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Automóviles: el costo del tiempo perdido

Automóviles: el costo del tiempo perdido

18 septiembre, 2017
por Juan Palomar Verea

 

Datos periodísticos afirman que a diario ingresan al “parque vehicular” alrededor de 380 nuevas unidades. Un mapa de la vialidad de la Guadalajara metropolitana podría mostrar los cada vez más numerosos puntos, o corredores completos, que se encuentran ya colapsados en distintos lapsos por la aglomeración de coches. El aumento cotidiano de vehículos es, en sí mismo, un grave incremento a una enfermedad que atenta contra la salud y la calidad de vida de toda la población: su principal efecto es el desperdicio del tiempo, el más valioso, e irrecuperable, bien personal. (Un reportaje de El Informador, -4/II/2015- por ejemplo, establece que cada vehículo “circulando” en nuestras calles pasa un 33% del tiempo detenido: el dato es más que elocuente.)

En cada vez más numerosas ciudades del mundo se han establecido ya planes concretos para reducir el tráfico automotriz, e incluso eliminarlo de distritos urbanos completos. Esto no es más que la manifestación patente de una realidad: el abuso del uso del coche particular es un ataque directo al bien común, y la sociedad, democráticamente, debe hacer frente y poner remedio a este continuo atentado a la salud pública. Contaminación, congestión que cunde como una infección, dispendio de espacios públicos, deterioro de la imagen urbana y el patrimonio, disminución acelerada de la calidad de vida: algunos de los efectos perniciosos.

La obligada contestación de los usuarios del coche es: si hubiera un transporte público digno y eficaz prescindiría del vehículo. Y entre nosotros, es más que conocida la problemática de los medios de movilidad colectiva, la crónica carencia de recursos para actualizarlos. El problema, así, se muerde la cola, y sigue creciendo.

Como en todos los grandes retos que enfrenta la colectividad, el fondo del tema está en un efectivo cambio de actitud del común de la gente. Entre todos estamos provocando una grave merma a la calidad de vida: todos necesitamos hacer algo al respecto. Posiblemente el primer argumento es el del tiempo personal: ¿cuántas horas al día, al año, estamos dispuestos a seguir tirando a la basura en aras de un sistema de movilidad que no solamente no tiene remedio, sino que empeora cada día?

Es más que sabido que los intereses que se favorecen del fenómeno automovilístico son muy cuantiosos. Con todo y ello, allí están las mencionadas ciudades que, con la fuerza de la voluntad de los electores, están reencauzando todo ese sistema. También es conocida la frecuente actitud abúlica y comodona de muchos automovilistas, que simplemente ignoran al enorme problema del que son parte, e insistentemente demandan más onerosísimas obras viales que quedarán, en el corto plazo, también obsoletas.

Hay un gasto social muy importante en todo lo que concierne a la tenencia, manutención y uso del auto. ¿Cómo transferir una parte significativa de esos recursos para obtener un transporte colectivo adecuado? Es la pregunta que, mucho más allá de las politiquerías, deben contestar los dirigentes políticos. Impulsar el transporte en bicicleta tiene grandes bondades, pero es indispensable ir mucho más allá, utilizar todos los posibles recursos y alternativas para regular un problema que es ya muy grave. La primera condición es lograr el consenso ciudadano, el apoyo popular para políticas y medidas de transporte que devuelvan a la sociedad una calidad de vida ahora perdida.

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