Carme Pinós. Escenarios para la vida
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16 marzo, 2015
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
Este fin de semana salía publicado en el blog Verne de El País un divertido texto donde se investigaba cuanta superficie necesitaría toda la población del mundo –unos 7,300 millones de personas- para caber todas juntas, una junto a otra, hombro con hombro. El resultado es cuanto menos sorprendente: toda la población mundial puesta de pie cabría en un cuadrado de 5,7km x 5,7 km. Trasponiendo eso a un volumen, el autor del artículo, Tim Urban, nos comenta que sólo necesitaríamos un cubo de 1,07 kilómetros de lado —algo más alto que el Burj Kalifa en Dubai— para albergar incómodamente a cada persona del mundo.
El edificio imaginado por Urban no examina elementos como puertas, habitaciones, suelos, techos o usos y programas arquitectónicos destinados al tiempo libre, al trabajo, al juego, al consumo o cualquier otro que nos imaginemos. Más bien la propuesta sólo se dedica a acumular a toda persona viva existente en el mundo. Por tanto, podríamos suponer que un edificio que albergara a toda la población planetaria debiera ser cuanto menos más grande. Por ejemplo, sin entrar en valoraciones sobre cuanto necesita una persona como mínimo para vivir ya que son temas que dependen de diversos factores y sin establecer factores como la clase social, si estableciéramos el mismo ejercicio pero dando a cada persona una habitación de 25 m2 con 3 metros de altura, necesitaríamos un cubo de algo menos de 8.2 kilómetros de lado, que superaría ampliamente cualquier construcción realizada por el hombre –el edifico más grande existente es la fábrica Boing en Everet, con un volúmen de 13,385,378 m3– que casi alcanzaría la altura del monte Everest –8,850 m.
Esta hipótesis no consideraría, una vez más, factores como otros programas y usos que podría y debería acoger el mismo edificio. Desde hospitales a cementerios, zonas de juego o escuelas y bibliotecas o cualquier otro que imaginemos. Además para imaginar el edificio había que pensar además en cómo construirlo, qué cimentación necesita para soportar todo el peso, cuál sería el lugar óptimo para ubicarlo, de dónde se obtendrían los recursos de mantenimiento, cómo ventilaría o iluminaría el interior o cómo se gestiona el desecho. Lo que sí habla es que a pesar de todos los que somos, la Tierra podría albergarnos en un pequeño porcentaje de su superficie, pudiendo dejar el resto libre y de forma virgen. Un dato que no sirve para mucho, pero sí da que pensar sobre las formas en las que se distribuye la densidad.
El espacio, parece, es el recurso más lujoso que tenemos, limitarlo a un edificio o una habitación mínima podría, entonces, ser un ejercicio interesante, pero demasiado impositivo. Así, ¿hasta qué punto funcionaría realmente un edificio que albergara una gran población? Un ejercicio que ya ha tenido casos en el mundo real o en la ficción cinematográfica. Si miramos al cine, la imagen del edificio infinito –o lo que es lo mismo, demasiado grande como para ver el exterior– aparece en repetidas ocasiones como fábula distópica.
Ahí la naturaleza, la luz, el olor o el viento se reducen a una proyección simulada tal y como ya ocurre en muchos centros comerciales, donde el exterior no importa y es mucho menos importante que el exterior. Pensemos ahora en casos reales. Aquí, mejor que en ningún otro, en la manzana de Kowloon, la construcción humana más densa de la tierra hasta su desaparición en 1999, o los grandes ejercicios modernos en Europa que quería acoger –y en algunos pasos a apartar– una gran cantidad de población necesitada de habitación. Entre todos destaca Corviale, un edificio de 1 kilómetro de largo ubicado en la periferia de Roma, o Velas de Scampia, lugar donde se desarrolla la acción de la película Gomorra y que demuestran la difícil gobernabilidad de un ejercicio de estas características. Fue esta imposibilidad misma la hizo que Kwoollon o Velas de Scampia acabaran siendo desalojados como solución para acabar con la autonomía de poder que planteaban. Estos lugares, de difícil acceso acabaron siendo ingobernables por los gobiernos locales.
La gobernabilidad de la vida reducida a un edificio podría ser un gran problema ¿qué pasaría si existieran clases sociales? J.G. Ballard, en su célebre libro High rise, imaginó cómo un edificio con más de mil departamentos y con una marcada estructura de clases acabaría por convertirse en un lugar de conflicto y lucha. Una construcción gigantesca, convertida en ciudad, o en el mismo mundo apartado del exterior, acaba por alejarse de todo aquello de lo que estaba planeado, demostrando, quizá, que la vida no se puede reducir, ni encerrar, en un único edificio.
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