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Columnas

Arquitecturas del palo selfi

Arquitecturas del palo selfi

31 enero, 2018
por Georgina Cebey

 

Han transcurrido trece años de la inauguración del Monumento a los judíos asesinados en Europa, el memorial que en pleno centro de Berlín recuerda a las víctimas judías del holocausto. En 2005, cuando el arquitecto Peter Eisenman dio a conocer su proyecto, lo describió como una especie de laberinto que, compuesto por bloques de concreto de alturas variables , erigidas sobre una topografía irregular, invitaba al usuario a perderse en él. Una vez adentrado en ese bosque gris y frío, el visitante sentiría un poco de la asfixia y encierro, un pequeño recordatorio de lo experimentado por las víctimas de holocausto. En 2005 faltaban todavía dos años para que Apple lanzara el primer teléfono inteligente, el mismo con el que los primeros compradores se harían fotos de ellos mismos, provocando el nacimiento del autorretrato posmoderno, la selfi. La posibilidad de contar con un dispositivo con cámara frontal o incluso un brazo extensible para sacar autofotos —hoy en día conocido como “palo selfi” o “selfie stick”— todavía era remota.

Fotografía: Boris Thaser | Licencia CC-BY 2.0. Flickr

 

Desde sus inicios, el memorial y sus 2,711 estelas de concreto extendidas como una cuadrícula de 19 mil metros cuadrados, llamó la atención de algunos visitantes para quienes el espacio funcionaba más como un lugar recreativo, como el sitio idóneo para practicar acrobacias de parkour o incluso como el fondo original para una fotografía, y no como un espacio para reflexionar una de las peores tragedias del siglo XX. Tal vez esto era parte de lo que Esienman pretendía cuando propuso un monumento sin simbolismos, un espacio que, aunque se definía como insignia espacial sobre un momento histórico delicado, carecía de explicaciones escritas, fichas didácticas o los nombres de los muertos. Una de las consecuencias de esta propuesta es que muchos de los visitantes no saben que se encuentran en un memorial, y eso difícilmente sea su culpa. Un guardia encargado de bajar a los entusiastas de las poses extremas de las estelas, también les explica que están en un memorial y los invita a visitar la exposición que, en el museo subterráneo que subyace la explanada, detalla los horrores. El visitante que recorre ese museo y conoce los nombres de las víctimas del holocausto, tal vez cambia sus modales luego de la lección de historia.

Vista aérea del Monumento a los judíos asesinados en Europa. Wikipedia

 

Si a esta característica de “neutralidad” del espacio —que quizá delata la incapacidad del lugar para establecer un puente directo para meditar sobre el pasado: un vacío simbólico que retrata la respuesta moderada de una sociedad contemporánea que lidia con un pasado sombrío e incluso vergonzoso—, sumamos el fenómeno de la selfi como ejercicio de documentación de la experiencia que alcanza con las redes sociales y, específicamente, en el turismo de masas, un despliegue de enormes proporciones, no es extraño que el memorial del holocausto sea un entorno en el que los palos para el autorretrato abunden como herramienta para capturar a los amigos que simulan jugar a las escondidas entre los pilares del monumento; a la chicas que hacen un “duckface” y juegan con la geometría de la cuadricula gris; al yoguini que unas horas después subirá a su Instagram una colección de complejas contorsiones realizadas sobre una estela del memorial; o incluso a la pareja que sobre una de las columnas de Eisenman, remata con un beso apasionado la postal de su viaje de bodas. La selfi es una nueva manera de aproximación al mundo; en ella, el espacio representado tiene significaciones dramáticamente opuestas a las del espacio real. En el caso del memorial del holocausto, el palo selfi funciona como herramienta que desacraliza el espacio; con la selfi se borra la solemnidad y el impulso memorialístico, los componentes emocionales del espacio se diluyen en la pantalla.

Fotografía: Georgina Cebey

 

En muchas de los sitios histórico-turísticos de Berlín, el palo selfi permanece. La calle Mühlenstrasse en Friedrichshain, famosa porque en ella se encuentran los restos del muro de Berlín hoy es una pasarela del selfie stick. La gente hace filas, posa y sonríe. Si uno se detiene a contemplar el muro es posible provocar miradas de desaprobación de las hordas de turistas para quienes el sitio es nada menos que la escenografía obligada para dar cuenta de un viaje en cualquier red social. El simple acto de contemplación sin una cámara es hoy equivalente a estorbar. (También ahí ha llegado la moda de los candados del amor y un fragmento de reja incrustado en el muro luce atiborrado de estos “símbolos de la unión”: la metáfora es inquietante, los visitantes sellan su amor poniendo un candado con sus iniciales sobre un muro que dividió al mundo, ¿sabrán los enamorados que esa muralla separó a más de una pareja?) Frente a los restos del muro de Berlín, en un espacio antes asociado a la decadencia, en 2008 se levantó la Arena Mercedes Benz, un estadio gigante que está siendo completado con oficinas, cines y un centro comercial, todo un universo cristalino e impecable. A unos metros del punto donde se suponía que el siglo XX terminaba, hoy Britney Spears canta Baby one more time y Shakira muestra los mejores pasos de baile de Barranquilla en conciertos masivos. El muro de Berlín suena a música pop. Como imagen, en la pantalla de un teléfono, el residuo histórico ya no comunica nada.

Fotografía: Georgina Cebey

 

Walter Benjamin escribió que las exposiciones universales podían comprenderse como “lugares de peregrinación hacia el fetiche llamado mercancía”. Podríamos pensar que el equivalente actual de las exposiciones universales son estos espacios que se han consagrado como centros de reunión del turismo de masas; los peregrinos –o turistas– contemporáneos, han hecho de la selfi su nuevo fetiche. No es extraño que en estas fotos los componentes simbólicos del espacio se borren pues, después de todo, el ritual del palo selfi y la selfi turística son apenas fragmentos de un universo capitalista incompatible con experiencias como la historia o la memoria.

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