Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
6 diciembre, 2014
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
la cara en blanco del olvido
el resplandor de lo vacío
Octavio Paz
Abrir documento: en blanco. Así empiezo este texto: un documento en blanco, según el procesador de textos (así se llamaban, antes, estos programas para escribir en el ordenador). Pero nunca hay nada en blanco o absolutamente en blanco. Ni las catedrales fueron, como quería el título de Le Corbusier, nunca blancas. Al contrario: polícromas al punto de parecernos hoy ridículas. Y al perder el color se vuelven grises, neutras o borrosas; nunca blancas: puras.
“La página en blanco: no existe página en blanco —explicaba Gilles Deleuze. ¿Qué diferencia existe entre mi pobre cabeza, mi cerebro agitado y la página? Ninguna. Ya existen un montón de cosas: diría más, hay demasiadas cosas sobre la página. De modo que escribir es fundamentalmente borrar, será fundamentalmente suprimir.”
En 1876 Lewis Carroll publicó The Hunting of the Snark, con ilustraciones de Henry Holiday. Una de ellas es una Carta del Océano, un mapa vacío pero perfecto: describe todo lo que en ese punto del océano se encuentra: nada. La tripulación la agradece como a perfect and absolute blank.
En 1918 Kazimir Malevich pintó su cuadro Composición suprematista : blanco sobre blanco y a principios de 1950 Robert Rauschenberg hizo una serie de cuadros en blanco. Aunque no era algo nuevo los cuadros vacío causaron cierto escándalo en el mundo del arte niuyorquino. En el 53, Rauschenberg le pidió a Willem de Kooning un dibujo para, pacientemente, borrarlo en un intento, en cierto modo condenado al fracaso, de devolverle al papel su blancura original —imposible no sólo física sino metafísicamente pues el lienzo, como el papel, dice Deleuze, tampoco nunca está en blanco. O tal vez la tarea de Rauschenberg era demostrar eso: que el blanco nunca está al principio sino al final. No se encuentra: se alcanza.
¿Es blanco el azul Klein? ¿Son blancos los cuadros negros de Soulages o los retablos dorados de Goeritz? ¿Rothko falló en darle al blanco con cualquier color?
El nuevo libro de Kenya Hara, diseñador y director artístico de Muji, se llama, justamente, Blanco. “No hay algo así como lo «blanco.» Más bien lo «blanco» existe sólo en nuestra percepción. Por tanto no debemos intentar buscar lo «blanco.» Unos renglones más abajo, Hara cita el clásico libro de Tanizaki El elogio de la sombra. En su libro Tanizaki no sólo habla de la diferencia entre la obsesión por la blancura y la luminosidad de origen puritano e ideología higiénica en Occidente, frente al gusto por la pátina del tiempo y la sombra en Japón; también habla de una distinta manera de entender lo blanco: “dicen que el papel es un invento de los chinos, sin embargo —escribe—, lo único que nos inspira el papel en Occidente es la impresión de estar ante un material estrictamente utilitario, mientras que sólo hay que ver la textura de un papel de China o de Japón para sentir un calorcito que nos reconforta el corazón.” Kenya Hara, diseñador gráfico de profesión, dice que “la blancura del papel está lejos de ser ordinaria. De hecho, agrega, la invención del papel blanco puede verse como algo que ilumina el camino de la historia humana.”
Hara dice que empezó escribiendo un libro sobre lo vacío —kuhaku : 空白— y terminó escribiendo uno sobre lo blanco —shiro : 白— para volver al vacío. Explica que es el vacío lo que realmente se ve en la pintura de Hasegawa Tohaku (1539-16109), Pinos, y lo que se enmarca en el altar shintoista —también llamado shiro.
¿Qué tan distinto es ese blanco del que obsesionó a los maestros de la arquitectura moderna? Cuando en los años veinte del siglo pasado Le Corbusier publicó su Ley de Ripolin —una marca de pinturas— escribió: “piensen en los efectos de esta ley: cada ciudadano deberá remplazar su tapices y sus damascos con una capa de pintura blanca: limpiemos la casa.” Más adelante agrega: “si la casa es toda blanca, el dibujo de las cosas se separa sin transgresión posible, el volumen de las cosas aparece con claridad […]. El blanco de cal es absoluto, es extremadamente moral. […] Admítase un decreto que prescriba que todas las habitaciones de París se encalen. Digo que sería una obra policiaca de gran envergadura y una demostración de una altísima moral, signo de un gran pueblo.” Le Corbusier —que unos años después, en 1931, diseña su Clavier de Couleurs para la compañía suiza de papel tapiz Salubra— afirma que el blanco “suprime el equívoco” y “permite la concentración de la intención en su propio objeto” dejándonos reconocer “el objeto verdadero”: los volúmenes puros que se revelan como un juego sabio y magnífico bajo una luz evidentemente blanca. El blanco nos salva.
P.S. Por supuesto, hay cosas y casas que ni pintadas del blanco más brillante pueden limpiar su oscura historia.
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