Inflexiones: convertirse en lo que aún está por ser
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¡Felices fiestas!
20 enero, 2014
por Andrea Griborio | Twitter: andrea_griborio | Instagram: andremonida
Según William Morris “la arquitectura abarca todo el ambiente físico que rodea la vida humana, es el conjunto de modificaciones y alteraciones introducidas en la superficie terrestre con el objeto de satisfacer las necesidades humanas”. Cualquier alteración del espacio podría definirse como un acontecimiento arquitectónico y cabría preguntarnos dónde, cómo y cuáles son las herramientas que, como los artífices de estas alteraciones, debemos emplear a la hora de intervenir el espacio. Partimos del hecho de que el quehacer arquitectónico trasciende la suma de largos, altos y anchos de determinados elementos constructivos, que la arquitectura emana del vacío con constantes formales y atributos que nos permiten reconocerla, clasificarla, condicionarla e incluso repetirla y que “construida” genera una serie de relaciones en el espacio y el hombre.
A lo largo de la historia, la arquitectura ha sido catalogada y clasificada estableciendo tipologías según el uso de los espacios, la utilización de los materiales, la composición, etc. y termina resultando inevitable para la sociedad y el arquitecto que no desee encajar en alguna de estas tipologías. La sociedad demanda determinado tipo de espacio para un tipo de uso, presupone que debe llevar determinados materiales y componerse de determinada manera, agregando la creatividad y el conocimiento de la técnica. De esta manera el “arquitecto” habrá introducido en el espacio una “alteración” corriente y sin duda reproducible. Moneo planteaba ver el tipo como idea de cambio y transformación, esto podría ser indicativo de que las trasgresiones al canon tienden a la generación de nuevos tipos, acaso nos indica que las individualidades en la arquitectura pertenecen a un nuevo tipo, a un nuevo catálogo de cómo evadir el pasado y los elementos propios de la arquitectura, para generar la clasificación de lo inclasificable.
Parte del acontecer arquitectónico actual procede de un modo arbitrario e irreverente ante las tipologías para generar un lenguaje propio de la disciplina y del instante, con artificios que se basan en aspectos como el vacío y el lleno, las relaciones espaciales y humanas; es así como hoy el proyecto arquitectónico persigue el diálogo activo entre contexto físico, virtual y fenomenológico: topografía con límites diluidos, programas impuros y dualidades mezcladas. ¿Pertenecerán estos proyectos a un nuevo tipo de clasificación o será esta la fórmula para generar la buena arquitectura de nuestro tiempo?
¿Cuál es el lenguaje de la arquitectura? ¿Hay sintaxis en el proyecto arquitectónico? Contraponiendo nuestra disciplina al plano de la gramática cabría preguntarnos qué determina el verdadero significado del proyecto arquitectónico o dónde hallar el componente semántico de la arquitectura. Si cada palabra tiene su significado e interpretación en relación a como se unen y coordinan, acaso no podríamos pensar que cada espacio, material o forma tienen su propio peso específico, y que es en su conjugación donde se generan los significados propios de la disciplina. Más allá de esa afirmación, podemos volver a la definición de Morris; si arquitectura es lo que rodea la vida humana, será el hombre quien le otorgue el significado real en su quehacer constante.
Hoy, en la sociedad global del networking, la sintaxis de la arquitectura se debe generar más enfocada a procesos donde los detalles, la imprecisión y la arbitrariedad sean las directrices para generar espacios complejos, donde emociones, flexibilidad, programa, y edificio nos revelen desde el aleteo de una mariposa hasta lo que puede suceder al otro lado del mundo.
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