Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
30 marzo, 2018
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
El filósofo francés Clement Rosset nació el 12 de octubre de 1939. En 1960 se publicó su primera obra, que había terminado un año antes, cuando tenía veinte de edad, La philosophie tragique. “No escribí La filosofía trágica por ser un filósofo —dirá después Rosset—, me hice filósofo porque la escribí.” La filosofía trágica apunta a una visión de la realidad o, más bien, a la visión de la realidad como una, singular. Rosset repetirá en varias de sus obras que la realidad es idiota, en el sentido griego de ἰδιώτης: solo, suelto, que no se relaciona con nada. En otro de sus libros, L’objet singulier, Rosset hablará de la singularidad de lo real y de la singularidad como algo que es “único antes que ser insólito, extraño o idiota.” Es precisamente al contrario: algo no es “único en tanto que sea insólito o extraño, sino que es extraño e insólito en tanto que es único.” Y sí, cualquier cosa, cualquier objeto, es único y, por tanto, extraño e insólito. Idiota. Sin embargo, dirá Rosset en Le réel et son double, “nada más frágil que la facultad humana para admitir la realidad, para admitir sin reservas la prerrogativa de lo real.” De ahí las explicaciones e interpretaciones que desdoblen el mundo en busca de sentido, de lo que quiere decir, de lo que realmente significa. El pensador trágico revela que lo que lo real significa es nada, o simplemente eso, lo real mismo. Esa tragedia no tiene, sin embargo, nada de drama y desesperación: exige la aceptación gozosa de lo que hay, tal cual.
La filosofía de Rosset tiene algunas consecuencias para las artes y la arquitectura. Para las primeras, la idea de que todo objeto es singular y por tanto insólito hace imposible considerar a lo bello como algo extraordinario —¿no era eso lo que demostró Duchamp con sus objets trouvés? “Lo que llamamos «bello» —dice Rosset en su Lógica de lo peor— está esparcido en una infinidad de circunstancias, de encuentros, de ocasiones, que ningún principio vincula entre sí: que, por consiguiente, «lo» bello es algo que no existe.” El encuentro accidental de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección, dirá Lautréamont. Más adelante, Rosset agrega que “lo bello designa el conjunto de todos los posibles encuentros que producen un «efecto de belleza» y este conjunto, cuya ley ninguna estructura podría proporcionar, no representa más que la suma empírica de todos los «instantes» de belleza.” Por tanto, para Rosset la belleza es azar y “el acto humano que conduce a la creación de formas bellas […] no es exactamente creador, si se entiende por creación una modificación aportada al estatuto de lo que existe.” Un poco de visión trágica no le caería mal a tanto artista y arquitecto que define lo que hace como creatividad y a sí mismos como creadores, pues.
De cara a la arquitectura, el ensayo de Rosset titulado Aquí y allá, e incluido en su libro Le philosophe et les sortilèges, resulta fundamental. Como lo real, como los objetos, el aquí es singular. La singularidad del aquí no tiene nada que ver con la identidad de lo local, que siempre se entiende en referencia a algo distinto: esto es aquello. El aquí, en cambio, sólo se entiende, por ser singular, en relación a algo distante: el allá. Rosset explica que “el allá visto desde aquí será siempre diferente del allá observado en el mismo sitio (y que deja, de golpe, de ser allá).” En ese sentido, el allá define al aquí tanto como el aquí anula al allá. Lo anterior lleva a Rosset a plantear dos experiencias distintas del viaje. En una, el viajero transforma el allá en otro aquí al ser visitado; pero en la otra, el viajero “no busca el allá, pues el allá termina por resumirse en una experiencia de un nuevo aquí, sino simplemente la negación —provisional— del aquí en el que se encuentra.” El allá se convierte así en una coartada para el aquí. Aunque poco usual en español, en varias otras lenguas coartada se dice con la palabra latina alibi, que literalmente quiere decir en otro lugar. En general, dirá Rosset, “la función del alibi consiste en oponer a toda presencia la alternativa de otro lugar, a toda realidad la posibilidad de otra realidad.” Rosset concluye que “la suerte de todo aquí es ser inhabitable, por ser nada. El aquí está ligado a la pobreza, a la privación: sin recursos por que no tiene sitio.” Y agrega que el aquí es un no lugar, como el allá utópico, aunque aquel exista, es imposible asignarle un sitio a cualquiera. “Podemos acondicionar un lugar tejiendo a su rededor una red de relaciones que le confieren estabilidad y consistencia.” Así obtendremos “un aquí habitable en tanto que enriquecido con relaciones exteriores que le dan lugar.”
Clement Rosset murió el pasado 27 de marzo, en París, a los 78 años.
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