Serie Juárez (I): inmovilidad integrada
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9 octubre, 2016
por Pablo Emilio Aguilar Reyes | Twitter: pabloemilio
Planta de Can Lis. © 2011 Utzon Fonden.
¿Será la arquitectura un gusto adquirido? Es una pregunta escabrosa, pues la palabra “arquitectura” engloba más de un concepto. Me refiero aquí a la arquitectura no como disciplina, sino como entorno en el cual nos desarrollamos a lo largo de la vida. La pregunta plantea si las arquitecturas en la cual vivimos –casas, departamentos, escuelas, oficinas y ciudades– pueden considerarse un gusto adquirido –¿nos gustan, pasarán inadvertidas?–, independientemente de si uno le dedica su vida a la disciplina arquitectónica.
Por un lado sí lo es, porque todo es un gusto adquirido, pero al mismo tiempo no, porque siempre estamos dentro de ella, no nos damos cuenta del momento en que tomamos conciencia de que nos contiene. Siempre estamos en algún lugar, y la arquitectura es la interfaz con la cual interactuamos con el mundo moderno. Heidegger le llama a esto Dasein, que significa “estar en”, o sea, estar arrojado e inmerso en el mundo. Lo que valida al hombre desde este punto de vista, no es su razón cognoscitiva interior, sino su relación con su entorno, y ésta no necesariamente tiene que ser una relación consciente. Por esto, la arquitectura no es un gusto adquirido, porque cuando nos damos cuenta que la habitamos, tendemos a estar ya lo suficientemente acostumbrados a ella para que nos guste o disguste.
Si uno después decide que la arquitectura le interesa como disciplina, emprenderá el rumbo hacia la adquisión de gusto. En la arquitectura –vista como entorno humano– hay una serie de pautas muy claras que la limitan desde la disciplina de la misma. Toda la arquitectura que compone nuestro entorno y las ciudades donde vivimos, sigue un guión: una casa tiene una sala, baño, cuartos, etc.; un museo tiene salas de exposición, tienda, auditorio, etc. No sólo las distintas áreas de uso tienen un nombre designado a priori sino que a su vez limitan nuestro comportamiento y espontaneidad dentro de ellas. Todos los edificios tienen ya un género desde su gestión, por ello, la tendencia de todos los nuevos edificios es que sean objetos readymade; esto influye en nuestro gusto para bien o para mal. Las razones por las cuales la arquitectura se ha reducido a un corpus fijo de readymades son inciertas, podría ser por que así lo dicta el mercado, por herencia de la arquitectura del movimiento moderno, por un afán de rendirle homenaje a ésta o simplemente por mera inercia.
Duchamp le dio un giro fundamental al mundo del arte al crear obras de arte readymade a principios del siglo pasado, y tuvieron un efecto que ponía en cuestión lo que era el arte y lo que podría llegar a ser. Pensar que un mingitorio colocado boca arriba puede llamarse arte de la misma forma que un lienzo con pintura de óleo fue en su momento una postura filosófica atrevida. Al estar frente a un readymade duchampiano, el espectador se vuelve activo y la contemplación de la obra se vuelve igual de importante que el gesto del artista. Los objetos de arte readymade abrieron una discusión de la cual han surgido otras tendencias conceptuales en el arte. El efecto emancipador que tuvo la obra de Duchamp en el arte, y que hoy en día ha trascendido hasta a la literatura, no es aplicable a la arquitectura. En la arquitectura, el readymade tiene otro efecto un tanto más nocivo, esto se debe a la complejidad característica de la arquitectura pero más aún a lo mencionado previamente sobre ella como plataforma mediadora entre el hombre y el mundo –el concepto de Dasein –. La acción automática que implica la creación de un readymade es tanto su merito como su desvirtud. Esto hace que un readymade aplicado a la arquitectura sea meramente una construcción superficial, sin nada más allá del gesto constructivo. La postura reflexiva y filosófica que Duchamp se planteaba al crear una de sus piezas, es en cierta medida esencial para la construcción de cualquier edificio, pues nuestra relación con la arquitectura es constante, por su cualidad permanente de “estar en”, y nos determina de la misma forma que nosotros a ella. ¿Cómo podremos decidir si la arquitectura es un gusto adquirido o no, si la hemos reducido a readymades en forma de edificios? Es importante tomar conciencia de la arquitectura como aquello que enmarca nuestro habitar y como algo que se enriquece con la diversidad, la reflexión y la reinterpretación recurrente.
Una vez logrado esto podremos perderle disgusto o mejor aún, adquirirle gusto.
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