Un muro: el futuro de la arquitectura
Los muros parecen ser el presente y el futuro de la arquitectura y la responsabilidad del arquitecto involucrarse en esa [...]
15 julio, 2020
por Léopold Lambert | Twitter: TheFunambulist_
Deconstruyendo la lógica de la violencia arquitectónica
¿Qué quiere decir que la arquitectura es un arma política? Para responder esta pregunta, necesitamos ver cómo la arquitectura es, en principio, un arma (es decir, cómo la arquitectura tiende a la violencia) y, segundo, como esa tendencia es necesariamente instrumentalizara por una o varias agendas políticas.
Empecemos por algunas consideraciones no-antropocéntricas. El ensamblaje material que llamamos muro y el ensamblaje material que llamamos cuerpo se situándoselas ambos espacialmente en el mundo en un momento particular. Dadas sus propiedades materiales, ninguno de estos dos ensamblajes (o ningún otro, para el caso) puede ocupar las mismas coordenadas espaciales en el mismo momento. Lo que esto significa que para que un cuerpo ocupe las mismas coordenadas espaciales que un muro —un requerimiento si el cuerpo quiere cruzar el muro— deberá ocurrir un choque, en detrimento de ambos ensamblajes. Este choque es lo que llamamos violencia.
La primera dimensión política mediante la cual pensamos este encuentro entre el muro y el cuerpo se basa en el hecho que los muros son casi siempre construidos de manera tal que la pura energía del cuerpo —esto es, sin herramientas— sea incapaz de afectar su integridad estructural. Lo anterior determina las condiciones del encuentro: aunque la violencia sea recíproca, el grado de violencia no será simétrico. En otras palabras, la violencia desplegada por el muro sobre el cuerpo será mucho mayor que la que despliegue el cuerpo sobre el muro.
La consecuencia de dicha distribución asimétrica de poder es la habilidad de la arquitectura para organizar cuerpos en el espacio, tanto por la violencia entes descrita como por su potencialidad, usualmente internalizada por los cuerpos —nosotros, en tanto cuerpos, no necesitamos encontrarnos con un muro para saber que tendremos problemas para cruzarlo. Podemos ver de entrada cómo esa función esencial de organización y, por extensión, de control de la arquitectura resulta atractiva para fines políticos. Rodear un cuerpo con muros obliga a encarcelar ese cuerpo. Por supuesto, la invención del muro se siguió de la invención de un mecanismo para mitigar la violencia potencial descrita más arriba: la puerta, que permite moderar la porosidad de un muro haciendo que una parte del mismo gire a voluntad. Pero, de nuevo, la puerta no se inventó sola; vino con la cerradura y su llave, que permiten que sólo ciertos cuerpos transformen el muro impenetrable en uno poroso.
Cualquier persona que tenga la llave es un agente que se beneficia de la legislación de la propiedad privada, el guardia de una prisión, o un estado apartheid, la determinación de quien diseña/construye arquitectura y se beneficia del control de su violencia sobre los cuerpos, tiene necesariamente consecuencias políticas drásticas. Incluso el refugio o la parada de autobuses bajo la lluvia, en apariencia inocentes, ilustran las relaciones de poder que se crean mediante la arquitectura. Si ese refugio se llena de cuerpos que buscan la protección de la arquitectura de la lluvia, la nieve o cualquier otra cosa, otros cuerpos quedarán excluidos de dicha protección. Si la regla de “a quien llega primero se le atiende primero” es legítima éticamente o no, no es (aún) el problema aquí. Lo importante es observar que la arquitectura crea procesos de inclusión y exclusión de cuerpos que o bien refuerzan o crean condiciones sociales desiguales.
Dados estos efectos políticos intrínsecos, y reconociendo la necesidad de involucrarse con la arquitectura en vez de abandonarla, necesitamos examinar a qué están dirigidlos estos efectos en una sociedad dada. Casi siempre, en parte porque las drásticas consecuencias políticas de la arquitectura son ignoradas o negadas, estos efectos se dirigen de tal manera que refuerzan las relaciones de poder entre cuerpos impuestas o normadas por el estado. Los proyectos arquitectónicos motivados explícitamente con esos programas políticos son, por supuesto, los más fácil de describir en esta materia. Los aparatos territoriales y arquitectónicos del apartheid, diseñados y construidos por el gobierno y el ejército de Israel en Palestina, pueden ser los más trágicos ejemplos ilustrativos de dicha intenciones.
Parte del muro de frontera construido por la administración de Viktor Orbán entre Hungría y Serbia. 2015. © Léopold Lambert.
El infame muro que separa la parte principal de la Ribera Occidental del resto de Palestina, construido a inicios del siglo XXI bajo la administración de Ariel Sharon, es, por supuesto, el más claro uso de la arquitectura para implementar el estado de apartheid. Sin embargo, muchas otras formas arquitectónicas también contribuyen a ello: el bloqueo de 1.8 millones de palestinos que viven en Gaza, los 139 asentamientos civiles israelíes en la Ribera Occidental y al este de Jerusalén y las bases militares vecinas, la infraestructura segregada (caminos, agua, electricidad, internet, etc.), los muchos puestos militares, temporales o permanentes, que regulan y previenen el movimiento palestino entre ciudades, sin olvidar los muros construidos en las fronteras de la Palestina histórica, evitando el retorno de cinco millones de refugiados en Líbano, Siria y Jordania.
