Gobierno situado: habitar
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2 noviembre, 2013
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Banksy tomó Nueva York como su residencia por un mes. “Una tormenta en un vaso, la entretenida y frívola mezcla de arte, dinero, celebridad y aprovechamiento urbano” —dijo Roberta Smith en el New York Times. Una obra al día registradas puntualmente en un blog: better out than in.
Hubo de todo: desde los célebres graffitis con plantillas que lo han hecho mundialmente [des]conocido hasta intervenciones: un camión de mudanzas convertido en su interior en jardín, arco iris y cascada incluidas —acaso un guiño al Étant donnés de Duchamp—; videos: un grupo de rebeldes árabes derriba a Dumbo y lo festeja; esculturas: un Ronald McDonald de fibra de vidrio que observa, molesto, cómo un joven de carne y hueso le limpia sus enormes zapatos rojos; y pintura, en el sentido un tanto más convencional: The banality of the banality of evil, un paisaje banal que Banksy compró por 60 dólares en una asociación de apoyo a desamparados y que intervino pintando, en alusión a las ideas de Hannah Arendt, a un nazi sentando en una banca viendo al horizonte —el cuadro lo devolvió un “donante anónimo” y fue subastado en más de 600 mil dólares.
Entre las piezas también se incluyó un texto de crítica de arquitectura. Banksy intentó publicar el 27 de octubre un texto de opinión en el New York Times. El periódico rechazó la columna que apareció en el blog de la estancia niuyorquina del artista junto con las fotos de otra intervención: this site contains blocked messages.
“Como visitante que ha pasado las últimas semanas en Nueva York una cosa me parece clara —y lo digo como amigo—: ¡tienen que hacer algo con el nuevo World Trade Center! Ese edificio es un desastre. Bueno, no. Los desastres son interesantes. One World Trade Center es un no-acontecimiento. Es insípido. Parece algo que habrían construido en Canadá. Los ataques del 11 de septiembre fueron un ataque a todos nosotros y viviremos bajo su sombra. Pero la manera como respondemos a la adversidad también nos define. ¿Y la respuesta? ¿104 pisos de compromiso?” Como con el paisaje al que agregó al nazi sentado —y tal vez como con el resto de su trabajo— señalar la banalidad de la banalidad parece ser uno de sus objetivos. Y en el caso del edificio diseñado por Daniel Libeskind ese es el punto de la crítica arquitectónica de Banksy. Un edificio que “parece que nunca quiso ser construido” y al que —en un comentario que, ahora quizás inconscientemente, recuerda a los de Le Corbusier tras visitar Nueva York— califica como tímido.
Sin embargo, el ataque de Banksy al proyecto de Libeskind no es el primero, ni el más duro, me parece. Herbert Muschamp, entonces crítico de arquitectura del NYT, tras haber dicho sobre el proyecto de Libeskind en diciembre del 2002 que “si buscan lo maravilloso, aquí ésta”, cambió de opinión y calificó al diseño como sin gusto, emocionalmente manipulador y una mezcla de nostalgia y kitsch. Casi un año después del artículo antes citado Muscham escribió otro en el que criticaba duramente, entre otras cosas, que la propuesta de Libeskind estaba “conformada por completo por preocupaciones formales que no reflejan ningún análisis serio de la estructura, la circulación o la organización interior.” Si se siguen los lineamientos formales de Libeskind —decía Muschamp— el trabajo de Childs, Nouvel, Maki y Foster —quienes colaborarían en el conjunto y “cuya experiencia y talento exceden por mucho a los de Libeskind”— “se reducirá al nivel de arquitectos ejecutivos.” Muschamp le reclamaba al diseño de Libeskind su homogeneidad y restricciones, incapaz de reflejar y condensar “las voces de la ciudad”.
Muschamp quizá fue el más duro crítico, pero no el único. Christopher Hawthorne, de Los Angeles Times, escribió en Slate en relación al debate entre Muschamp y los simpatizantes del diseño de Libeskind, que aquél había empezado a ver con otros ojos el inusual talento de Libeskind para tocar nuestras emociones y nuestro asombro ante la crueldad humana. “El reciente éxito de Libeskind se puede ligar directamente a la explotación de ese talento: no puedo pensar en un solo diseño de LIbeskind que no lo aproveche en un grado u otro.” Lo que parecía apropiado en el Museo Judío de Berlín, dice Hawthorne, resulta sospechoso en otros casos. Hawthorne cita también a Martin Filler, crítico de The New Republic, quien llamó a Libeskind un “empresario de la conmemoración”.
En fin, si recordamos lo que hace diez años dijeron varios críticos de arquitectura, la obra/crítica arquitectónica de Banksy hace sentido: el nuevo edificio del WTC en Nueva York de Liebeskind puede estar a la altura en metros —o pies, con sus simbólicos 1,776 de altura— pero nos recuerda a qué grado la vulgaridad y la banalidad se hacen sentir en mucha de la gran arquitectura contemporánea.
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