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Columnas

Arquine No.100

Arquine No.100

31 mayo, 2022
por Arquine

Hace 25 años publicamos el primer número de la revista Arquine. Desde entonces, con una edición puntualmente trimestral, hemos construido cultura arquitectónica desde México. Como apuntaba en el primer texto editorial, teníamos “la vocación de dar a conocer nuevas propuestas arquitectónicas de calidad en Latinoamérica, así como las arquitecturas más interesantes de la comunidad internacional.” Añadía que “la revista Arquine es un proyecto hecho de proyectos. Es un instrumento de información y también un transmisor de ideas y opiniones. Es un canalizador de nuevas propuestas capaces de estimular el análisis, el conocimiento y la creatividad de la cultura arquitectónica internacional.” Describíamos cómo publicaríamos los proyectos privilegiando la calidad; identificábamos a nuestros potenciales lectores y reivindicábamos el derecho a opinar con columnas de autor. También, en esa primera edición, enumerábamos las secciones que estructurarían las páginas impresas y que mantuvimos en los siguientes números. En ese lejano septiembre de 1997 incluimos tres obras de López Baz y Calleja y otras tres de Waro Kishi. Cada decisión era un manifiesto de lo que queríamos ser y, con un impecable despacho mexicano y otro japonés, —creíamos— quedaba claro el rumbo que nos habíamos propuesto. De las cuatro secciones —Actual, Arquitectos y Obras, Análisis y Escuela—, la tercera fue una apuesta por el rigor académico y por la investigación. Un ensayo de Víctor Jiménez, autor de los recién restaurados estudios de Diego Rivera y Frida Kahlo, ponía la primera piedra en el reconocimiento a la modernidad temprana mexicana. En la primera sección, un texto de Ernesto Betancourt, socio fundador de Arquine, rompía lanzas en favor del proyecto de la frustrada Torre Cuicuilco de su mentor Teodoro González de León. También se estrenaron Jose Castillo y Bernardo Gómez-Pimienta, en aras de la pluralidad de opiniones. Y no menos anecdótica, tuvimos la portadilla en la página uno donde, en clave leonardodavinchesca, se podía leer al revés el borrador del índice manuscrito. El diseño de la revista fue una aventura emocionante que nos obligó a revisar todas las publicaciones de aquellos años —que diseccionábamos los hemerotecarios— y estuvo a cargo del Taller de Comunicación Gráfica (Patricia Cué, Uziel Karp y Estela Robles) con quienes hicimos nuestra la tipografía Avenir. Pero la historia de Arquine se remontaba a un par de años antes. Por un lado, al antecedente editorial que publicaban Enrique Norten, Isaac Broid, Humberto Ricalde y Alberto Kalach, con la participación de Adriana León. La revista A —por arquitectura— que, como toda revista religiosa, salía cuando dios quería, reflejaba el esfuerzo, los intereses y los proyectos de sus fundadores y sus conexiones internacionales. Con gran generosidad, a los pocos meses de que llegué a México, me aceptaron como parte del equipo y me apliqué en aportar saberes y trabajo por el justo trueque de tener asegurada una cena de pan y quesos casi cada lunes, que no era poco para un recién emigrado a un país pasmado tras la crisis de 1994. La revista A desapareció por inanición y fue la primera vez que me percaté de que, en México, más que muertos hay desaparecidos. Por otro lado, mi primera participación internacional en el evento masivo de la UIA 1996 en Barcelona, donde fue el baño de masas de Peter Eisenman pertrechado de la camiseta del Barça, me permitió acercarme a otros editores de revistas —Luis Fernández-Galiano de Arquitectura Viva, Mónica Gili de 2G, Vittorio Magnago Lampugnani de Domus y Francesco Dal Co, director entrante en Casabella—. Todos ellos fueron muy alentadores e inspiradores para el proyecto, todavía ignoto, de Arquine. En pocos meses, iluso y entusiasta, logré convencer a los amigos que se convertirían en socios fundadores que siguen