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Columnas

Baila conmigo, Porfirio. O prefieres bailar con Wendy.

Baila conmigo, Porfirio. O prefieres bailar con Wendy.

11 julio, 2023
por Liana Vázquez

Evaristo murió, le dice la mujer seria y el hombre la mira fijamente. Hay una tristeza espesa que los envuelve a ambos. De los ojos de él salen lágrimas a borbotones. Pareciera que todas las lágrimas del mundo estaban guardadas en esos dos ojos y la noticia de la muerte del amante les dio permiso de salir. La esposa lo mira, inalterable: Entonces, La Boheme o Tacubaya. Él es Ignacio de la Torre y Mier y ella, su esposa, Amada Díaz, la hija favorita de Porfirio Díaz. Y esos son los últimos minutos de la película El baile de los 41 que cuenta, quizás con tintes novelados, un hecho real que ocurrió en México en 1901 y que revolvió a la conservadora sociedad de la época. En una redada policial habían encontrado a 41 hombres en actitudes ‘inadecuadas’, algunos con vestidos y maquillaje, y los habían apresado por conducta lasciva. Maricones, les dijeron en la prensa a modo de burla y casi todos terminaron presos, torturados, o muertos. Menos Ignacio. A él lo ¿salvó? su suegro. No por afecto, sino por nombre. Lo más importante que tiene una familia es su reputación.

Casi 120 años después, cuando el hecho se convirtió en película, no faltaron los señores que dijeron alto y claro que ellos no veían películas de maricones. Pero qué sorpresa hay ahí, si ahora mismo México entero está siendo testigo en televisión abierta de los comportamientos prejuiciosos, disfrazados como siempre tras el chiste, de un grupo de gente ‘famosa’ hacia una mujer transexual. Y el público se ríe. Es probable que la gran mayoría ni siquiera entienda qué de lo que está pasando está mal. Yo diría que Wendy tampoco lo sabe, y no es su culpa. Ella hace lo mejor que puede con las herramientas que tiene. Incluso gracias a ella, se han nombrado cosas, hay términos que nunca antes se habían manejado en televisión y que aparecen por ahí. Entre risas. Pero aparecen. Dando hasta un poco de ternura. Pero eso no es suficiente. Para mí, resulta obvio que Wendy es la absoluta ganadora. Pero el circo a su alrededor es innegablemente desconsiderado e irrespetuoso. También innecesario.

Es un hecho. La educación en la diversidad es un pendiente social. Estamos acostumbradas a interpretar el mundo desde la normatividad y el binarismo, y el resto del espectro, con todos sus matices, se queda afuera. La única manera de solucionar esto es informar, educar, hacerlo visible hasta normalizarlo porque lo que no se nombra, no existe. Y existir, simple y llanamente, es derecho de todas las personas.

Hace unos meses el Museo de Arte Moderno inauguró la exposición Imaginaciones radicales. Una lectura disidente de la colección del MAM que constituye una relectura de obras de su acervo en diálogo con otras producidas por artistas invitadxs y provenientes de otras colecciones. Curada por el equipo del propio Museo, la muestra se aleja de tópicos conocidos y se adentra de manera consciente en la perspectiva de ‘lo diverso’. Es un acercamiento a esta forma otra de revisar la Historia del Arte desde la identidad de quién la produce. En este caso desde la identidad queer.

La museografía de la exposición no es particularmente innovadora. Está organizada por núcleos temáticos con alguna cronología y dispersas por la sala encontramos definiciones como cisgénero, transgénero, bisexualidad, heterosexualidad, binarismo, género, heteronormatividad, etcétera, que al menos colocan sobre la mesa conceptos que, a estas alturas, deberían ser manejados con naturalidad. Hay un extenso registro fotográfico y archivos de prensa que testimonian lo que sucedía en los primeros años del siglo XX y que no hacen más que ilustrar que las disidencias sexuales han existido siempre. Al final del recorrido, hay un par de mesas con libros que se acercan a temas de la diversidad. Y lo digo así en general, porque encontramos desde Amora de Rosa María Roffiel, que es un libro vital dentro de la literatura mexicana sobre las relaciones entre mujeres; hasta la novela gráfica Heartstopper, de Alice Oseman, que ilustra el amor adolescente entre dos chicos, un bestseller que se convirtió en una de las series de streaming más vistas en los últimos tiempos.

