Carme Pinós. Escenarios para la vida
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¡Felices fiestas!
15 septiembre, 2014
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
El pasado julio se conoció la noticia que una ciudad en China había sido completamente cerrada y puesta en cuarentena tras descubrir que uno de sus vecinos murió de peste bubónica. Del mismo modo, las noticias que llegaban desde África ofrecían una serie de imágenes de personas aisladas dentro de grandes contenedores que los separan del medio del exterior y reducir el riesgo de contagio, aislándolos y controlando cada uno de sus comportamientos.
Las pandemias y demás enfermedades contagiosas, contrariamente de lo que pueda parecer, se han manifestado en la arquitectura en muchas ocasiones, produciendo una relación directa con la manera de practicar el espacio que habitamos. Es sabido como las teorías higienistas reformularon ciudades, hicieron aparecer normativas de seguridad y salubridad, trajeron nuevos materiales e incluso nuevos hábitos – por ejemplo, el inodoro que conocemos ahora, tan asumido hoy como una parte vital de nuestra domesticidad, no aparece como parte integral de la casa hasta final del siglo XIX cuando las distintas instituciones sanitarias obligan a su utilización. Así mismo, la aparición del Movimiento higienista desarrollado a principios del siglo XX buscaba formalizar arquitectónicamente las teorías y trabajos de médicos contra la insalubridad de las viviendas que propiciaban la propagación de enfermedades como la tuberculosis. Este movimiento trajo consigo el desarrollo de una arquitectura racional que se inspiraba en el modelo hospitalitario proponiendo aspectos como mejor ventilación o mayor cantidad de horas de sol gracias al uso de mayores ventanas, al tiempo que prodigaba la eliminación de la vieja –y enferma– ciudad industrial que sería sustituida por una nueva, moderna que albergaría a un “hombre nuevo”.
En varios de sus escritos, Michel Foucault hace un análisis del control y el poder para trazar la historia de la sociedad disciplinaria –propia por otra parte de cárceles y de esa arquitectura hospitalaria. Para ello recurre, como otras tantas veces, al origen del asunto a tratar. Foucault, sin hablar estrictamente de arquitectura, toma el caso de dos enfermedades, la lepra y la peste, y expone el comportamiento espacial que producen: el de la lepra, que funciona por expulsión –en la Edad Media los que sufrían esta enfermedad eran expulsados fuera de las murallas de la misma– y el de la peste, que sería el modelo de la sociedad disciplinaria, donde cada individuo pasa a ser vigilado y controlado. En este segundo modelo “el espacio está recortado, cerrado, continuamente vigilado y controlado (…) Los lugares son asignados funcionalmente”. Con la peste, aparece la subdivisión espacial –a cada cual su espacio– y cada individuo que ha sido expuesto a la enfermedad es, en potencia, un peligro y por ello debe ser completamente vigilado. De ahí el encierro al que se somete a los ciudadanos de la ciudad china.
Así surge un conflicto del que participa la arquitectura. Un modelo higienista basado en sistemas hospitaliarios –que en caso de la ciudad china es la ciudad misma– construye, con buena voluntad, edificios que buscan una mejora social pero acaba, en muchos casos sin pretenderlo, por construir una sociedad donde cada individuo es controlado. Como expone el filósofo francés: “A la peste responde el orden; tiene por función desenredar todas las confusiones: la de la enfermedad que se trasmite cuando los cuerpos se mezclan (…) Contra la peste que es mezcla, la disciplina –que podríamos asumir como manifestada en la arquitectura– hace valer su poder”.
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