conformando el consejo de administración hasta el día de hoy: Ernesto Betancourt, Gilberto Borja, Isaac Broid, Bernardo Gómez-Pimienta, Enrique Norten y Manuel Novodzelsky. Sin capital suficiente para poder imprimir los tres mil ejemplares del número uno, ni contactos con la industria de la construcción, pero con la osadía que da el hambre y la confianza en un proyecto singular, me entregué a la ardua tarea de vender publicidad, armado de paciencia y sonrisas frescas después de pasar horas en salas de espera. El número 2 no podía desviarse del rumbo prometido y los arquitectos publicados fueron Teodoro González de León que, a partir de entonces, sería un exigente mentor; Mathias Klotz de Chile, con el que años después publicaría dos monografías —una para Electa Editrice y otra de Arquine— y el extraordinario panorama de la arquitectura chilena que reunía Blanca Montaña. Dino del Cueto —que ya era autoridad en el tema— publicó el ensayo “Félix Candela, el mago de los cascarones de concreto”. Alejandro Hernández Gálvez, actual director editorial, escribió su primer texto en este número, junto a los de Isaac Broid y Humberto Ricalde. Con ellos se iría conformando un equipo informal de redacción. Además, en esta segunda edición publicamos un póster con las plantas de las obras más destacadas de González de León. Con el número tres dimos otra vuelta de tuerca y fue el primer número temático, dedicado a la arquitectura brasileña. Así, quedaba claro hacia dónde mirábamos y que no queríamos ser como tantas extintas publicaciones latinoamericanas que delataban su afán por ser francesas o norteamericanas. El texto editorial —por primera y única vez— no lo redacté personalmente, sino que lo escribió Ruth Verde Zein, curadora del contenido. El Análisis sobre la casa de Oscar Niemeyer estuvo a cargo de Carlos Eduardo Días Comas quien, junto a Ruth, sumaban dos extraordinarios autores brasileños que reforzaban nuestros primeros pasos. Un primer análisis de la realidad local me permitió exponer las obras recientes de Javier Sánchez en la Condesa, lo que sería un tema recurrente en los siguientes años. Arquine 4 se convirtió en pocos años en un número de culto. Agotado precozmente, el contenido incluía unas casas extraordinarias de Alberto Kalach (todavía con Daniel Álvarez) y otras de Tod Williams y Billie Tsien. Humberto Ricalde se explayó en su lectura del trabajo de Mathias Goeritz en el Museo Experimental el Eco y, celebrando los 100 años del natalicio de Alvar Aalto, ya reivindicábamos la importancia del proceso arquitectónico. En mi mejor estilo de aquellos años, “para ganar amigos” escribí un artículo sobre la arquitectura regiomontana del que sólo se salvaban tres arquitectos: Agustín Landa de la Ciudad de México, el suizo Alexandre Lenoir y el tejano James Mayaux. A su vez, Alejandro Hernández Gálvez estrenó su agudeza, que se acrecentaría con los años, para diseccionar la obra de Barragán. Con el primer aniversario, convocamos el primero concurso de Arquine, el cual sigue vigente, aún cuando por entonces se trataba de una competencia de ideas. Aquella edición invitaba a proponer activaciones para los estudios de Diego y Frida. No perdí la oportunidad de opinar, sin permiso, sobre un “mal” concurso privado, levantando asperezas sin necesidad, con efectos devastadores, ya que se canceló el resultado como consecuencia de tan desafortunada provocación. Con la revista siguiente iniciamos un número monográfico sobre casas mexicanas que se repetiría años después al ser el contenido más vendido. Obras de Isaac Broid, Enrique Norten o Mauricio Rocha, entre otros, iniciarían un seguimiento constante a sus respectivas trayectorias. Mi ensayo sobre nueve residencias de Abraham Zabludovsky sería el presagio del primer libro de Arquine, que llegaría dos años después. Colaboraciones de Ignasi Solà-Morales, Sara Topelson o François Chaslin —director por entonces de L’Architecture d’Aujourd’hui— reflejaban