De la interconexión (y las dimensiones) al amor tácito: una conversación con Damián Ortega
"Damián Ortega: Pico y Elote" se exhibe ahora en el Museo del Palacio de Bellas Artes. Conversamos ahora con el [...]
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¡Felices fiestas!
3 septiembre, 2014
por Mariana Barrón | Twitter: marianne_petite | Instagram: marianne_petite
En 1964, Bernard Rudofsky escribe el mítico libro de Arquitectura sin arquitectos. En él, evidencia que la arquitectura vernácula, olvidada por la modernidad durante tiempo, tenía valores propios, tanto estéticos como funcionales, que podían ser considerados por los arquitectos a la hora de trabajar. Hoy sigue habiendo mucha -muchísima- arquitectura que no pasa ni por la cabeza, ni planos de un proyectista y son construidas por sus propios habitantes en las periferias de las grandes urbes sin la participación de los arquitectos que, en muchos casos, ven en ellas gran cantidad de problemas; ideas que, si bien son acertadas, no pueden evitar que es una realidad que existe de forma cotidiana para muchos.
En estos días, en el Museo Universitario El Chopo, la artista Sandra Calvo recupera aquel título de Rudofsky, pero dirige su mirada a esas viviendas de auto-construcción que desbordan nuestras ciudades por sus extremos. Pero la postura de Sandra Calvo no trata de estetizar una vivienda de auto-construcción, sino de comprenderlas como un proceso complejo, cargado de acuerdos y desacuerdos manifestados en la construcción a lo largo del tiempo.
Mariana Barrón | Me interesa saber qué te lleva a hacer éste tipo de investigaciones en tu trabajo, o sea tener como temas como el espacio urbano, los asentamientos irregulares, los recorridos; o sea por qué crees que se debe de hablar de ello.
Sandra Calvo | Vivo en una ciudad que es altamente compleja; cuando uno quiere intentar definir –o espacializar– qué es el espacio público, qué es la informalidad o qué la apropiación, falta de una definición cerrada y que, incluso, tiene una serie de externalidades muchas veces percibidas como negativas por el Estado o por la misma comunidad. Eso me ha llevado a reflexionar por qué no estudiar de una manera a través del arte e intentar expresarlo a través del video, de la fotografía, de la instalación, qué es esto que llamamos espacio público. (…) Con estas exploraciones o con estos proyectos de arte, lo que quiero es recalcar y acentuar la problemática de éste espacio público que más allá de un origen armónico, creo que tiene un origen antagónico, conflictivo; no a la manera del espacio público de la teoría liberal, que es de libre acceso para todos, de igualdad para todos. Creo que en estos espacios, sobre todo en ciudades post-coloniales, presenta esos problemas y lo que quiero hacer es ponerlos en evidencia.
MB | Me recuerda mucho al trabajo de Lucía Álvarez, que es una investigadora de la UNAM. Ella dice que el espacio público es de naturaleza conflictiva, ¿cómo crees que se construye o construimos este espacio público?
SC | Creo que todavía seguimos construyendo el espacio público. El espacio público, como decía anteriormente, es algo que no está cerrado, que no lo podemos encajonar, o sea, como ‘espacio público dos puntos es’, sino que, en ciudades como ésta, como ciudad de México, Bogotá, Sao Paulo, Bombai o Berlín, está en continúa construcción, en continúa definición; se extiende, se contrae, según muchas cosas que sucedan en su construcción
¿Cómo lo construimos? Pues según las dinámicas sociales que vaya presentando precisamente ese espacio y que son altamente problemáticas. Por ejemplo, siempre estamos censurando y calificando negativamente la apropiación del espacio público por parte de los ambulantes, porque impiden el libre tránsito, porque ensucian, porque se apropian de las calles, que el espacio público que no está pensado para eso… sin querer ser romántica, ni defensora, porque sé que están llenos de mafias y cosas que habría que replantearse, siento que es muchísimo más fácil catalogar y negarse a ese tipo de apropiación que la apropiación privada que se hace cuando se extiende una pluma. La gente no lo ve mal, porque no afea.
Entonces hacen un programa de limpieza como hacia abajo pero nunca hacia arriba, cuando, por ejemplo, la propiedad privada no tenía que extenderse tantos metros para su construcción se entiende con sus banquetas entonces el transeúnte ya no puede pasar por ahí porque se considera que ese espacio es privado. (…) Las personas que usan ese espacio público lo hacen en un coche o lo hacen protegidos, entonces qué pasa con la señora que estuvo trabajando desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche y tiene que salir y no encuentra ese pedazo de espacio iluminado y cuánto tiempo tiene que caminar. ¿Está pensado para ella?, ¿es en realidad un espacio público pensado para ella o nada más está pensado para esa familia que va a llegar y se va a desplazar cómodamente?
