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Barcelona longitudinal: ejes verdes y supermanzanas

Barcelona longitudinal: ejes verdes y supermanzanas

2 abril, 2024
por Carlos Lanuza | Twitter: carlos_lanuza_

El modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere.

La Peste, Albert Camus

Llegué a Barcelona en 2008 para hacer estudios de posgrado en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura. En ese entonces poco sabía, o prácticamente nada, de la crisis económica que había empezado ese mismo año. Poco a poco, el goteo de arquitectos que emigraban, y loa despachos que cerraban, iban vaciando una ciudad que en otros tiempos bullía de actividad y en la que era muy fácil encontrar trabajo como arquitecto. Los años siguientes, en los que la esperanza de poder trabajar fue nula, hicieron que me dedicase a mis estudios y a vivir y disfrutar de la ciudad.

Ya entonces el centro de la ciudad había sido tomado por los turistas. Las Ramblas habían dejado de ser el lugar de encuentro y paseo al que todos los barceloneses iban y se habían convertido en un centro comercial al aire libre para los visitantes: tiendas de souvenirs, hoteles, discotecas, bares, restaurantes —todo, o casi todo, dedicados al turismo.

Las ramblas son antiguas escorrentías de agua —siempre van en dirección montaña-mar— que adquirieron una nomenclatura y sección tipo a nivel urbano, en el que el paseo central adquiere unas dimensiones considerables, relegando el tráfico rodado a los lados. Este paseo se convirtió en un espacio capaz de albergar arbolado, lámparas, fuentes, bancos y diferentes usos (kioscos en los que se venden flores, diarios, helados, entradas para ver el fútbol y, en su momento, incluso animales; además de ferias temporales, caricaturistas, estatuas humanas, terrazas de restaurantes, etcétera). 

Hay muchas ramblas en Barcelona, las más famosas, y las primeras, son las que conectan la Plaza de Cataluña con el mar. Antiguamente funcionaban como límite junto con la segunda muralla, luego pasarían a ser una rótula entre la ciudad antigua y el nuevo barrio que nacería gracias a la expansión de la ciudad, lo que ahora se conoce como el Raval, y que en su momento conformaría la última ciudad amurallada.

En la segunda mitad del siglo XIX se empezó a ejecutar el plan Cerdá. Barcelona debía crecer y sus murallas tenían que ser derribadas para dar paso a nuevas infraestructuras y vivienda. El centro, asolado por continuas enfermedades, sucio, denso y oscuro, debía ser saneado; la ciudad necesitaba espacio y luz: la ciudad se “higienizaba”. Este plan fue polémico desde el principio porque se impuso desde el gobierno central, y recibió el favor por encima de la propuesta ganadora de un concurso promovido por el mismo Ayuntamiento de Barcelona. El plan ganador, proyectado por Antonio Rovira i Trías y de carácter radial, nunca sería ejecutado.

 

El plan Cerdá pretendía cubrir el territorio con una malla compuesta por calles de 20 metros de ancho y manzanas cuadradas y achaflanadas de 113 metros de largo, como propuesta general, que se adaptaría a diferentes casuísticas. Esta malla uniría los diferentes poblados esparcidos por los alrededores de la ciudad, como la Villa de Gracia o las Corts. Una de las grandes aspiraciones conceptuales que se ven representadas en esta malla es una pretendida “cuadrícula igualitaria”, debido a la filosofía proletaria practicada por Cerdá, que fue rápidamente desvirtuada por intereses económicos desde el primer momento. Este plan ya contemplaba la jerarquización de todas las calles, la trama igualitaria fue más bien una base sobre la que se distribuiría e intentaría homogeneizar la ciudad.

El plan nunca fue respetado en su totalidad: el interior de las manzanas había sido concebido como un espacio verde, pero fue ocupado desde el primer momento y las manzanas, en un principio proyectadas con apertura por dos de sus lados, terminaron cerrándose. Uno de los puntos neurálgicos del diseño, la Plaza de las Glorias Catalanas, tenía la voluntad de ser un pivote sobre el que se articulaba toda esta trama. El nombre no era baladí y tenía la aspiración de ser el centro de la ciudad. Con los años, esta plaza ha sido uno de los espacios urbanos de la ciudad que ha sido más difícil de resolver. La fuerza gravitacional de la Plaza de Cataluña nunca pudo ser reemplazada como centro, convirtiéndose en un elemento que hizo crecer de manera desigual la ciudad con respecto al plan de Cerdá.

 

El germen de las supermanzanas y los ejes verdes

Con el paso del tiempo la ciudad ha ido atomizándose. Si bien es cierto que la trama Cerdá ayudó a generar una ciudad relativamente igualitaria en cuanto a aspectos meramente físicos, las características geográficas, sociales y económicas de cada barrio han ido enriqueciéndola. Esta trama se encontró con otras de marcadas características. La Villa de Gracia nada tenía que ver con la primera y, orgullosa de esta diferencia, remarcó su estatus de villa y se transformó en una gran isla dentro de Barcelona. Con el paso del tiempo y la toma de conciencia de los problemas que acarrea el uso del automóvil, la Villa de Gracia pasó a ser la segunda gran supermanzana creada, probablemente, sin una conciencia de ciudad integral.

La primera gran supermanzana es lo que se conoce como Ciutat Vella, constituida por los tres barrios que estaban dentro de la última muralla: el barrio Gótico, el Born/la Rivera y el Raval. Al igual que la Villa de Gracia, gracias al entramado urbano de “plato roto”, denso y aparentemente rígido, este ha sido capaz de mantenerse casi inmune al uso del coche, gracias también al ancho de sus calles y a lo intrincadas que son, y a la prohibición de su utilización en casi todas sus calles en los años 80.

