Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
17 julio, 2019
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Durante alguna de sus conferencias el famoso historiador francés Fernand Braudel dijo que era sabido que “en los libros de historia tradicional, el hombre ni come ni bebe.” En los libros de historia de la arquitectura generalmente los hombres tampoco comen ni beben y sus cuerpos casi no ocupan volumen en las habitaciones que no recorren más que con una mirada distante. En los libros de historia de la arquitectura cuando se habla de algunos hombres es así, en masculino, por supuesto, y en referencia principalmente al autor, individual, y si acaso a algún cliente pero pensado así, como quien realiza un encargo y no necesariamente como quien finalmente ocupará un espacio, comiendo, bebiendo y viviendo.
En los textos escritos por Andrés Jaque y reunidos en el libro recién publicado, Mies y la gata Niebla, ensayos sobre arquitectura y cosmopolítica (Puente editores, Barcelona, 2019), hay además de hombres animales, como la gata Niebla que vivió, dice Jaque, casi toda su vida en el sótano que el Pabellón que diseñaron Mies y Lilly Reich en Barcelona en 1929 no tenía pero sí tiene la reconstrucción casi facsímil que hicieron Cristian Cirici, Fernando Ramos e Ignasi de Solà-Morales en 1986, ocupada en cazar ratones y quedándose ciega por jamás haber visto la luz. Aparecen también James Franco y Ji Jin-hee o al menos sus dobles donantes de esperma en una historia que involucra “el diseño y la producción de seres humanos resultantes de la colaboración entre clínicas de fertilidad, agencias de maternidad subrogada, despachos de abogados y bancos,” pasando por el hotel Mandarin Oriental de Columbus Circle, en Nueva York, e involucrando a parejas de millonarios chinos o mexicanos que buscan hijos perfectos cuya perfección incluye la doble nacionalidad, estadounidense y china o mexicana. Y aparecen Gladys y Jorge, John y Onil o Juan y Vilma en sus casas en Pasadena, California. O Joel Simkhai, que nació en 1976 en Tel Aviv pero creció en Mamaroneck, Nueva York y fundó en el 2009 Grindr, “una aplicación geosocial destinada principalmente a un público gay”, dice Wikipedia, y que para Jaque no sólo “crea un tipo de espacio multiplicado donde coexisten, y a menudo colaboran y entran en conflicto, configuraciones tecnohumanas diversas, pero simultáneas,” sino que tiene así efectos muy visibles en el urbanismo offline de los espacios queer de las ciudades. Así que en estos textos de Jaque hay historias y una crítica de la arquitectura y el urbanismo en las que, excepcionalmente, en ambos sentidos del término, no sólo hay hombres que comen y beben sino hombres y mujeres que se tocan, ligan, tienen hijos por inseminación in vitro y en vientres alquilados a kilómetros de distancia y gatas que no pueden ver el espacio que tampoco verán quienes visiten el Pabellón que replica al de Mies y Reich en Barcelona.
Andrés Jaque nació en Madrid en 1971 y se recibió como arquitecto en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de esa ciudad en 1998, en donde también se doctoró en 2016. Ha enseñado en Princeton, el MIT, la AA y el Berlage Institute, entre otras escuelas, y hoy dirige el programa en Diseño Arquitectónico Avanzado en Columbia. En la introducción a su libro, Marina Otero dice que su trabajo “ha suspuesto una transformación radical de la forma en que la arquitectura se entiende, se comunica y se practica.” Y esto habría que entenderlo en relación a lo que la filósofa e historiadora de la ciencia belga Isabelle Stengers explica sobre el concepto que acuñó, la cosmopolítica:
“Pretendo caracterizar esta propuesta no como algo diseñado para «generalistas»; tiene sentido sólo en situaciones concretas en las que se opera en la práctica. Requiere incluso de practicantes —y este es un problema político, no cosmopolítico— que hayan aprendido a encogerse de hombros ante los reclamos de teóricos que generalizan y los definen como subordinados a cargo de la tarea de «ejecutar» una teoría o que capturan su práctica como una ilustración de una teoría.”
Los textos de Jaque no son, pues, teoría, en un sentido que hoy quizá ya no tenga sentido, sino parte de su práctica. Son, junto con sus edificios y sus instalaciones, proyectos de un quehacer arquitectónico cosmopolítico que presta atención a las minucias, que las desmenuza y pone en contexto afirmando que “no existe un divorcio entre la arquitectura y los procesos mediante los cuales se construyen las sociedades” y que, por lo mismo, “no existe la opción de una arquitectura neutral.” La arquitectura de Jaque —porque sí, estos textos son arquitectura— va de la casa suburbana al sótano del pabellón rehecho y la gata ciega que lo habitó pasando por lofts neoyorkino donde se produce porno y otros, lujosísimos, donde ventanas herméticas y con vidrios entintados reproducen el azul del cielo visto en el render que los ofrece en revistas de pornografía inmobiliaria para dejarnos claro, en lo posible, que “la arquitectura es transmediática porque siempre se produce en la mediación y esa mediación no tiene ni comienzo, ni destino; sólo tránsito.”
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