Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
21 octubre, 2019
por Juan Palomar Verea
A mediados de los años sesenta del pasado siglo se presentó en el Museo de Arte Moderno de Nueva York una exposición seminal: Arquitectura sin arquitectos: una breve introducción a la arquitectura sin pedigrí. Su autor fue Bernard Rudofsky, un coleccionista, escritor, maestro y arquitecto austriaco-norteamericano. Vivió de 1905 a 1988. Al mismo tiempo que la exposición, Rudofsky publicó sus contenidos en forma de libro.
Pocas publicaciones arquitectónicas en el siglo XX tuvieron la repercusión de Arquitectura sin arquitectos. A esas alturas, 1964, el movimiento moderno se imponía en toda la línea, y el llamado estilo internacional era la norma casi exclusiva con la que en amplias regiones del planeta se enfocaban las nuevas hechuras constructivas. Como resultado, las arquitecturas tradicionales se vieron desplazadas y relegadas a ser vistas como meras expresiones “folclóricas”. Todo eran materiales que se juzgaban modernos, sistemas constructivos supuestamente en serie, y expresiones arquitectónicas en tantos casos neutras y anónimas.
Pero, ciertamente, existía una potente presencia de toda esa arquitectura popular, apegada a sus raíces físicas y espirituales, que no tenía, sin embargo, la difusión y el “prestigio” de las arquitecturas que a la sazón, para usar el término de Rudofsky, contaban con “pedigrí”. Detrás de este hecho se levantaba toda la historiografía canónica que se había centrado obsesivamente en una visión de la arquitectura apegada a las rígidas normas del movimiento moderno.
Arquitectura sin arquitectos: o más bien, arquitectos anónimos, o más bien, arquitectos con nombre y apellido, pero conocidos solamente por su comunidad. Son los que, durante milenios, han sabido levantar no solamente arquitecturas individuales, sino contextos construidos en estrecho acuerdo con las necesidades de sus habitantes. Usando los materiales locales, las técnicas constructivas lógicas y, sobre todo, las expresiones arquitectónicas capaces de hablar al corazón y el intelecto de los usuarios.
El medio jalisciense contó con una similar manera de hacer arquitectura por siglos. El desarrollismo, la imitación de los modelos “modernos”, la irreflexión y el consumismo, entre otros factores, propiciaron, precisamente a mediados de los años sesenta del pasado siglo, un quiebre. Decenas de poblaciones vieron arruinadas su integridad y su valía como expresión legítima y pertinente de los modos de vida de la colectividad.
Sin embargo, al mismo tiempo apareció, como una campanada, el libro de Rudofsky. Para algunos arquitectos, y sobre todo, para muchos estudiantes, Arquitectura sin arquitectos constituyó no solamente un recordatorio, sino un llamado a volver a considerar integralmente la cultura y la arquitectura populares. De allí, tal vez, la revaluación de la Escuela Tapatía de Arquitectura y el trayecto de sus integrantes, empezando por Luis Barragán. Y esas lecciones son hoy vigentes.
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