Pero desde mi punto de vista lo más interesante de la exposición es la selección de obras y como estas se relacionan entre sí. Hay una marcada diferencia de enfoques, de discursos y de manifestaciones. Encontramos, por ejemplo, un cuadro de Juan Soriano, pintor moderno abiertamente homosexual, que retrata a un amigo con manicura francesa, cerca del Cuauhtémoc pintado en 1986 por Javier de la Garza y que muestra al héroe adornado y maquillado portando un penacho de plumas cuyos colores irremediablemente recuerdan a la bandera del Orgullo. Tanto la postura de la figura pintada por Soriano, como el marco de la pintura de De la Garza, adornado con delicadas flores blancas y un ribete dorado, podrían ser asociados por muchos con la feminidad. Aunque en este caso, ambos artistas están representando fragmentos de una realidad que para ellos no es ni femenina, ni masculina, sino simplemente cotidiana. O el anticuario que pintó Roberto Montenegro que reúne en su actitud y ornamentos casi todos los elementos que se le criticaban a este pintor y al resto de Los Contemporáneos mientras eran acusados de querer afeminar la literatura y el arte mexicanos en la época, defendidos estos acérrimamente por la corriente muralista. O Nahúm B. Zenil que en el retrato Yo y Yo de 1981 se pinta dos veces, una con traje y otra con vestido, una con gomina en el pelo y otra con una tiara, representando la aparente dicotomía que atraviesa su vida, donde los términos femenino y masculino pierden el sentido para transformarse en una única identidad, la suya. O el Encantamiento de Julio Galán, figura imprescindible para ilustrar la libertad creativa alejada de la heteronorma y del binarismo. Con una figura sin género completamente desnuda cuyas ropas, también sin género, sobrevuelan su cabeza.

Otras obras se enfocan en la ruptura de las normas sociales establecidas, como el niño con uniforme deportivo que aún en medio de un partido de fútbol, está sentado sobre pétalos y rosas y una luz teatral incide sobre él, iluminando su verdadera esencia más allá de lo que otros quieren que sea. O la pintura de color rosa que se hace notar sobre una pared azul y en ella un Fabian Cháirez usa un vestido de quinceañera mientras sostiene un machete. Sus tatuajes y el gesto que hace con su mano lo identifican como miembro de una pandilla conocida por su violencia extrema y a la vez la pieza grita de manera clara que hay ‘machos’ a los que le gustan otros ‘machos’. O Juanjo Saínz que se autorretrata al estilo de los clásicos de la escuela de pintura mexicana con Concha, su perrita y un vestido coincidentemente azul, repleto de transparencias. Por otro lado, Katia Tirado habla alto en su Exhivilización: Las perras en celo donde coloca a sus personajes femeninos en un espacio identificado como masculino, un ring de peleas, haciéndose eco de la idea asentada de que las mujeres son siempre competencia entre ellas y aprovechando además para hacer una crítica sagaz a una sociedad heteropatriarcal donde el falo deviene centro absoluto de poder. Finalmente los exvotos de Emmanuel Spintla, que recuerdan pequeñas historietas kitsch que desacralizan las figuras religiosas de San Bartolo, San Sebastián, San Antonio y hasta los Reyes Magos poniendo sobre la mesa, en una sociedad tan creyente como la nuestra, si el amor de Dios depende o no, de a quien metes en tu cama.

Es paradójico, como más allá de su significado intrínseco, las obras de esta exposición se resemantizan con el simple gesto de convivir en un espacio ordenado en función de un concepto específico. Si bien no es la primera muestra que reúne obras de este tipo, ni es la primera curaduría que se arma en función de una definición de ‘lo diverso’. La importancia que tiene Imaginaciones radicales. Una lectura disidente de la colección del MAM radica en que abre el diálogo en un espacio más público. Un espacio que recibe personas de los más diversos puntos geográficos, estratos sociales, generaciones, partidos políticos, formas de pensar; y eso es a todas luces la casilla de salida para diversificar los discursos no solo en este Museo, sino en los espacios museísticos mexicanos en general. Esta muestra visibiliza personas que existen, que aman, que bailan. Personas que tienen muchísimo que decir.

Lo que no se nombra, no existe. Si en 1901 esos 41 hombres hubieran podido ser públicamente lo que realmente eran en la intimidad, ese fragmento triste de la historia, no hubiera tenido lugar. Ya llegó Evaristo, le dice la mujer sonriente. Él la mira a los ojos. Le besa la mano. Gracias, querida. Regresamos temprano. Y así vemos juntos La Casa de los Famosos.

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