José Agustín: caminatas, fiestas y subversión
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16 diciembre, 2021
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
Escritora y académica, bell hooks (1952-2021) fue una de las voces que dio forma a la interseccionalidad, categoría fundamental para la historia del feminismo. Haciendo una generalización amplísima, el feminismo interseccional discute cómo una diversidad de estructuras interviene en la marginalización violenta de algunas poblaciones, tales como la racialización y la clase. Estas ideas fueron expresadas tanto en ensayos políticos como de crítica de arte, en los que atendió a disciplinas como el cine, la literatura o la arquitectura. En estos textos, diseccionó cómo estas formas de representación acentúan las desigualdades entre una población mayoritariamente blanca y la ciudadanía racializada. Si en su producción más enfocada en el feminismo demostró que, más que el cuerpo, es un entramado de sistemas lo que define quiénes tienen acceso a las agendas políticas por los derechos humanos, para la autora, el arte también perpetúa los mismos patrones de la discriminación sistémica, incluso dentro de una expresión que durante mucho tiempo se ha tomado como meramente funcional y neutra como lo ha sido la arquitectura.
En “Black Vernacular: Architecture as Cultural Practice”, contenido en el libro Art on My Mind. Visual Politics, hooks narra que, en una clase de arte impartida en su secundaria, se le pidió al grupo diseñar la casa de sus sueños. Recuerda que en ese momento no consideró que en su dibujo estaba tomando una serie de decisiones políticas. Se trataba de un ejercicio de imaginación donde el diseño se subordinaba únicamente al deseo, a todo aquello que ella consideraba un exceso imaginativo. Sin embargo, ¿qué implica un ejercicio de esta naturaleza? hooks reflexiona que, si se les hubiera solicitado pensar de manera crítica en los espacios que habitaban sus compañeros de clase, ya fueran casas o vecindarios, se hubieran visibilizado aquellas diferencias de clase que, por lo general, están predeterminadas por quienes diseñan los lugares donde la ciudadanía afrodescendiente vive. En sus palabras, esta tarea alentaría el reconocimiento de cómo “el apartheid racial y el supremacismo blanco modifican los espacios individuales, establecen las ubicaciones donde se vive así como la naturaleza de las estructuras” bajo las que se legitima una práctica arquitectónica que niega a unos lo que para otros es fundamental.
Soñar con una casa es reconocer las propias limitaciones de los espacios habitados por alguien racializado y de clase trabajadora. Estos sectores, por lo general criados en ámbitos de carencia, no activan discusiones sobre sus propias realidades arquitectónicas ya que el solo hecho de poder poseer una casa se encuentra en el reino de la fantasía y la imposibilidad. Aunque, para hooks, esta dificultad para que se puedan establecer relaciones más imaginativas entre algunas clases sociales y los espacios donde viven está dada no por su condición económica sino por las mismas prácticas arquitectónicas que, al igual que las estructuras que justifican el racismo, no reconocen la existencia de otras formas de vivienda o de organización urbana que no sean las que, por lo general, son realizadas y utilizadas por gente blanca con cierto poder adquisitivo.
En ese ensayo, la escritora describe las casas de su familia, como casi todas viviendas rurales, para establecer una postura ante las distinciones que a menudo se hacen entre lo vernáculo y lo que la disciplina acepta como arquitectura:
Me perturba cuando la gente equipara la preocupación con la belleza, el diseño y la disposición del espacio, con el privilegio de clase. Desafortunadamente, la gente pobre ha sido socializada por los medios de comunicación y la política del consumismo para verse a sí misma como carente de “gusto y estilo” cuando se trata de cuestiones de arquitectura y estética, por lo que renuncia a su capacidad de imaginar y crear.
La arquitectura puede ser un acto discriminatorio por sí misma. Si bien, para hooks las viviendas rurales de su familia eran evidencia de la propia creatividad de sus tías o su abuela, no deja de señalar que los proyectos que diseñan arquitectos para gente de bajos recursos económicos impiden una relación creativa entre ellos y los espacios que habitan. Aquella falta de “buen gusto” (es decir, la marginalización), está predeterminada por quienes diseñan, por ejemplo, casas de interés social. Para hooks, pareciera que ciertas poblaciones tienen negado pensar en los lugares que ellos mismos habitarán. Sin embargo, la solución es fácil y puede comenzar, modestamente, con reconocer a la arquitectura vernácula como una práctica con su propia legitimidad.
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