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Boogie woogie

Boogie woogie

7 marzo, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

Empieza la mano izquierda. Golpea el teclado con fuerza y ritmo: a left hand like God. Peter Silvester cuenta que Eubie Blake, músico y pianista nacido en 1887 y que murió en 1983, decía eso —que tenía la mano izquierda como de un dios— de William Turk, otro pianista que a finales del siglo XIX tocaba en Texas. Turk medía casi 1.80 de alto y pesaba unos 150 kilos. La barriga le estorbaba para alcanzar el teclado y por eso desarrolló una técnica para tocar, casi golpeando, con la mano izquierda, que a muchos fascinó y cuyo ritmo luego sería conocido como boogie-woogie, “un estilo primitivo y rítmico de tocar el piano,” dice Silvester.

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Según el también pianista Daniel Paterok, “en su forma original el boogie-woogie era alguien tocando el piano como si fueran tambores, luchando por hacerse oír entre la cacofonía del estruendo del poker y la prostitución, los ataques con cuchillo y los asesinatos.” En cualquier caso, el boogie-woogie no es sólo un estilo y un ritmo, sino también la respuesta musical a condiciones físicas precisas: la barriga de Turk, el ruido del salón texano donde tocaba.

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Unos seis años después de William Turk, el 7 de marzo de 1872 nació Pieter Cornelis Mondriaan en Amersfoort, Holanda. En 1911 llegó a París y redujo su nombre a Piet Mondrian. En París conoció a Picasso y a Braque antes de regresar a Holanda durante la Primera Guerra. Ahí se encontró a Theo van Doesburg —nueve años menor que él y que moriría el mismo día en que Mondrian cumplió 59 años. Tras la guerra, Mondrian volvió a París, donde vivió hasta 1938 y empezó a pintar sus cuadros de retículas negras y superficies blancas, rojas, azules o amarillas. También empezó a frecuentar salones de baile. Mondrian, dicen, era un extraordinario bailarín. En 1938, cuando los nazis amenazaban ya con invadir Francia, Mondrian se mudó a Londres y dos años después a Nueva York. Ahí siguió pintando y también bailando. Frecuentaba los salones de baile de Harlem y se volvió fanático del boogie-woogie. Entre 1942 y 1944, Mondrian pintó Broadway Boogie Woogie y Victory Boogie Woogie, sus últimas pinturas —la segunda inacabada—, donde ya no hay líneas negras que definan una retícula, las superficies de color son más reducidas y parecen vibrar —en la segunda el lienzo gira 45 grados. El nombre lo dice todo: los críticos hablan de la influencia de esa música que lo conquistó, aunque también de la arquitectura que vio en Manhattan. En su libro Piet Mondrian, Life and Work, Michel Seuphor escribió:

Para Mondrian, Nueva York representaba la punta de lanza del progreso, de la incesante evolución del mundo. La extraordinaria isla erizada con torres como una proyección gigante de San Gimignano, debió haberle parecido la misma proa del barco de la civilización. Un periodista le preguntó si encontraba demasiado altos los rascacielos y respondió: no, no demasiado altos, están perfectos como son.

Lo contrario a Le Corbusier, que no los encontró suficientemente altos. Seuphor también dice que a Mondrian le encantaba Nueva York, que en sus calles “horizontales y verticales” pudo haber redescubierto la trama de los canales holandeses. Pero la relación de la arquitectura con las ideas y la pintura de Mondrian era, por supuesto, mucho anterior a su llegada a Nueva York y en doble sentido: hacia él y desde él. En los años veinte había escrito que “en contraste con la arquitectura, vista como teniendo una importancia práctica y «social,» la pintura se seguía viendo como un «entretenimiento.»” La diferencia, para Mondrian, era que, en un principio, la arquitectura había sido “purificada por la edificación utilitaria, con sus nuevos requerimientos, materiales y tecnología.” Era la “necesidad la que empujaba a una más pura expresión del equilibrio en una belleza más pura,” de líneas rectas, verticales y horizontales, encontradas en ángulos rectos. No era que en la arquitectura se hubiera manifestado esa pureza por razones propias de aquella disciplina, sino que la “necesidad” había impuesto una nueva estética en la arquitectura que era propia de la pintura, así como la barriga de Turk y el ruido del salón donde  tocaba empujaron a su mano izquierda a golpear con fuerza las teclas y lograr expresar aquél ritmo que era propio de la música: el boogie-woogie. “Para expresar el ritmo, según escribió Mondrian en 1931, es necesario usar medios tan simples como la línea recta y los colores primarios. Y la relación de posición —la relación rectangular— es indispensable para expresar una posición inmutable en oposición a las relaciones variables de la dimensión.” Mondrian pensaba que la arquitectura neoplástica requería color si los planos habían de tener “una realidad vital para nosotros” y también para reducir “el aspecto natural de los materiales” y hacernos ver así, por obligación física —el uso, la estructura y la función— algo que estaba más allá de ella y que era propio de la pintura.

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