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¡Felices fiestas!
8 enero, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
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El 9 de enero de 1774 murió en París Jacques-François Blondel, arquitecto. Alberto Pérez Gómez dice que a mediados del sigo XVIII, Blondel era reconocido como el más importante profesor de arquitectura en Francia —y, por tanto, tal vez en Europa y en el mundo occidental—, cuando en 1761 se vuelve profesor en la escuela de la Academia Real de Arquitectura —a la que fue admitido, tras haber sido rechazado una primera vez, en 1755, a los cincuenta años de edad.
Jacques-François Blondel nació en Rouen, Normandía, el 8 de enero de 1705, 69 años y un día antes de morir. En su familia había varios arquitectos pero no es seguro que fuera pariente de Nicolas-François Blondel, nacido en 1618 y que fue el fundador de la Academia junto con Jean-Baptiste Colbert, ministro y secretario de estado de Luis XIV. Según Anthony Gerbino, la Academia surge “como un resultado directo de la experiencia de Colbert al dirigir las grandes obras reales, en particular la Columnata del Louvre. Para Colbert, la Academia era un instrumento que le permitía reformular las relaciones entre la corona y la comunidad de constructores” o, en otras palabras, la Academía funcionaba para redistribuir el poder que se ejercía en las obras de arquitectura al construirlas. Gerbino dice que Colbert veía que “el aprendizaje práctico de los arquitectos franceses los llevaba a privilegiar sus vínculos con la familia y la corporación en vez de su fidelidad al rey.” La Academia “le permitía a Colbert ejercer mayor control sobre los proyectos reales, tanto a nivel administrativo como en el plano estético” y, de paso, “acentuaba la ruptura entre el estatuto del arquitecto y el del maestro de obras: uno asociado al diseño, el otro a las tareas subalternas de la construcción.” Como otros arquitectos de aquél periodo, Blondel, el viejo, no había recorrido el largo camino del aprendizaje a pie de obra: su formación era de ingeniero y matemático, había viajado por Italia, Grecia, Turquía y Egipto, pero como diplomático, y entre sus tratados se encuentran un Curso de matemáticas y El arte de lanzar las bombas. Esa formación lo hacía independiente a los gremios de masones y, por tanto, más útil a Colbert en su búsqueda de limitar el poder de las corporaciones en relación a las obras reales. No sólo por costumbre, pues, Blondel dedica su tratado al rey como su “muy humilde, obediente y fiel sirviente y súbdito.”
Cuando fue rechazado por primera vez por la Academia en 1743, el otro Blondel, el joven, decidió abrir su propia escuela de arquitectura en París. Concebía la educación del arquitecto —dice Pérez Gómez— en términos tradicionales: debía ser “un hombre culto, conocedor no sólo de los principios específicos de su profesión sino igualmente de la ciencia, la filosofía, la literatura y las bellas artes.” Su formación, por tanto, no dependía del antiguo sistema de los gremios. Entre sus destacados alumnos estuvieron Étienne-Louis Boullée y Claude-Nicolas Ledoux. En su Discurso sobre la necesidad de estudiar la arquitectura, publicado en París en 1754, Blondel decía que su intención no era erigirse en legislador de la arquitectura, en crítico de sus reglas fundamentales, en juez soberano de las producciones de los Maestros, sino al contrario, que se encargaría de desarrollar esos principios. Blondel cerró su escuela privada al hacerse cargo de aquella de la Academia.
Además, en 1750 Blondel se suma al equipo de colaboradores de la Enciclopedia de Diderot y D’Alambert. Blondel escribe las entradas para arquitectura —“que se distingue comúnmente en tres especies, a saber, la civil, que llamamos simplemente arquitectura, la militar y la naval” y cuyo “origen es tan antiguo como el mundo”— y para arquitecto —“entendemos por esta palabra un hombre cuya capacidad, experiencia y probidad, ameritan la confianza de las personas que mandan construir.” También escribió sobre dibujo (en arquitectura) —“una representación geometral o perspectiva sobre papel de aquello que se ha proyectado” y que constituye “el talento esencial del arquitecto”— y la entrada decoración (término de arquitectura), en donde dice que “entendemos bajo este nombre la parte más interesante de la arquitectura, aunque considerada la menos útil en relación a la comodidad y la utilidad.” Para Blondel, por decoración hay que entender “la aplicación de los órdenes, columnas o pilastras, frontones, puertas, nichos, áticos, balaustadas” y demás elementos. Si la decoración es inútil en edificios como cuarteles, hospitales, mercados, fábricas y “otras edificaciones económicas,” resulta indispensable cuando está “destinada a caracterizar los edificios sagrados, los palacios de los soberanos, las casas de grandes señores o las plazas públicas.” En el fondo, pudiera haber una relación entre esa decoración aplicada como la arquitectura que resulta indispensable en cierto tipo de edificios y su ejecutor, el arquitecto —dibujante y por tanto diseñador— como humilde, obediente y fiel servidor y súbdito del soberano: arquitectura y arquitecto como decoración al servicio del poder.
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