el empeño por incluir destacadas notas de autor. Con el número 7 sufrimos un descalabro. El despacho mexicano que íbamos a publicar adelantó el contenido a otra revista de la época y, entre indignación, celo y urgencia, corrimos a reemplazarlo con los proyectos más recientes de Javier Sánchez, despacho en plena efervescencia, junto con la obra del argentino Mariano Clusellas. Un interesante análisis compositivo de la obra de Barragán en su propia casa, a cargo de Axel Arañó, y un trabajo académico sobre la Ciudad Lacustre dirigido por Alberto Kalach con estudiantes de la UNAM y Harvard, sentaban las bases de dos temas recurrentes. A éste, le siguió un número con el trabajo del despacho mexicano de Martín Gutiérrez y el chileno Smiljan Radic. Además, publicamos los proyectos ganadores del primer concurso de Arquine, en el que los galardonados fueron Emmanuel Ramírez y Diego Ricalde, quienes años después fundarían el despacho MMX. No siempre fue fácil contar con colaboradores de calidad, por lo que en este número apareció una enigmática Manuela Salas, que bien pudiera haber sido un alter ego del editor —y un homenaje a sus respectivas abuelas—. El tercer año, con el número nueve, se estrenaba una arcaica versión digital de arquine.com para incluir más información en formatos elásticos que permitían las reacciones de los lectores. Se incluyeron las obras recientes de Isaac Broid y de Michael Rotondi; Jose Castillo nos llevaba por la casa que proyectó John Lautner en Acapulco y anunciábamos el 2º Concurso Arquine. Con el número diez, reunimos diez obras de interiorismo, una disciplina que siempre nos ha costado contarla sin que resbale hacia las socorridas revistas de estilo y vida. En este número y el siguiente anunciábamos el primer Congreso Arquine, que llegó para quedarse como uno de los encuentros anuales más destacados de arquitectura. Además, publicamos extensamente dos casas: una de Kalach y otra de Gómez-Pimienta, con todo lujo de detalles. En el verano del 2000 rompimos un tabú publicando un proyecto de Ricardo Legorreta, que hasta entonces habíamos evitado. El uso del color y cualquier resonancia barraganiana estaba excluida de la arquitectura mexicana de nuestra generación; sobre todo, en aquellos arquitectos que iniciaron la revista que precedió a Arquine. Con el número 13, recorrimos América, de norte a sur, con obras de Marlon Blackwell, Alfredo Hidalgo+Diego Vergara y Gerardo Caballero, y revisamos en el dossier el extraordinario legado de Francisco Artigas.

Asumimos riesgos con una portada con una imagen girada y en blanco y negro. No hubo ni quejas ni elogios, así que seguimos navegando y publicando a ciegas. Procedimos con un número “seguro” con obras de Teodoro González de León y Francisco Serrano, y apareció una nueva sección de Lecturas, resultado de la incorporación de Alejandro Hernández Gálvez como Jefe de Redacción. Con el número 15, mediante las obras de Enrique Norten y Ábalos & Herreros, ya hablamos de “las tersas texturas evanescentes de las pieles”. Además, Humberto Ricalde publicó un notable ensayo sobre la modernidad de don Augusto H. Álvarez. En verano del 2001 las protagonistas fueron las casas de playa; en otoño, los espacios para educar. La portada estuvo virada en negativo. No faltaron destacados colaboradores como Francisco Liernur, Fernanda Canales, Iñaki Ábalos, Carlos Eduardo Días Comas, Enrique X. de Anda, Richard Ingersoll, Federica Zanco, Josep María Montaner o Luis Fernández-Galiano. La portada del número 19 fue doble: coincidieron obras de Adrià+ Broid+Rojkind (quienes fueron Premio Cemex de ese año) y de Gilberto Borja, ambos socios fundadores de la revista, forzando una portada salomónica. Cada vez, quedaba más claro el interés editorial de Arquine, reportando las obras recientes de Javier Sánchez, Alberto Kalach o Mauricio Rocha, quien sería portada del número 20, donde Alejandro Hernández ya delataba sus intereses con el texto “Contra la arquitectura”. A partir del número 22, el diseño cambió de manos, conservando lo esencial, y David Kimura se ha ocupado hasta el día de hoy de hacer atractiva la revista, junto a Gabriela Valera, que se sumó al equipo de diseño desde el número 33. Siguieron números con clásicos locales: Serrano, Norten o LBC, que se cruzaban con obras de Rafael Iglesia, RCR, Winka Dubbeldam y Herzog & de Meuron. Un consejo editorial activo se reforzaba con Javier Barreiro, Jose Castillo, Fernanda Canales y Rozana Montiel. Y desde mi editorial seguía rompiendo lanzas en favor de los concursos y la igualdad de oportunidades. Con el número 26, regresamos al confort de las casas de autor y mi ensayo sobre la arquitectura latinoamericana de mitad del siglo XX se convertiría en un libro. Le siguió la sobriedad de Agustín Landa y Javier García Solera. Posteriormente, cerramos un número sobre los nuevos territorios que proponían Vicente Guallart, Raúl Cárdenas y Willy Müller. Un profundo ensayo de Juan Manuel Heredia sobre Juan O’Gorman certificaba el interés permanente por documentar la primera modernidad mexicana. Viéndolos retrospectivamente, los números 30’s y 40’s, incorporaron más diseño con Héctor Esrawe —y posteriormente Emiliano Godoy— en el consejo editorial. Las portadas, más abstractas, sumaron algunas obras de diseñadores y artistas, incluido Jan Hendrix, con un fold out. Fueron años en los que la atención se dirigió al panorama internacional, especialmente hacia la arquitectura brasileña y chilena, lo que se reflejaba en las páginas impresas. El número 30 recogía obras destacadas de la nueva generación del DF, por entonces el acrónimo de la Ciudad de México, con más aciertos que errores, tras el tamiz de los años. El número siguiente ilustraba obras de los participantes del congreso anual de Arquine —con Peter Eisenman, Federico Soriano, etc.— y desde entonces, cada septiembre, publicamos a los más destacados ponentes de nuestro encuentro anual. Con la euforia del cambio en Colombia, en el número 32 destacamos los mejores proyectos de la transformación urbana de Medellín y Bogotá. Con una portada de la ballena de Gabriel Orozco en la Biblioteca Vasconcelos, el 38 publicaba exhaustivamente el edificio más importante de México en lo que va de siglo, junto con obras de Giancarlo Mazzanti y Alejandro Aravena. El número siguiente se adentró, para no dejarlo, en la era urbana y las transformaciones metropolitanas, para seguir con arquitecturas y paisajes latinoamericanos. Con la primavera de 2008 publicamos un número de referencia con lo más notable de la vivienda colectiva del momento —ELEMENTAL, BIG, Coll-Leclerc—, certificando la importancia de un producto de primera necesidad en nuestras ciudades. Con la revista 46, rescatamos la arquitectura gloriosa de las olimpiadas del 68, junto con proyectos que se frustrarían ese mismo año en la Villa Panamericana de Guadalajara. Con el número 50 llega la primera revisión a fondo de lo que habíamos publicado hasta entonces, además de una apuesta por las que considerábamos eran las 50 voces emergentes del continente; elenco interesante que, con el paso del tiempo, creció, aunque otros muchos se diluyeran en el olvido. A su vez, las portadas trataban de sorprender al lector sin perder rumbo, incluyendo con mayor frecuencia los grandes autores globales. Por entonces, el equipo se reforzó con Isabel Garcés, Juan José Kochen, Maui Cittadini, Oscar Ramírez y Andrea Griborio, quien empezó coordinando el congreso anual e inició los programas de radio que se convertirían en La Hora Arquine. Con Arquine 51 surge un tema que será recurrente: “Re-pensar la arquitectura”. Arquitectos como Shigeru Ban o Lacaton & Vassal estaban tomando el relevo a los stararchitects, después de la crisis económica global de 2008. Siguieron números sobre paisaje, activismo y nuevas miradas a la producción latinoamericana. Con Arquine 60 celebramos nuestros 15 años con un gran