15 abril, 2013
por Arquine
“Ningún poeta, ningún artista de ninguna clase, tiene plenamente sentido por sí mismo. Su importancia, su valor es el valor que posee en relación con los poetas y artistas muertos. No se le puede valorar de modo aislado, es preciso situarle, como contraste y comparación, entre los muertos.”
T. S. Eliot.
La visita al recién inaugurado Museo Amparo de Puebla bien pudiera invitar a releer a T. S. Eliot cuando apuntaba en La tradición y el talento individual que el valor de la obra nueva frente a toda aquella poesía que pretende emular las normas de un pasado lleno de indudable gloria. Eliot decía que para la obra nueva, el ajustarse meramente a las normas equivale a no ajustarse en lo absoluto; no será una obra nueva y, por tanto, no será una obra de arte.
Es así como el pasado debe ser modificado por el presente en la misma medida que el presente se sirve del pasado como guía, para hacer válido – y necesario – que la obra nueva dialogue, reaccione y cuestione, para tomar posición dentro del escenario que surja. En el marco del vigésimo aniversario del Museo Amparo, TEN Arquitectos (Taller de Enrique Norten) interviene el inmueble conformado por un conjunto de edificios que tuvieron distintos usos a lo largo del tiempo y que hoy alberga la más grande colección de arte prehispánico de un museo privado, numerosas piezas de arte virreinal, del siglo XIX, XX y un programa de exposiciones temporales, actividades académicas y artísticas.
El Amparo hoy abre una primera etapa de su reforma con el protagonismo de un gran espacio central, un vestíbulo blanco que hace alarde de sus proporciones y presupuesto, para constituirse como el atractor de toda la historia que el lugar concentra, con una acertada estrategia de diseño el vestíbulo aparece como el protagonista del museo para reunir en las salas y espacios de los edificios – nuevos y renovados – de alrededor, las piezas que recorren la historia desde el antes de cristo prehispánico hasta el hoy, y coronar la intervención con la lógica apertura de una terraza que reutiliza la cubierta y permite el disfrute de la ciudad de las iglesias y las cúpulas. Una intervención cargada de sabios excesos anacrónicos.
Como apuntaba Miquel Adrià en su texto Arquitectura de buen lejos, lo que caracteriza a la mayoría de las obras mexicanas es que son arquitecturas sin detalle, el Amparo podría definirse como lo contrario, como una arquitectura de buen cerca, como una estrategia, que aunque padece de exceso de brillo, surge como un proyecto, donde el blanco se ampara en la alta (mano)factura y calidad de los detalles, cosa que por la presencia de Dios o del diablo, es de agradecer en una época plagada de obras cuestionadas y acabadas con las prisas de quien pierde el último tren que sale de la estación.
Eliot exige sentido histórico a todo aquel que se haga llamar poeta después de los veinticinco años, probablemente en la arquitectura se deba cuestionar a todo aquel que se haga llamar arquitecto antes del doble de ésta edad, o quizás solo a aquel que no se toma el tiempo – y el tempo, según dice Alberto Campo Baeza – para dejar que la obra madure, que esté lista. Lo nuevo no poseerá más valor, sólo por ser nuevo y a su vez inevitablemente será juzgado según las normas del pasado. Sin embargo, se encuentra valor en la obra nueva que entra en contraste con la estructura tradicional, que no la imita y que entiende la necesidad básica de un lugar para transformarlo con calidad.