Gobierno situado: habitar
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21 septiembre, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
En el 2006 Lebbeus Woods publicó un texto en la revista Perspecta titulado After Forms. “Amo encariñadamente las formas de las cosas —decía. Particularmente porque las formas hace visible la luz y la luz es una sustancia sublime.” La luz, dice Woods, sólo es visible reflejada en a superficie de las cosas y por eso, agrega, las formas le resultan menos importantes que la luz que revelan. Por eso escribió que aceptaba con el mismo interés la imagen de un edificio —en una fotografía o en un film— que su presencia. Cierto, no son lo mismo, pero cada una tiene sus virtudes e incluso “a veces la fotografía es mejor, no sólo en términos de las expectativas visuales tradicionales sino como una expresión de las ideas subyacentes.” Si la idea es imagen, en un sentido etimológico y profundo, cabe pensar que la fotografía sin duda es un mejor medio para transmitir ideas que una piedra o un muro. Ya lo dijo Schopenhauer: la materia como tal no puede representar una idea.
Arthur Schopenhauer no viene a cuento solamente porque se murió, 72 años después de haber nacido el 22 de febrero de 1788, el 21 de septiembre de 1860 en Fráncfort, sino porque el mismo Woods lo menciona y glosa al referirse a lo que desde hace poco más de un siglo consideramos el medio y la materia de la arquitectura: el espacio. Woods dice que Schopenhauer clasificaba a la arquitectura como la más baja de las artes “porque trabajaba primordialmente con la materia y estaba esclavizada a la gravedad,” mientras que a la música la colocaba como la más alta de las artes: insustancial, pura, sin otro interés ni utilidad que ella misma. Schopenhauer dice que al considerar la arquitectura “simplemente como un arte bello, haciendo caso omiso de su determinación a fines útiles” —lo que sin duda, en su visión aun romántica y derivada de Kant, hacía de la arquitectura no sólo un arte bajo sino bajo por impuro—, no se le puede adjudicar otro propósito que “hacer claramente intuibles algunas de esas ideas que son los niveles más bajos de objetivación de la voluntad, a saber: gravedad, cohesión, solidez, dureza.” Para Schopenhauer un menhir no dice mucho más que esto pesa y esto que pesa ha sido erguido:
La lucha entre gravedad y solidez es propiamente el único material estético del bello arte arquitectónico: en hacer perfectamente patente esa lucha de muy diversos modos es en lo que consiste su tarea. La resuelve privando a esas indestructibles fuerzas del camino más corto hacia su satisfacción y haciéndolas dar un rodeo hacia él.
Sin la arquitectura, dice Schopenhauer, la materia estaría “abandonada a su inclinación originaria” y “la masa total del edificio presentaría un mero amasijo tan firmemente acoplado como le fuera posible al suelo, hacia el cual la gravedad le empuja sin cesar.” La arquitectura es lo que se inserta en la materia para evitar que sea una masa sin forma sometida por la gravedad. La arquitectura es aire, o nada, y resistencia. “Casi nada y sin embargo no nada: un algo, aunque sólo un tejido de espacios vacíos y paredes inútiles,” dice Peter Sloterdijk de la espuma. Aunque también podríamos decir que así como la música, en el extremo superior de la clasificación de las artes para Schopenhauer, introduce el silencio entre los sonidos para darles forma al desplegarlos en el tiempo, la arquitectura introduce el vacío en la materia para desplegarla en el espacio.
Para Woods la idea de Schopenhauer sobre la música habría cambiado si hubiese vivido después de Einstein. Habría dicho que la música es el arte más sublime “porque nos da la percepción de las energías que no viajan simplemente por el espacio sino que constituyen su mismo tejido y fábrica.” Cerrando el círculo, podríamos pensar que música y arquitectura, al trabajar con sonido y masa y con silencio y vacío, organizan variaciones de la materia —que hoy decimos que también es energía— a través de ese complejo que es el espacio-tiempo. O quizás, que las dos no son otra cosa que aire: aire vibrando para la música, aire atrapado entre la materia organizada para resistir su propio peso y la gravedad, para resistirse a sí misma. Abusando de las metáforas, podríamos decir que lo bajo y lo alto de la arquitectura sería asunto de una vibración de la materia: la piedra y el aire de la catedral resisten y vibran a tan baja frecuencia que casi no se oyen, la madera y el aire del oboe vibran y cantan. Valery se equivocó, pues, la arquitectura nunca canta.
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