número en el que publicamos algunas obras de aquel 2012, las cuales todavía son referentes de la arquitectura mexicana, como el Jardín Botánico de Tatiana Bilbao, la Tallera de Frida Escobedo o San Pablo de Mauricio Rocha, entre otros. Publicamos también unas radiografías y prospectivas donde cuantificamos a quiénes habíamos publicado en esos 15 años, con Javier Sánchez y Mauricio Rocha a la cabeza. Preguntamos a unas 100 arquitectas y arquitectos cuál obra mexicana destacaban de ese período, además de cuál trayectoria profesional y qué proyección a futuro vislumbraban. Ya entonces y todavía ahora, la obra que contaba con mayor reconocimiento era la Biblioteca Vasconcelos y, los arquitectos que prometían, cumplieron con las expectativas. Con el número 63, llegó un rediseño profundo que reflejaba las distintas expresiones de la plataforma poliédrica en la que se había convertido Arquine, mostrando unas nuevas portadas radicalmente distintas, diagramáticas y monocromas. A su vez, el consejo editorial se iba ampliando con más voces y nuevos colaboradores. El número 70 reunía proyectos urbanos, lo que sería tema y tendencia cada vez más frecuente. También hacía eco del resultado del nuevo aeropuerto. Si bien se criticaba la opacidad del concurso, se veía como la puerta de un futuro esperanzador. A su vez, la revista promovía otros productos de Arquine que irían asentándose, como las novedades editoriales, posgrados, concursos, festivales y congresos en Chile y Colombia. Con el 73, reaparecieron las fotos en portada y los números tendieron a ser cada vez más temáticos: “Madera”, “Concreto”, “Futuros”, etc. Además, las entrevistas y las conversaciones con destacados arquitectos pasaron a ser habituales, un recurso para acercar la lectura a un lector primordialmente visual. Los 20 años llegaron con los 80 números. Celebramos con 20 palabras clave (belleza, ecología, movilidad, sustentabilidad, ligereza, información, gente, urbanismo, etc.) que habían ocupado el escenario de la arquitectura, una disciplina cada vez más transversal. El número 85 quizá haya sido el ejemplar más gordo de la colección ya que añadimos un dossier especial de 48 páginas con los proyectos finalistas del MCHAP (Mies Crown Hall Americas Prize) en alianza con el IIT de Chicago. En el número 89, dos años después de los terremotos del 2017, publicamos las primeras obras que emergían del esfuerzo colectivo por la reconstrucción. Los últimos diez números delatan cierta tendencia y una adversidad. Ésta fue la pandemia que coincidió con el 91, dejando en bodega los números siguientes que no encontraron puntos de venta hasta el 94, el cual regresó a las librerías habituales, ampliándose a los quioscos hasta la edición 96. La tendencia fue el espacio público, la calle, la ciudad y la consciencia social. Con el número 99 y la reivindicación de la autonomía de la forma, la trayectoria trimestral de esta publicación llega a la centena con ganas de seguir. Así, en este número 100 decidimos reflexionar básicamente sobre cinco temas que nos parecen fundamentales desde la perspectiva disciplinar de la arquitectura contemporánea: la enseñanza, la vivienda colectiva, el espacio público, el territorio y el cambio climático. Y cada uno reúne cinco destacadas voces para sumar coralmente 25 propuestas que nos ayuden a vislumbrar y dibujar el camino que sigue. Un número de pausa y reflexión, para ver atrás y hacia adelante, para sentar las bases de una cultura que no puede ser sólo un bombardeo constante de información o la banalización de la arquitectura reducida a una colección infinita de imágenes. Un número que coincide con el rediseño de arquine.com, más eficiente y potente, y con un libro que reúne 25 obras construidas en Latinoamérica en los últimos 25 años que han sido referentes y parteaguas para el desarrollo de la disciplina y que resisten dignamente el embate del tiempo.


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