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Columnas

Arquitectura y demolición

Arquitectura y demolición

2 diciembre, 2016
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia

En la exposición La ciudad está allá afuera, recientemente inaugurada, una de las piezas que atrapa sin duda la mayor atención del público es Voto para demolición, de Gustavo Artigas. Una propuesta  intencionadamente polémica que parte de una pregunta muy sencilla: “Si pudieras elegir, ¿qué edificio demolerías de la Ciudad de México?” Arquitectos y estudios diversos como FR-EE, con su Museo Soumaya, o Teodoro González de León, con la Torre Virreyes, aparecen como algunos de los seis objetivos del artista. Concluida la exposición se recopilarán los votos emitidos y se realizará una demolición —ficticia y simbólica— del “ganador” utilizando tecnología digital, al tiempo que se redactará una carta al gobierno de la ciudad pidiendo la demolición real de dicho proyecto, como ya se hizo en los casos anteriores para Los Ángeles, Lisboa o Córdoba, en los que el artista ya ha presentado este trabajo.

Aunque un primer vistazo permite pensar que la votación planteada está afectada más que nada por criterios estéticos, da rienda suelta a los deseos de muchos que, alterados ante la imagen, ideas o estéticas que se desprenden del diseño de los arquitectos, quisieran ver alguna de estas construcciones reducidas a escombros. Así, y si bien el resultado depende mucho del sector de población que participe de tal encuesta, el ejercicio permite usar la ficción y la provocación para discutir qué ciudad tenemos. Ahora bien, el salto de la especulación a la realidad enfrenta condiciones burocráticas que llevarían el debate a nuevos términos. No es lo mismo decir que “habría que tirar tal edificio” que hacer el deseo realidad. Donde uno ve algo feo, otro puede encontrar valores históricos o arquitectónicos. En realidad, bien mirado, no es nada raro imaginarse ese debate. Alison y Peter Smithson desarrollaron un proyecto como Robin Hoods Garden, que terminó convirtiéndose en uno de los puntos calientes del debate patrimonial y arquitectónico de los últimos años y en los que entroncan diversos intereses, tanto sociales como económicos. Pero llegado el caso, ¿hay que conservar un edificio que, desde el punto de vista de su valor disciplinar supone un momento destacado, pero no es capaz de funcionar para aquello que se supone o porque los intereses de los que lo promovieron han cambiado? Los edificios caen por motivos diversos, desde la falta de logros sociales, como ocurrió con Pritt-Igoe, de Minoru Yamasaki, por intereses económicos, como fue el caso del Prentice Women’s Hospital de Chicago, o por falta de interés de los encargados de mantenerlo, como ocurrió con la Pagoda de Miguel Fisac en Madrid. Edificios que, por uno u otro motivo, han sido destacados dentro de la misma disciplina y cuyo derribo supone una perdida importante.

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Estas preguntas vuelven a la mesa ahora que el primer edificio de Tadao Ando —premio Pritzker de 1995— en el Reino Unido ha sido señalado como próximo objetivo a demoler.

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Ando, que no tiene el título de arquitecto sino que llegó a la profesión de forma autodidacta tras viajar por Europa África y los Estados Unidos viendo arquitectura, tiene en su legado algunos de los más destacados ejemplos de arquitectura del siglo XX. Su manejo de la luz y el concreto configura una plástica única y reconocible que permite imaginar espacios solemnes, silenciosos y llenos de misticismo. Unas características muy alejadas de las quejas de aquellos que promueven el derribo del Pabellón emplazado en Piccdilly Gardens, en Manchester, y que Ando ejecutó hace apenas 14 años, como parte de un plan de recuperación urbana. Las quejas actuales van dirigidas a lo duros y feos que resultan los muros del proyecto, asegurando que son “sombríos y deprimentes”. A esta propuesta de derribo sigue otra que plantea transformas el área en un lugar más abierto y amable a fin de mejorar tanto la seguridad del espacio como su la calidad estética, indeseable para muchos y que ya gozaba en 2013 de una propuesta de transformación que consistía en cubrir de vegetación el muro de concreto. Una propuesta que, por entonces, no fue acogida con desagrado por el arquitecto, capaz de reconocer el disgusto social por encima de su criterio personal: “la arquitectura evoluciona —dijo— y nosotros, como arquitectos, debemos cuidar de los edificios y nutrirlos”. Una visión muy diferente de aquella otra polémica que implicó a otro muro “de autor”; la obra Tilted Arc de Richard Serra tuvo una experiencia similar cuando solicitaron su eliminación. Por entonces el artista aludió a los derechos de autor, a la destrucción de una pieza de sitio especifico y a que afectaba a un cuerpo de obra mayor. Sin embargo, no debemos olvidar, no se debieran priorizar nombres sobre lo colectivo, sino entender que la arquitectura –o el espacio público– no puede quedarse en imágenes fijas, más bien envejece, se equivoca, se transforma, cae, y la ciudad sigue. 

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Imagen de la propuesta de transformación de la plaza.

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