Casa manifiesto
El primer manifiesto en México se escribió en 1921. Anuncios, carteles y publicaciones como Irradiador e Urbe consumaron la vanguardia [...]
23 febrero, 2012
por Juan José Kochen | Twitter: kochenjj
A las ciudades, como a las personas, se les conoce e identifica por su modo de andar. Caminar como una herramienta crítica, como una manera obvia de mirar el paisaje y una forma de emergencia entre ‘turismo arquitectónico’. El andar como práctica estética y como fin último de un viaje es un modo de construir relatos, orientaciones para viajar por la ciudad y sus mapas; mapas bajo coordenadas imaginarias que permiten reunir puntos dispersos en un espacio fracturado. Al caminar con sentido viajero se logran establecer puentes entre espacios desarticulados que conducen a una lectura geográfica personal.
La deriva situacionista de Guy Debord y Henry Lefebvre, The Naked City, planteó un modelo experimental para ‘deambular’ por medio de una construcción de psicogeografía subjetiva de la ciudad existente. Esto es, como si se delineara un mapa personalizado basado en efectos psicológicos y personales de los lugares. Sus derivas –como sentido de conducción y orientación– crearon una experiencia subjetiva de una ciudad devaluada y entonces en extinción, como un marco revolucionario en contra las determinaciones de la ciudad objetivista moderna.
Con distintos elementos de viaje para descifrar ciudades y lugares remotos, no sólo como un flâneur de Baudelaire, la arquitectura marca las pautas del itinerario. Viajar, no para huir sino para tener un punto distinto desde el cual volver y así definir las formas de los edificios que terminan siendo metáforas de otra metáforas aprehendidas. Raimund Abraham decía que la ciudad funciona como un doble mapa, literal y figurativo, lo que ahora podría leerse como El mapa y el territorio de Michel Houellebecq, donde un territorio debe ser entendido no como un hilo de fragmentos sino como una cadena de lugares.
Inferido desde muchas disciplinas, el binomio de una ecuación entre arquitectura y viaje arroja introspecciones del espacio y su legibilidad cartográfica. Alain de Botton hace esta relación en The Art of Travel e incluso en The Architecture of Happiness, reflexiones para aceptar lo que es más grande y lo que no se puede entender para medir las cosas a partir de lugares sublimes que se archivan en la memoria. Sin embargo, De Botton advierte que el riesgo del viaje es que se pueden ver las cosas en el momento equivocado, antes de tener la oportunidad de construir una percepción necesaria, por lo cual, esa información es tan equívoca como fugitiva, como un “collar de perlas sin una cadena que las una”. Así como en literatura, los arquitectos también han narrado sus experiencias de viaje como Le Corbusier en El viaje a oriente, Teodoro González de León en Viaje a Japón o Álvaro Siza con sus bocetos de viaje, actualmente exhibidos en el Centro de Arquitectura Canadiense de Montreal (CCA) con “Alturas de Macchu Picchu”.
Al final, como bitácora y siguiendo a Claudio Magris, “el viaje –en el mundo y en el papel- es de por sí un continuo preámbulo, un preludio de algo que siempre está por venir y siempre a la vuelta de la esquina; partir, detenerse, volver atrás, haces y deshacer maletas, descubrir en el cuaderno el paisaje que, mientras se atraviesa, huye, se disgrega y se recompone como una secuencia cinematográfica con sus fundidos reajustes, o como un rostro que cambia con el paso del tiempo”.
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