Casa manifiesto
El primer manifiesto en México se escribió en 1921. Anuncios, carteles y publicaciones como Irradiador e Urbe consumaron la vanguardia [...]
18 julio, 2013
por Juan José Kochen | Twitter: kochenjj
Sobre su modelo de urbanismo eficiente, Tony Garnier escribió que “nuestra ciudad es una imaginación sin realidad”. Sería imposible imaginar el legado arquitectónico que hoy se tiene sin la capacidad de soñar lo que se ha tenido, y por lo tanto, de lo que se ha representado. El énfasis está en el espacio de la ilusión, del cambio, de la reserva de imaginación. La arquitectura fantástica ha demostrado ser tanto o más útil que aquella construida. Según José A. Aldrete-Hass: “Pensar en arquitectura o imaginar una isla de ficción es (…) reflexionar sobre lo que tenemos o descubrir lo que nos falta. Es producir un manifiesto en contra de la mediocridad. El arquitecto está obligado a crear esa posibilidad…hacer surgir lo que no se ha dicho ni se ha hecho; proponer la dirección hacia lo inmensurable”.
Ante esta condición, el dibujo como ensayo siempre ha sido catalizador de procesos. Con un dibujo se han transformado las posibilidades de la arquitectura y cambiado la forma de una ciudad hacia estructuras significativas del inconsciente, de la memoria. En La imaginación y el arte en la infancia. L.S Vigotsky, escribe sobre la definición de la tarea creadora y las impresiones en la memoria como un dispositivo de las convicciones profundas y estructuradas. Así, la memoria como espacio de ‘inyección’ creativa dentro de un proceso de pensamiento constructivo. “Cuando se logran imaginar cuadros del futuro, se logran vivificar huellas de pretéritas experiencias que en realidad nunca hemos visto, ni del pasado ni del futuro, y sin embargo, es posible formar una idea imaginaria, una imagen”. Y así, toda actividad imaginativa tiene una larga historia tras de sí. En la infancia es cuando mejor se pueden desbordar los límites para hacer relatos y crear distintos discursos para enfrentar la realidad: “Los primeros puntos de apoyo que encuentra el niño para su futura creación es lo que ve y lo que oye, acumulando materiales de los que luego usará, para construir su fantasía”. Y así surgen los mecanismos de la imaginación, como la interpretación permanente de los signos, como forma de subjetividad de la realidad y por lo equívoco de su representación.
Pero más allá de análisis teóricos, ¿cómo acercar la arquitectura a los niños? y ¿cómo generar mecanismos de asociación para su empatía?. La ‘complejidad’ de su abstracción y su cualidad inherente a la ciudad nos envuelve más de lo que nos provoca. Hay pocos ejemplos entre exposiciones (Century of the Child: Growing by Design, 1900–2000); talleres; cursos; algunos juegos para armar (Lego Architecture o The Modern Architecture Game); publicaciones (por citar algunos libros; Popville de Anouck Boisrobert y Louis Rigaud; Sky High de Germano Zullo; I tre porcellini de Steven Guarnaccia; Draw me a House: a book of architectural ideas, inspiration and colouring in de Thibaud Herem; Building Big de David Macaulay; Frank Lloyd Wright for Kids: His Life and Ideas, 21 Activites de Kathleen Thorne-Thomsen; Built to Last de David Macaulay; Arquitectura para niños de Ignacio van Aersen y José A. Aldrete-Hass; o Young Frank, Architect de Frank Viva; revistas digitales como Amag, revista en línea de arquitectura para niños; o incipientes concursos como “Dibuja tu ciudad ideal” de FUNDARQMX en colaboración con el Papalote Museo del Niño. Todas buenas iniciativas, escasas, pero notables. En cualquiera de sus ‘formatos’, son dispersas y muchas veces surgen como parte de discursos adyacentes a proyectos curatoriales de arte. Como herramienta lúdica, muchas veces la arquitectura no debería ser más que un juego de niños.
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En 1951, Kaspé publicó 'El paseo de un arquitecto' con la finalidad de “dar a conocer algunas obras arquitectónicas de [...]