Barcelona se ha caracterizado desde hace décadas por apostar por operaciones urbanas que han cambiado la manera de vivir la ciudad, más allá del plan de Cerdá. Hay muchos ejemplos, desde la Exposición Universal de 1888, pasando por la Exposición Internacional de 1929 —en las que en ambas se ganan espacios militares para convertirlos en los grandes espacios verdes actuales de la ciudad—, la transformación de todo el frente marítimo de la Barceloneta, seguido luego por todas las operaciones que se llevaron a cabo para los Juegos Olímpicos de 1992 y, más recientemente, la prolongación de la avenida Diagonal, que remata con todo el recinto del Fórum de las Culturas del 2004, y la zona del Distrito 22@.

Los nuevos ejes verdes son quizás una de las operaciones más inteligentes, precisas y que menos impacto ha generado en cuanto al trauma que pueden causar ciertas operaciones urbanísticas, pero que en cambio han dado mucho más. Lo más visible y que más abandera esta operación es la práctica eliminación del tráfico rodado en estos ejes (sólo se permite acceder a ellos para carga y descarga, y para permitir el acceso a vecinos, todo a una velocidad reducida), y la conversión de estos en espacios públicos. No sólo las calles han sido transformadas: donde antes veíamos un cruce ahora vemos plazas, con jardines y bancos.

Pero si hablamos de cómo vivimos la ciudad, lo que han hecho los ejes verdes es darle la vuelta a la manera en cómo se pasea en la ciudad. Barcelona, hasta la irrupción de los ejes verdes, se recorría de una manera casi poética: los paseos se hacían en dirección montaña-mar, por gravedad, como el agua, como las escorrentías que terminaron convirtiéndose en las ramblas. La gente de Barcelona desembocaba, y sigue desembocando, en el mar. El Mediterráneo es un imán que atrae a las personas, los acerca al límite para detenerlos ahí, para contemplar. En cambio, en el sentido paralelo a la costa, entre los ríos Llobregat y Besòs, Barcelona tenía una predominancia de tráfico rodado, utilitaria, para atravesar la ciudad y conectar de manera transversal con el resto de la urbe.

Con los nuevos ejes verdes se acentúa esa trama “igualitaria” de Cerdá, en el sentido que la calle Consell de Cent (intervención proyectada por Cierto Estudio, y único eje ejecutado de momento), el eje verde longitudinal —paralelo a la costa— se ha convertido en una nueva rambla desde el punto de vista de cómo se usa. Si hoy en día las famosas Ramblas que parten la ciudad vieja están destinadas, y son visitadas mayoritariamente por turistas, la calle Consell de Cent ha venido a reemplazar este paseo para los vecinos de la ciudad. Ahora la ciudad también se recorre a pie en sentido Llobregat-Besòs. Esta calle se ha convertido en un eje no sólo verde, sino también comercial, y en uno muy importante gracias a la creación de nuevas plazas ahí donde antes había intersecciones de calles.

En términos reales, según un estudio elaborado por la Agencia de Salud Pública de Barcelona, en algunos ejes verdes se ha llegado a reducir contaminantes atmosféricos hasta en un 25%; además de otros aspectos más cualitativos, como el aumento de la seguridad y reducción del ruido. Pero no todo es positivo en estas operaciones. En la actualidad hay un grave problema de movilidad urbana, principalmente porque esta cuestión se trata desde un ámbito de ciudad, cuando la escala corresponde más a un ámbito metropolitano. Es decir, la gente que circula en coche por la ciudad, en gran parte viene de fuera o va hacia afuera, pero las competencias de actuación del Ayuntamiento no abarcan estos límites y las instituciones encargadas de resolver estos problemas no los están enfrentando. 



Otro de los aspectos negativos que probablemente veremos, y que ya empezamos a ver, es la subida de precios en estos espacios pacificados. Este es el gran dilema de la ciudad: mejorar y volverse más cara (gracias al libre mercado) o quedarse como está y estancar la calidad de vida de sus ciudadanos. Sin un plan de usos previos y una buena política de vivienda estaremos observando la continuación de procesos de gentrificación que ya existían en algunos de estos barrios.

En Sant Antoni, uno de los barrios donde se implementó parte del programa de superillas, se empieza a ver desde hace años cómo la gente local es expulsada de sus hogares debido a la presión inmobiliaria y al creciente atractivo internacional que tiene Barcelona, que busca atraer talento profesional para mejorar la competitividad. Basta ponerse en el lugar del otro para contrarrestar el argumento inmediato de la ley del más fuerte. No todo puede valer para conseguir una ciudad más “atractiva”.

 

 

Por el momento, y de manera paradójica, Barcelona tiene un gobierno municipal supuestamente socialista que ha empezado por frenar operaciones aprobadas en presupuestos participativos y votados por una gran cantidad de vecinos para pacificar más calles. Al parecer, es difícil encontrar la manera de equilibrar la calidad de vida de la gente que vive en la ciudad con la economía que los empresarios quieren, aunque está claro que el eterno crecimiento económico tiene un límite que todos estamos viendo. La discusión sobre la descarbonización aparentemente ha pasado a un segundo plano y la idea de ciudad de este nuevo mandato queda poco clara, o inexistente en la práctica.

Esperemos que, en el futuro, se pueda conocer Barcelona más por las maneras de recorrerla, que por cómo se muere en ella.

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