Inflexiones: convertirse en lo que aún está por ser
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¡Felices fiestas!
21 julio, 2014
por Andrea Griborio | Twitter: andrea_griborio | Instagram: andremonida
Nueva York tiene nuevo museo. Después de trece años la capital del mundo global abre las puertas del Museo Memorial 9/11 para honrar a las 3,000 víctimas del ataque terrorista más significativo del siglo XXI. Ubicado entre los cimientos de las dos torres icónicas de Manhattan, el museo presenta como principal atractivo la excavación que devela los cimientos de la construcción original de las torres gemelas y hace visible al visitante la antigua ubicación de las columnas o los muros que contienen las albercas que hoy ocupan el lugar de las torres y constituyen el memorial.
El pabellón de acceso al museo fue diseñado por Snohetta despacho con oficina en Oslo y Nueva York fundado por Craig Dykers y Shejtil Thorse; mientras el diseño de todo el museo subterráneo estuvo a cargo de la firma neoyorquina Davis Brody Bond or DBB, quienes trabajaron de cerca con el arquitecto Michael Arad y el paisajista Peter Walker, ganadores del concurso internacional convocado para el diseño del memorial. En términos espaciales destaca el atrio de acceso que desde el nivel de la calle – luego de pasar los respectivos controles de seguridad – permite descender y a la vez observar una escultórica pieza hecha con dos de los tridentes estructurales de la fachada original de las torres. Posteriormente ya en un nivel más bajo, se desprende una rampa descendente que guía el recorrido hacia el nivel de los cimientos, un objeto aislado que pasa desapercibido en medio del desproporcionado espacio que lo contiene y que permite llegar a los principales espacios expositivos, uno dedicado exclusivamente a recordar a las víctimas a través de imágenes y fotografías de cada uno y el otro dedicado a la reconstrucción histórica de los hechos.
Sorprende que en el país de la ficción y donde Hollywood tiene su sede, la historia no llegue al climax y se torne corriente el drama que todavía en la realidad resuena. El museo está saturado de objetos e imágenes de las víctimas, de personas que participaron en el rescate, de momentos que reconstruyen fragmentos de la historia, detalles del momento, más sin embargo, un lápiz labial encontrado en el lugar de los hechos pareciera tener el mismo valor –dentro de la historia que cuenta la confusa museografía– que el camión de bomberos destruido o los pedazos de columnas recuperados. La colección de fragmentos destrozados por la catástrofe puede ser vista en diferentes zonas del museo, prácticamente sin relación alguna, y aunque indudablemente representan una colección de piezas de gran valor, lo que principalmente exhibe es la labor arqueológica posterior al suceso más importante de los últimos quince años: el motor del elevador de una de las torres, un segmento de la antena de radio y televisión que coronaba la torre norte o el pedazo de la columna de la misma torre entre los pisos 93 y 96 que recibió de manera directa el impacto que ocasionó el desplome, se exhiben como parte de los restos que narran la historia de lo acontecido y que el museo reúne “para dar testimonio solemne de los ataques terroristas de septiembre del 2011”. En un lugar cargado de muchos significados todo es soso, pareciera que en el intento de no querer dejar de contar el más mínimo detalle, se pierde enfoque y la oportunidad de contar bien una historia importante.
El museo, donde para entrar hay que pagar 24 dólares (315 pesos mexicanos), ha sido objeto de numerosas polémicas, no solo por el modo en el que se comercializa la tragedia al cobrar el boleto de entrada e incluir entre los espacios del mismo una tienda de souvenirs, sino también porque su construcción y apertura significó el traslado a un sótano del edificio de los restos de las 1,115 personas que aun están sin identificar.
But, the show must go on… God bless America!
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