MB | Y hablando más en concreto de tu pieza, trata la auto-construcción y la gente que no tiene estos conocimientos propios de los arquitectos. ¿Crees que los arquitectos seguimos teniendo presencia, más cuando tenemos un noventa por ciento de la población que construye sus casas y sólo un diez por ciento son de autor?
SC | Creo que hoy en día el papel del arquitecto y más en ciudades, vuelvo a repetir, como México o Bombai, deben de estar muchísimo más al servicio de la sociedad, de las necesidades comunitarias, porque su expresión, más de autoría –que me encanta que exista y creo que debe de seguir existiendo– es esa relación intrínseca con la comunidad, donde están al servicio de, sin que se entienda ese servicio de como de algo menos o como una tutela de manera que se desprestigia el arquitecto, porque finalmente tienen una serie conocimientos, bases y estudios para poder definir un espacio.
Ha habido una fuerte desvinculación del arquitecto con su tarea principal que es la del habitar, la de definir qué es habitar, qué es tener una casa, qué es el uso de éste espacio y para quién. Esa pregunta que quizás ha estado muy ausente ¿Dónde está esa vinculación primaria de qué significa el derecho a habitar, a la ciudad, a la casa? Es un poco lo que cuestiono en ésta exposición, que es un proyecto de largo plazo que se llama Arquitectura sin Arquitectos.
MB |¿Cómo fue surgiendo este proyecto?
SC | Tenía mucho tiempo trabajando con espacio público, con temas relacionados a objetos, estructuras, el trabajo “informal”, acciones de transportarse o poner un puesto. Pero sentía que hacía falta algo que tenía que ver con el espacio y la vivienda popular. Ya tenía tiempo leyendo autores hablan sobre qué significa el derecho a la ciudad y la vivienda. Salió una beca, un programa de residencias artísticas en Colombia por parte de la Universidad Nacional. Apliqué en maneras muy generales para hacer un trabajo de sobre vivienda popular e informalidad sin tener muy claro qué era exactamente lo que iba a hacer. No sabía que iba a hacer una casa de hilos, se fue conformando.
Al salir ésta posibilidad de una beca de investigación y producción, durante los últimos dos años y medio he estado yendo y viniendo de Bogotá. Haciendo mi primer mapeo me topé con dos jóvenes que eran parte de una familia que, además, hacen cosas culturales en el barrio. Me permitió un entendimiento más fuerte de lo que yo hacía y abrió el canal de introducirme al resto de la familia. Me mostraron un espacio en Ciudad Bolivar, que era prácticamente una caseta de cuatro paredes de ladrillo y un techo de lámina, y me expresaron su deseo de poder ‘echar la plancha’ –que es ese acto de fundacional de la auto-construcción, cuando uno quita y retira el techo de lámina que ha estado ahí por años y que muchas veces ya es permanente y que no es nada efímero ni temporal y sustituirlo por la placa de concreto. Les dije que podía apoyar de determinada forma, quizás extendiendo mi beca hacia ellos y poder, desde dentro, realizar todo este proceso de filmación que documente las fases de un proceso de auto-construcción de una vivienda y narre las distintas partes: la casa habitada, la casa planeada, la casa construida. Pensé que eso era todo y, de repente, el proyecto continuó. Me expresaron el deseo de, una vez que estaba la plancha, cómo íbamos a dividir y a definir esos espacios futuros, cuál va a ser el cuarto de quien, si va a haber una escalera. Decidimos proyectar todos esos deseos y esas necesidades y esas proyecciones en una escultura, en una instalación de hilos y se trazaron a tamaño real, escala 1:1 hecha en hilos, donde con hilo rojo se expresaba los espacios en desacuerdo y que todavía era complejo en ponerse en consenso.
Lo que quiero expresar es que no todo es armónico, incluso este momento de felicidad que es echar la plancha que está lleno de alegría y de proyección pero también hay una serie de conflictos internos y problemas posteriores. Una persona puso la puerta, la otra persona puso dinero para una pared, etcétera, entonces todo esto está basado en una serie de acuerdos y de entendimientos que no necesariamente se dan en papel.
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