Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
3 mayo, 2014
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
La sociedad desea violentamente una cosa que obtendrá o no. Todo depende de eso, del esfuerzo que hagamos y de la atención que acordemos a esos síntomas alarmantes. Arquitectura o revolución. Podemos evitar la revolución”
Al menos eso escribió Le Corbusier hace ya casi un siglo y sabemos que, pese a los limitados esfuerzos de los arquitectos, la arquitectura no ha evitado ninguna revolución o revuelta o crisis financiera. Si acaso ha contribuido a generar alguna. Será que los arquitectos, tal vez, ni nos esforzamos lo suficiente ni hemos dedicado la atención necesaria. Eso pensaban, a principios de 1974, varios estudiantes y un profesor de la Architectural Association de Londres, cuando fundaron el Architects Revolutionary Council.
Gracias a Pablo Kobayashi llego a los manifiestos y a la historia de este grupo que en un blog define como “una venganza comunista contra el Royal Institute of British Architects (RIBA)” —mientras que el mismo blog, architecture revolution, se define como “una red social positiva para la creación de arquitectura para los arquitectos y sus derechos.” De manera menos esquemática —¿venganza comunista vs. red social positiva?— en Spatial Agency dicen que era un pequeño grupo descrito como “el enfant terrible de los grupos de arquitectura radical, temido, consentido, despreciado y del que incluso se burlaban“. Edward Bottoms dice que el grupo surgió de la unit 1 de la AA cuyo líder era Brian Anson, un arquitecto “incansable en sus batallas por aquellos cuyos problemas no son atendidos o se piensan insuperables,” según se lee en su obituario, publicado en The Guardian el 17 de diciembre del 2009 y escrito, ni más mi menos, por Richard Rogers.
Rogers cuenta que en los años 60 Anson perdió su trabajo en el Greater London council por apoyar a los residentes locales contra los planes de gubernamentales para demoler edificios históricos y construir un “monstruoso desarrollo dominado por el automóvil.” También dice que Anson enseñó en la AA entre 1972 y 1980, y que siempre valoró el pensamiento de vanguardia y el activismo, enfocándose en trabajo comunitario. El objetivo de ARC no era sólo el RIBA —al que en un cartón satiriza como Represor, Insensible, Brutal y Arrogante—sino la idea de arquitecto que promovía y que podríamos decir es la misma de nuestros colegios —aunque eso es suponer que éstos tienen ideas y promueven algo. La filosofía de ARC, explica Bottoms, se basaba en la creencia que los arquitectos deberían dejar inmediatamente de trabajar “sólo para una minoría con dinero y poder o para la dictadura burocrática de gobiernos centrales o locales y ofrecer sus habilidades y servicios a la comunidad local”. Comunistas, pues.
Con habilidad de publicista, los de ARC presentaban sus ideas en manifiestos y viñetas con frases tan cortas como duras: “¿si el crimen no paga, de donde sacan su dinero los arquitectos?” “¿Conoces a esta gente? —preguntan bajo la fotografía de un grupo— Probablemente no, pero como arquitecto tal vez estuviste involucrado en un proyecto donde ellos antes vivían…” Y quizás el mejor, parodiando el logotipo de la RCA, un perro con el las letras RIBA en el collar se sienta atento ante un fonógrafo en el que se lee “la voz del amo: especuladores, desarrolladores, bancos, industrias multinacionales.”
En su manifiesto afirman, por ejemplo, que “la profesión de arquitecto, como hoy se sostiene, es un lujo reservado sólo para una minoría y el arquitecto está preso en la trampa de la escasa viabilidad económica y ganancia” y que los problemas que los arquitectos pueden resolver están a nuestro rededor, pero la gente que los padece no puede pagar a un arquitecto para que los ayude ni los arquitectos pueden costear hacerlo: una trampa que hay que romper.
Cualquiera que haga cuentas entre la cantidad de arquitectos y estudiantes de arquitectura en este país y vea el mínimo o prácticamente nulo efecto de la arquitectura en nuestras ciudades sabe que esto, aquí, sigue siendo cierto: hace poco Salvador Arroyo decía que en México hay un arquitecto por cada 724 habitantes; muchos arquitectos se preguntarán dónde están sus restantes 723 clientes y muchos, millones de habitantes jamás podrán —y, por tanto, jamás pensarán— contratar a un arquitecto. Los millones de viviendas que grotesca y groseramente calificamos como de interés social son otra prueba de ese problema. “El problema está ahí —les decía hace un par de años Cameron Sinclair, de Architecture for humanity a un auditorio conformado en su mayoría por estudiantes— si ustedes no lo atienden, lo haré yo” —recordemos que los problemas, para el filantrocapitalismo (como calificó Harry Brown el activismo de Bono) es literalmente una oportunidad de negocio.
Hoy, contra la disyuntiva corbusiana —arquitectura o revolución— el activismo setentero de ARC —revolución en la manera de trabajar del arquitecto— parece aun un cuestionamiento vigente.
PS. Sólo para documentar nuestro pesimismo hoy, día de la Santa Cruz y de los albañiles, una nota que publicó ayer la revista Proceso dice que en el país 2.5 millones de albañiles viven en la pobreza.
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