planteada y aprobada, con las factibilidades urbanas, técnicas y financieras listas, se volvió imposible.
Una vez que fue inviable, por la gran crisis internacional, la primera versión antes perfectamente factible y aprobada (incluyendo por la ODEPA) de la Villa Panamericana, se tuvo que iniciar, de urgencia, un segundo esquema. Al efecto, se realizó una licitación pública entre promotores de vivienda especializados con el fin de obtener una Villa viable. El ganador fue el arquitecto Bosco Gutiérrez Cortina, de México y con fuertes raíces tapatías maternas. Analizó con detalle el asunto, y propuso un planteamiento muy distinto, invitando a él a todos los arquitectos involucrados en el primer esquema. Algunos aceptaron, otros declinaron libremente.
El nuevo proyecto, aprobado en todos sus extremos por unanimidad en el cabildo, consistía en un concepto basado, nada menos, que en la Place des Vosges parisina. Sus coautores fueron Andrés Casillas, Bosco Gutiérrez, y Coplaur. Un gran edificio de nueve niveles en forma de L en el que se alojaba la mayor parte del programa ocupaba los linderos poniente y norte del parque, el que se arreglaba correctamente y se conectaba con todos los barrios circundantes. Los otros 12 terrenos eran edificados con bajas alturas, realizando un trabajo de “urban infill”. En verdad, según quien esto escribe y otras opiniones, era una obra maestra debida, sobre todo, a Andrés Casillas.
Se volvieron a hacer todos los procesos: validación por la ODEPA, por todas las instancias oficiales concernidas, las de la sociedad civil y por los vecinos (entre los que ciertamente existía una facción opositora, aguerrida, minoritaria, y parcialmente equivocada). Lo único que se requería para iniciar obras en tiempo y forma era la aprobación por el cabildo municipal de su aval para un crédito, pagable en el corto plazo, de 200 millones de pesos como indispensable capital inicial y que sería devuelto en unos meses.
Mientras todo esto sucedía pasaba una muy intensa grilla en todos los niveles. Mario Vázquez Raña, con dos caras, hacía como que seguía aprobando el proyecto mientras al mismo tiempo lo saboteaba con inconfesables fines. Parte de la prensa y del gremio de los arquitectos se mostraron hostiles a la nueva solución. El asunto desembocó en un dramático episodio: la sesión de cabildo en la que se daría sí o no al aval del crédito. Existía una cerrada mayoría a favor, gracias al convencimiento de algunos regidores priistas. La contraorden del comité municipal de ese partido fue fulminante. Se obligó a todos sus regidores a presentarse a la sesión y a votar en contra (bastaba una sola abstención para aprobar la moción). El propio presidente del comité municipal pastoreó a sus subordinados dentro del salón de cabildos. Así, la moción fue derrotada por un voto. Con eso, la Villa Panamericana en el centro de Guadalajara, la herramienta más potente hasta entonces fabricada para renovar y rehabitar el primer cuadro tapatío, fue desechada de plano.
La Villa Panamericana quedó, a partir de ese momento, fuera del control del alcalde Alfonso Petersen y del ayuntamiento de Guadalajara. Vázquez Raña y sus asociados ya tenían la “opción” lista: el Bajío del Arenal, en el municipio de Zapopan, en terrenos inmediatamente colindantes con el Bosque de la Primavera, dentro de la zona de amortiguamiento del propio bosque. De manera más que dudosa obtuvieron las anuencias estatales y municipales y procedieron a asestar una gravísima herida en una zona de altísima fragilidad ambiental.
Grandes lecciones que aprender. Tal vez, la más amplia, es que la ciudad no se hace con usura. Ni con corrupción ni con politiquerías. La historia de la Villa Panamericana, en sus dos sedes, es altamente ejemplar. La primera propuesta, la Villa Panamericana inscrita en el Proyecto Alameda, fue la víctima de la corrupción sistémica mexicana. Con su cancelación la ciudad pagó, en varios sentidos, un altísimo precio; y perdió décadas en la consecución de un mejor centro histórico. Y aunque esa corrupción sea sistémica, los responsables directos están a la vista. Afortunadamente quedó del desastre un gran patrimonio: los 13 predios libres de polvo y paja. Se ha intentado, con poco éxito, utilizar la reserva territorial del Proyecto Alameda para reconvertirla en la Ciudad Creativa Digital. Se han realizado un edificio a medio terminar, ciertas infraestructuras, una remozada al Parque Morelos. Pero quedan 12 terrenos: ¿qué hacer? Retomar y volver a hacer vigente el espíritu del Proyecto Alameda, repoblar el centro mediante la oferta de vivienda atractiva y asequible para todas las capas socioeconómicas. Y hay 12 estupendos proyectos arquitectónicos, pagados por el ayuntamiento, listos para avanzar. Y mejorar y renovar todo el tejido urbano, activar toda la demarcación y aprovechar la sinergia del Paseo Alcalde. Esperemos que las autoridades y la sociedad puedan reflexionar y aprovechar la enorme oportunidad.
En cuanto a la Villa Panamericana del Bajío del Arenal habría que hacer algunas consideraciones. El Bajío debió de permanecer libre de cualquier construcción. Los viejos ingenieros lo sabían muy bien. Pero, de nuevo, la usura. El Bajío debió haber sido la continuación de La Primavera hasta el mismo borde del Periférico y de la carretera a Saltillo. No fue así, para tristeza y vergüenza. El bosque de la Primavera, por lo menos, debería tener el anillo de amortiguamiento en que tanto han trabajado Pedro Alcocer y Sandra Valdés, del Iteso, con su fundación Anillo Primavera. ¿Qué hacer ahora con la Villa Panamericana? Demolerla y que no quede huella, es la primera reacción. Que sirva de lección y antecedente. Es una opción extrema, pero provocada por una interminable historia de atropellos.
Ahora, imaginemos una opción con matices. La Villa como contraveneno y vacuna contra futuras amenazas ambientales y urbanas. ¿Cómo? Habitándola, una vez que todos los impactos estén verificados y neutralizados. Es perfectamente factible y se hace en muchos lugares. Además, habría que pedirle al ayuntamiento de Zapopan que no autorice absolutamente nada sin lo anterior y sin que se triplique el área de cesión del desarrollo. Esa área podría ser un escantillón muy completo, una muestra patente de cómo establecer una zona de amortiguamiento eficaz y útil: que el bosque, en vez de continuar siendo disminuido, crezca, por lo menos con esos terrenos. Además, que se actualice de manera muy astringente el Plan Parcial del Bajío del Arenal, con el objeto de hacer áreas de protección ambiental a todos los predios posibles mediante un mecanismo de compensación y un fideicomiso. Correspondería al arquitecto José Pliego, quien ha tratado de rescatar desde hace años el Bajío, llevar adelante los estudios adecuados.
También tiene ventajas, hay que aceptarlo, en no tirar 1,500 millones de pesos a la basura, devolverle sus ahorros a los pensionados, y no perjudicar a las gentes involucradas de buena fe en el asunto. Pero es indispensable el deslinde de responsabilidades, el asumir consecuencias. Nunca más una Villa del Bajío del Arenal.
Y, por el otro lado, salvemos el centro, es más que factible retomar el Proyecto Alameda, no por quienes lo inventaron, sino por el futuro de los tapatíos.
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