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Columnas

Borromini

Borromini

2 agosto, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

La madrugada del 2 de agosto de 1667, a Francesco Massari lo despertaron ruidos en la habitación de al lado, la de su patrón. No había dormido bien. Su patrón había estado escribiendo y trabajando hasta bien entrada la noche. A las tres de la mañana salió de su cuarto y tocó la puerta. “Señor, dijo, usted debe apagar la luz y dormirse. Es muy tarde y el médico le ha pedido que descanse.” Su patrón accedió de mala gana. Desde hace cosa de un mes su patrón no se encontraba bien de ánimo. De carácter melancólico, ya casi no salía de casa. Todo empeoró al enterarse de la muerte de Fioravante Martinelli, el 24 de julio. Martinelli era un sacerdote y erudito apasionado por la arqueología romana a quien su patrón había conocido unos doce o trece años antes, quizá más, convirtiéndose desde entonces en su amigo más cercano —y tenía poquísimos, quizá solo uno, ahora muerto. Unos días después le mandó a buscar su testamento con el notario. Quería cambiarlo. Luego, sin sobreponerse a la tristeza, otro día quemó todos los papeles que pudo, escritos y dibujos. Minutos antes de oír los ruidos en la habitación de al lado, su patrón le había pedido que encendiera unas velas para ponerse a trabajar. “Aun es temprano, señor, le dijo, vuelva a dormirse y más tarde lo haré.” Cuando escuchó los ruidos —un golpe seco y quizás un suspiro— se levantó lo más rápido que pudo y corrió a la habitación de al lado. Entró casi sin tocar y encontró a su patrón tirado al lado de la cama, con su propia espada atravesándolo. Corrió a buscar al médico. Su patrón chorreaba sangre pero aun respiraba. Lo levantaron y lo acomodaron en su cama. El médico sabía que no había mucho que se pudiera hacer; quedaba esperar lo peor. Cuando volvió en sí, su patrón le volvió a pedir lápiz y papel para escribir unas cartas y su testamento. La noche del día siguiente, 3 de agosto de 1667, murió. Era Francesco Borromini.

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Francesco Castelli nació el 25 de septiembre de 1599 en el Ticino. Su padre —como el de Loos y el de Mies— era cantero. Muy joven se fue a Milán, donde trabajó en las obras del Duomo y en 1619 llegó a Roma para trabajar con Carlo Maderno, que también había nacido en el Ticino y era su pariente lejano. Maderno estaba entonces a cargo de las obras de San Pedro y del Palacio Barberini. Maderno murió en 1629 y el joven Gian Lorenzo Bernini quedó a cargo de las obras del Palacio Barberini. Castelli trabajó por un tiempo en el equipo de Bernini, un año mayor que él, pero pronto surgió entre ambos una de las más grandes rivalidades entre arquitectos del renacimiento. Bernini tomaba algunas de las ideas de Castelli pero sin desarrollarlas como éste hubiera querido. No era un tema sólo de reconocimiento. Paolo Portoghesi dice que el ayudante se sentía como un dramaturgo traicionado por un mal director.

En 1658 Bernini comenzó la construcción de la iglesia de Sant’Andrea al Quirinale, a unos metros de San Carlo alle Quattro Fontane, que Castelli había empezado a construir en 1634. La pequeña y sorprendente iglesia de San Carlino, como también se le conoce, estaba dedicada a San Carlos Borromeo. Se dice que de ahí viene el sobrenombre con el que Castelli pasó a la historia: Borromini. Al comparar las dos iglesias, la de Bernini y la de Borromini, los historiadores apuntan que mientras el primero trabajaba aun hasta cierto límite dentro de las reglas y los órdenes de la arquitectura del Renacimiento, el segundo buscaba ir más allá: su preocupación, absolutamente espacial y no decorativa, era el espacio vibrando y resonando en la materia que, para hacer referencia a Deleuze hablando del barroco, se pliega y repliega hasta el infinito.

En 1999, para celebrar los 400 años del nacimiento de Borromini, Mario Botta tuvo a cargo la construcción de un modelo de madera, a la misma escala pero sólo media sección, flotando sobre una plataforma en el lago de Lugano. El modelo fue desmantelado en el 2003.

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