Inflexiones: convertirse en lo que aún está por ser
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1 diciembre, 2011
por Andrea Griborio | Twitter: andrea_griborio | Instagram: andremonida
En escenarios como las ciudades latinoamericanas, caracterizadas por sus altos índices de informalidad, encontrar la solución a los problemas espaciales se convierte en oficio comunitario, modo de supervivencia y reto del quehacer cotidiano, ante los más grandes asentamientos espontáneos establecidos empíricamente. Éstos conformaron grandes manchas o cinturones de periferias desarrollados a partir de la necesidad por establecerse y movilizarse ante determinadas condiciones políticas, sociales y económicas.
La idea del arquitecto como aquel que sólo diseña y supervisa la construcción de un edificio, nos mantuvo históricamente alejados de la realidad cotidiana. Colocó la disciplina en la búsqueda de un enfoque icónico, referencial y mediático, en el que la pieza o proyecto fuese visto como producto firmado, sello o plan de comercialización. La naturaleza de la arquitectura va más allá de la presencia o ausencia de la edificación, su carácter es establecer los límites entre los lugares y sus relaciones a partir de la intervención del espacio, al constreñirlo y limitarlo.
Entendiendo esta naturaleza podemos pensar en el papel del arquitecto y su relación con el espacio, como “profesionales espaciales” según Markus Miessen y Shumon Basar o bien, como lo plantean Ethel Baraona y César Reyes, “arquitectos como agitadores sociales”. Toda acción e intervención realizada en el espacio por un grupo de personas pasa a formar parte de su realidad cotidiana y a la vez construye la narrativa del desarrollo y crecimiento de nuestras ciudades. Esto ha obligado a que el arquitecto estudie y analice las soluciones de actuación y relación como profesionales en escena, buscando el antídoto, la acción preventiva o convirtiéndose en la terapia constante que acompañe las iniciativas de apropiación del espacio.
En el afán de atender las acciones espaciales del ejercicio cotidiano de nuestras ciudades, la academia enfocó su mirada a éstos, apoyando a diferentes instancias avocadas a trabajar de manera activa en las tareas que implican la modificación, uso y apropiación del espacio con la participación ciudadana. Algunos ejemplos son iniciativas como Fundasal en El Salvador o Hábitat LUZ en Venezuela, estrategias como catalizadores sociales y de rehabilitación de barrios.
Al hacer un mapeo sobre nuestras ciudades, notamos que las acciones que afectan el espacio no son una preocupación. Referencias vagas para nuestra profesión como las nombradas anteriormente pierden fuerza ante la velocidad de los acontecimientos de los ejercicios cotidianos, que para los arquitectos suelen parecer ajenos. De las recientes y afamadas crisis, de los intentos académicos por formalizar lo informal, de lo rápido y efectivo que es el acceso a la información, y del entendimiento de las especificidades de cada contexto, parece surgir en algunos contextos la tendencia de una arquitectura que realmente se ocupe del espacio, de la sociedad y por ende, de la ciudad.
Esto se traduce en prácticas lideradas por jóvenes despachos emergentes que enfocan su práctica a estas realidades mientras se alejan de la arquitectura del estrellato (la Oficina Informal de Colombia, los ecuatorianos de Al Borde o LabPROFAB en Venezuela). “La profesión del arquitecto se vuelve cada vez más difusa e incluso anecdótica entre las diversas iniciativas socio-políticas de apropiación y uso del espacio público” (dpr-barcelona, 2009). El futuro de los ejercicios cotidianos requiere procesos y disciplinas que permitan un acercamiento a la realidad social, demandando una visión abierta, inclusiva, creativa y compleja, que estimule acciones, debates e incluso especulaciones sobre los quehaceres de la sociedad, a partir de las prácticas espaciales.
Escuela Nueva Esperanza
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