Gobierno situado: habitar
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25 abril, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Como caída del cielo, como llegada de ninguna parte. Suelta, absuelta de cualquier relación con el mundo se nos aparece enfrente: ¿qué es esa cosa?
¿Qué es una cosa?, se pregunta Heidegger en su ensayo sobre El origen de la obra de arte, publicado por primera vez en 1952. “Es una cosa la piedra en el camino y el terrón en el campo. El jarro y la fuente en el camino son cosas, pero ¿qué es de la leche en el jarro y del agua de la fuente? También son cosas.” Sin embargo, no son meras cosas sino más bien algo. El jarro es lo que contiene la leche, sirve para contenerla y luego servirla en el vaso, que a su vez sirve para que tomemos la leche que sirve para alimentarnos. Son cosas, todas esas, para algo y más: para alguien, es decir: para nosotros. Se nos aparecen como algo útil —aparecerse como apariencia es lo que finalmente significa que algo sea un fenómeno. “Una cosa en sí —dice Heidegger apelando a Kant— es aquello que no es accesible a nosotros mediante la experiencia.”
La cosa está desprovista de mundo porque, digamos, no le alcanza, porque se cierra en sí. Las cosas que nos rodean son más que cosas: se conectan unas con otras en un sistema —el sistema de los objetos, pues—, tejen la textura del mundo donde la llave lleva a la cerradura, la cerradura abre la puerta, la puerta nos deja entrar a la casa, la casa vivir y así una tras otra. Las cosas que nos son útiles son útiles porque siempre una lleva a otra como las palabras en un diccionario: ninguna se basta sola.
La obra de arte va más allá de la cosa y del útil. Si la cosa no tiene mundo porque no le alcanza y el útil lo es porque es del mundo, la obra de arte, dice Heidegger, establece un mundo, su propio mundo. El arte moderno complica la cosa: hace que el circulo casi se cierre: cuando un mingitorio se convierte en Fuente, se lo arranca del mundo y se le arranca su utilidad, se transforma en obra, con su propio mundo pero también, al mismo tiempo, en una mera cosa —esa es la insoportable violencia del auténtico objet trouvé. “El útil —según afirma Heidegger— tiene una peculiar posición intermedia entre la cosa y la obra,” y la producción de objetos útiles es el objetivo del diseño.
“Previamente a cualquier otra consideración —escribió Tomás Maldonado en el segundo número del Boletín del Centro de Estudiantes de Arquitectura, publicado en Buenos Aires a finales de 1949— debemos comenzar preguntándonos cuál es el lugar que ocupa el diseño —el diseño funcional— en el conjunto de las artes visuales modernas y cuál es su verdadera importancia en la vida de nuestro tiempo.”
Tomás Maldonado nació en Buenos Aires el 25 de abril de 1922. Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón de 1936 a 1942. Editó varias revistas, entre ellas Nueva Visión, que publicó desde 1951 hasta 1957 y también fue fundador del movimiento de Arte Concreto. Con la editorial de su revista publicó en 1953 un libro dedicado a Max Bill, arquitecto y diseñador suizo que estudió en la Bauhaus de Dessau y que en ese mismo año fue director-fundador de la Hochschule für Gestaltung de Ulm. En 1954 Maldonado viajó a Alemania invitado por Bill como profesor. En el 57, tras la renuncia de Bill, Maldonado se hizo cargo de la escuela. En 1958, en un discurso pronunciado en la Feria Mundial de Bruselas, Maldonado tomó distancia de la posición que Max Bill mantenía hacia el diseño, derivada de la Bauhaus y, por tanto, según Maldonado, de los movimientos Arts and Crafts. Maldonado veía en las tendencias que siguieron a la Bauhaus algo no muy distinto a su contraparte en los Estados Unidos, el styling, tal como lo había entendido Raymond Loewy: el trabajo sobre la superficie de los objetos como artificio estético con vistas a favorecer el consumo. Maldonado en cambio propugnaba un diseño racional y científico, “cuyo objetivo fuera determinar las cualidades formales de los objetos producidos por la industria” no sólo de manera externa, superficial, sino “principalmente a partir de las relaciones estructurales y funcionales que hacen de un sistema una unidad coherente tanto desde el punto de vista del productor como del usuario.”
Para Maldonado el lugar del diseño es el mundo —entre las cosas sin mundo y las obras en su propio mundo—: “mundo escenario, mundo receptáculo, mundo producto, aunque también habría que agregar mundo herramienta, mundo para cambiar el mundo” —dijo en una conferencia en Montevideo en 1964. El diseño es un proyecto eminentemente social. Eso lo explica Maldonado a partir del análisis del primer texto publicado en 1697 por Daniel Defoe, An Essay upon Projects, en contraposición al libro más conocido de Defoe: Robinson Crusoe.
En el texto publicado en 1949, y que lleva por título El diseño y la vida social, Maldonado insiste en que “el diseño no es un fenómeno de los que pudiéramos llamar de naturaleza aerolítica; un hecho insólito y casi inexplicable en la historia, sino que, por el contrario, proviene de los mejores y más fructuosos itinerarios de la cultura técnica y artística del pasado, y emproa, sin vacilaciones, hacia objetivos perfectamente claros y bien formulados.”
Como caída del cielo, como llegada de ninguna parte, suelta, absuelta de cualquier relación con el mundo se nos aparece enfrente: ¿qué es esa cosa?, quién sabe qué sea, pero siguiendo a Maldonado, si no se relaciona con nada de este mundo, sin duda no será un producto de diseño.
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