5 julio, 2016
por Arquine
“Tengo para mí que todo ser humano es capaz de concebir la forma. El problema no me parece en modo alguno la existencia de la capacidad creadora, sino y en mayor grado, el hallar la clave que la ponga en libertad”
–Walter Gropius
Como arquitectos, nuestra principal forma de lenguaje es el dibujo. Una forma de comunicar y expresar nuestras ideas, un medio entre la mente, la mano y la construcción. En la escuela se insite mucho en saber dibujar de forma clara y correcta. Sin embargo, la cuestión no radica en dibujar bien, sino en tener la expresividad para transmitir las ideas. El dibujo como herramienta, no como fin mismo, debería sacar el máximo provecho de las capacidades y limitaciones de quien lo ejecuta. Walter Gropius (18 de mayo de 1883 – 5 de julio de 1969) es uno de los más destacados arquitectos del siglo 20 y quien representa esta necesidad. Siempre que aparece su nombre en cualquier Escuela de Arquitectura se recuerda su baja aptitud para el dibujo. Tal vez para demostrar que no es el aprendizaje del dibujo sino una visión de la arquitectura lo que necesitamos desarrollar. De cualquier forma, Gropius supo sacar “de esa pequeña pero fundamental limitación lo mejor, convirtiéndose en un defensor convencido del trabajo en equipo, en un profesor fascinante, en un magnífico director de universidad, en un proyectista capaz de definir estilos y en un consumado especialista en relaciones públicas”. Gropius podía transmitir lo que deseaba, lo que pensaba, para que otros lo dibujaran. Sus ideas se expresaban por otros mecanismos. El texto, el diálogo, la palabra y, sobre todo, el trabajo compartido entre él y sus colaboradores.
Esa limitación le sirvió como revulsivo para plantearse la necesidad de una nueva arquitectura que expresara una transformación en los sistemas de producción y diseño, tanto en la práctica como en la enseñanza académica. En la arquitectura, su proyecto para la fábrica Fagus en Alfeld, utilizaba un lenguaje propio de arquitectura industrial que rompía con la arquitectura tradicional de ese momento, haciendo uso de nuevas técnicas materiales y constructivas que se sintetizaban en el uso del muro cortina que separaba estructura de fachada y revelaba una transparencia y liviandad nueva. La edificación expresaba esa idea que la “vida moderna necesitaba nuevos organismos constructivos que se correspondan con las formas de vida de nuestro tiempo” donde “las estaciones, almacenes y fábricas necesitan una expresión propia y no se pueden regir por ningún modo de vida de épocas pasadas sin caer en el esquematismo vacío y en la mascarada histórica. La forma exacta, carente de toda casualidad, los contrastes de forma y color constituyen la base de la rítmica de la creación arquitectónica”.
Sin embargo, su obra más destacada será la Bauhaus, de la que primero es director y luego arquitecto del propio edificio de la escuela cuando la institución debía trasladarse de Wiemar a Dessau por el avance del nazismo. Allí, Gropius romperá con los dogmas del pasado y avanzará hacia una arquitectura nueva que integrara una visión total de la producción. “El objetivo final de toda la actividad creativa es la edificación. La decoración de edificios fue en un momento la más noble de las bellas artes, y las bellas artes eran indispensables para la gran arquitectura. Hoy existen en un complaciente aislamiento, y pueden ser rescatadas solamente por la consciente cooperación y colaboración de todos los artesanos. Arquitectos, pintores y escultores tienen de nuevo que comprender el carácter compuesto de un edificio, a la vez como entidad y en término de sus varias partes. Entonces su trabajo se verá lleno del verdadero espíritu arquitectónico, que como “arte de salón”, ha perdido”. Para Gropius las viejas escuelas de arte eran “incapaces de producir esta unidad (…) Las escuelas deben volver a los talleres. El mundo del diseñador de patrones y del artista aplicado, consistente sólo en dibujos y pintura debe convertirse de nuevo en un mundo en el que las cosas sean construidas. Si el joven que ama la actividad creativa comienza ahora su carrera como en los viejos tiempos aprendiendo el trabajo manual, entonces el artista improductivo dejará de estar condenado a una artisticidad inadecuada, pues sus habilidades serán guardadas para el trabajo manual con el que podrá conseguir grandes cosas”. En 1925, la construcción de la nueva Bauhaus en Dessau mostrara una arquitectura acorde entre la expresión de esos ideales y el espacio constructivo. Una escuela transparente, de lenguaje, materiales y sistemas constructivos renovados, que integraban lo funcional y lo estético. Un nuevo espacio desde el que lanzar una visión integral, diferente, donde el dibujo sería una de las muchas expresiones.