Contenedores en el campo de refugiados de Calais, llamado la jungla. @Léopold Lambert
La lógica de la violencia arquitectónica puesta en obra en Palestina no se confina a ese territorio. Encontramos sus avatares en la Europa contemporánea, entre estados de emergencia (en Francia y en Bélgica, por ejemplo) que transforman el espacio público de la ciudad y las medidas específicas que se toman para negar la hospitalidad a cientos de miles de cuerpos que huyen de sus países a causa de la violencia militar o económica. Muros en fronteras, campos de concentración, centros de detenimiento, estaciones de policía, rejas, garitas, los muchos dispositivos arquitectónicos que florecen en la Unión Europea y su periferia, aunque no se dirigen todos a los mismo cuerpos, tienen en común el mito de una identidad nacional homogénea cuyo epítome es el racismo estructural neocolonial.
Estación de policía en Villiers-le-Bel (banlieue norte de París). 2015. © Léopold Lambert.
Nos equivocaríamos, sin embargo, si pensáramos la violencia de estos programas políticos como excepcional o respondiendo sólo al drama particular de acontecimientos actuales. La manera como muchas ciudades se organizan territorialmente para imponer la segregación social entre poblaciones que están categorizadas social y racialmente. El ejemplo de parís es particularmente ilustrativo. Sus banlieues, suburbios, donde vive el 80 por ciento de la población, están proporcionalmente segregados del resto de la ciudad en correlación directa con el ingreso promedio de sus residentes. La población más precaria consiste en una clase trabajadora cuyos padres o abuelos fueron sometidos a la colonización en el Magreb, África occidental o el Caribe. De nuevo, el racismo estructural tiene en la arquitectura y en la organización territorial una materialización muy efectiva. Parte de estos dispositivos materializan la relación de los residentes con la policía nacional. Una mirada a las estaciones de policía construidas después de las revueltas suburbanas del 2005 y 2007 en los suburbios del norte resulta evocadora. El particular cuidad puesto en la materialidad y especialidad de estos edificios revela que son obra de oficinas de arquitectura, algunas relativamente bien conocidas. Los edificios, sin embargo, difícilmente esconden el antagonismo despertado en la policía hacia la población que los rodea: son pequeños bastiones que fantasean con una futura guerra civil contra la juventud racializada de Francia.
Qasr palestino desobedeciendo la legislación de ocupación del ejército israelí. Proyecto de Léopold Lambert (2010) para Weaponized Architecture: The Impossibility of Innocence (dpr-barcelona, 2012).
A una escala menor, podemos ver cómo la segregación entre cuerpos también es activa en la arquitectura, categorizándolos en géneros distintos a los que se atribuyen actividades específicas. Una mirada a la típica casa suburbana estadounidense de posguerra en relación a la representación de los cuerpos con géneros asignados de manera convencional, Joe y Josephine, concebidos por el diseñador Henry Dreyfuss, dice mucho acerca de esa separación normativa. Mientras los compartimentos para vehículos y el mobiliario de oficina se calibran de acuerdo a un estándar del cuerpo masculino (Joe), las tablas de planchado, las aspiradoras y las cocinas se rigen por su contraparte femenina (Josphine), completando así lo que el mismo Dreyfuss llama “ingeniería humana” al reforzar la normatividad de género tanto en términos de anatomía como de actividad.
Aunque las ideologías detrás de los programas políticos expuestos aquí no fueron inventadas pro la arquitectura, ésta es un medio necesario para implementar su violencia sobre los cuerpos. En este aspecto, la disciplina y quienes la practican son cómplices y corresponsables por sus efectos en la sociedad. Al reconocer que cierto grado de violencia resulta inevitable, como vimos anteriormente, una arquitectura consciente políticamente no se avergonzará de ello, sino más bien se peguntará hacia dónde debe orientarse. En otras palabras, ¿a qué programa político debe contribuir el arquitecto o la arquitecta mediante la construcción? No debemos estar buscando “resolver” nada, sino problematizar aún más las situaciones políticas y emplear los medios arquitectónicos de resistencia en su contra.
Léopold Lambert es el fundador y editor en jefe de The Funambulist, una publicación bimestral, impresa y digital, asociada con dos plataformas digitales de libre acceso: un blog y podcast. Su trabajo está dedicado a cuestionar las relaciones políticas entre el entorno diseñado y construido y los cuerpos. Sus campos de interés principales son Palestina y los suburbios parisinos y las “fortalezas de Europa”. Es autor de Weaponized Architecture: The Impossibility of Innocence (dpr-barcelona 2012), Topie Impitoyable: The Corporeal Politics of the Cloth, the Wall and the Street (punctum books, 2016) y La politique du bulldozer: la ruine palestinienne come project israelien (B2, 2016).
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