Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
6 agosto, 2016
por Juan Palomar Verea
Millones de metros cuadrados. Todo el sol de esta latitud, y toda la copiosa lluvia de cada temporada. El clima la mayor parte del tiempo clemente. La posibilidad de aumentar muy sensiblemente la vegetación de la ciudad, de disminuir las emisiones de carbono. La alternativa de producir miles y miles de toneladas de verduras y frutas. Todo esto se desperdicia, se ignora o se desprecia en una ciudad privilegiada como Guadalajara.
Las azoteas son una parte vital de todas nuestras construcciones. De su salud y mantenimiento depende la correcta conservación de los inmuebles. Cualquier vuelo en helicóptero, cualquier observación desde un edificio alto muestra la evidencia: tenemos, en alta proporción, azoteas lamentables. Mal conservadas, abandonadas, llenas de triques inservibles y oxidados, estramancias, perros asoleados despiadadamente, techumbres improvisadas, charcos, etcétera. Muy pocas son habitables.
En latitudes y climas parecidos a los nuestros las azoteas son una parte integral de las casas, de los edificios. Se usan como estancias, lugares de recreo y aprovechamiento de la frescura, miradores, observatorios, huertos. Revísese lo que pasa en el sur de España y de Italia, en Marruecos, en toda la cuenca del Mediterráneo… Pero los modos de vivir locales y “modernos” nos han alejado de las azoteas. Existen grabados del siglo XVIII que muestran como en las casas coloniales las azoteas tenían parecidos usos. Actualmente, estos preciosos espacios son, simplemente, lugares de servicio, áreas olvidadas y casi nada frecuentadas si no es que para, a veces, tender ropa o enderezar una antena más.
Recientemente, una disposición del ayuntamiento de París determinó que todos los techos de las nuevas construcciones estarán vegetados, serán espacios verdes. Y existe un programa para reconvertir todas las posibles azoteas ya existentes.
Así, existe en Guadalajara una enorme reserva de metros cuadrados con un insospechado potencial benéfico. En favor de cada habitante, en favor de la ecología y la habitabilidad de la ciudad. Aprovechar este potencial es una labor muy amplia, pero altamente factible. De parte de las autoridades correspondientes, estatales y municipales, se requiere una vigorosa campaña de convencimiento en favor de las azoteas verdes. Esto, acompañado de un muy claro y certero manual de cómo volver a las azoteas en espacios habitables y verdes.
Y también actuar caso por caso y metódicamente, con la ayuda de los miles de arquitectos, ingenieros y estudiantes de estas disciplinas. Analizando cada circunstancia doméstica (o comercial o institucional) es muy factible determinar precisamente cómo tener un acceso practicable y cómodo a la azotea, cómo reacomodar el tilichero existente, cómo instalar terrazas y cubiertas ligeras, cómo vegetar adecuadamente el área, cómo disponer la siembra de frutales y hortalizas (con la asesoría de biólogos y agrónomos).
Guadalajara, todas las ciudades y pueblos de Jalisco, pueden tener una verdadera reconversión a través de la correcta e inteligente rehabilitación de sus azoteas. Miles y miles de lugares para el descanso y el esparcimiento, la convivencia, el cultivo recreativo y alimenticio, el impulso para tener poblaciones mucho más amables, con mejor calidad de vida, más sustentables. Espacios ganados ante la estrechez de tantos ámbitos domésticos y de trabajo. Para todo esto se necesita consciencia, lucidez, voluntad. Y un eficaz liderazgo oficial que sepa convocar a la población en la búsqueda de mejores condiciones de vida.
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