Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
19 julio, 2018
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
“El principal invasor de áreas verdes en Chapultepec es la residencia oficial de Los Pinos, que actualmente se extiende sobre una superficie de 748 mil metros cuadrados, que equivalen a casi 10 por ciento del total del bosque, lo que la convierte en una de las casas de gobierno más grandes del mundo por la extensión territorial que ocupa.”
Lo anterior no es un fragmento de alguna de las propuestas del próximo gobierno federal, aunque el equipo de Andrés Manuel López Obrador ya haya anunciado, siguiendo lo que dijo durante la campaña electoral, que se abandonará ese sitio como residencia oficial del poder ejecutivo del país. Ese párrafo es el que abre un artículo firmado por Elia Baltazar —publicado en el periódico La Jornada el 11 de octubre del 2002, hace prácticamente dieciséis años—, y quien afirma que Los Pinos es el principal invasor del Bosque de Chapultepec es Alberto Kalach, cabeza, “junto con Teodoro González de León, del grupo interdisciplinario Futuro Desarrollo Urbano, creador del proyecto México Ciudad Futura, que cuenta entre sus propuestas el rescate del lago de Texcoco y el aeropuerto alterno, con una visión de infraestructura, ecología y desarrollo urbano para el valle de México.” Transcribo lo que sigue del artículo para entender cuál era la propuesta:
La superficie que conforma la zona restringida de Los Pinos, que incluye el área reservada para Guardias Presidenciales y el Estado Mayor Presidencial, es veinte veces más grande que la extensión donde se asientan las más importantes sedes del Poder Ejecutivo en el mundo. Por ejemplo, señala Kalach, la Casa Blanca, en Washington, Estados Unidos, tiene un área restringida de 21,800 metros cuadrados; el Palacio del Eliseo, en París, Francia, ocupa 19,200 metros cuadrados y La Moncloa, en Madrid, España, tiene 39,400.
La construcción de Los Pinos es cuatro veces más grande que La Moncloa: la residencia oficial mexicana cuenta con 56 mil metros cuadrados, mientras el palacio español tiene 13,300, el palacio del Eliseo 8 mil y la casa Blanca 4,600. Para Alberto Kalach, las “excesivas dimensiones” de Los Pinos en relación con las residencias presidenciales de aquellos países democráticos proyectan un poder presidencial y un ejercicio del poder que ya no se corresponden con las aspiraciones del México de la transición.
“Pensamos —dice Kalach— que sería un gran paso hacia un gobierno democrático que el gobierno federal devolviera a los ciudadanos una buena parte del terreno de Chapultepec, que antes era una zona libre para los ciudadanos y de la cual se ha ido apoderando paulatinamente, sobre todo en los últimos doce años.”
Asentado sobre una superficie de 511 hectáreas, el Bosque de Chapultepec está completamente seccionado por bardas y rejas que interrumpen su continuidad espacial, explica el arquitecto. Esta circunstancia, dice, no sólo perjudica al parque sino influye en la calidad de vida en la ciudad, que de por sí es una de las que tienen menos áreas verdes por habitante.
Cuando se publicó la posición de FDU —en varios periódicos además de La Jornada—, el presidente de México era Vicente Fox y el jefe de gobierno del entonces aún Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador. Éste sugirió que si aquél no decidía devolver a la ciudad y al Bosque de Chapultepec parte de los terrenos cercados, al menos sería bueno se evitara que Los Pinos siguiera creciendo.
En el 2012, antes de que Peña Nieto se mudara a Los Pinos, Animal Político publicó una breve historia de la residencia oficial, desde que se construyó en 1550 un molino de trigo —el Molino del Rey— hasta que Fox y luego Calderón decidieron no habitar en la casa que ocuparon sus predecesores —la “Miguel Alemán”, con sus 5,700 metros en “estilo francés”– y mudarse a unas “cabañas” más pequeñas, pasando por la decisión de Lázaro Cárdenas de trasladar la residencia oficial al lugar que bautizó como Los Pinos en 1934. En una especie de espejo con lo que hoy plantea López Obrador, Cárdenas consideraba al Castillo de Chapultepec demasiado ostentoso y prefirió que se abriera como museo en vez de ser ocupado sólo por los presidentes y su círculo cercano. Por supuesto, nada de lo construido en Los Pinos resulta “ostentoso” en el sentido que lo serían el Castillo de Chapultepec o la Casa Blanca —la de Washington, no la de Peña. Viendo las fotografías publicadas en Animal Político descubrimos más bien un gusto pretencioso de nuevo rico que siempre, incluso si hay objetos originales, parece imitación de otra cosa.
Tras el anuncio del presidente electo de dejar Los Pinos y abrirlo como un espacio “para la cultura,” no han faltado las críticas. Desde aquellos que aseguran que se trata de un acto autoritario —en el fondo tanto o tan poco como el de cualquier presidente que antes decidió fijar su residencia en algún sitio, como Los Pinos—, que complicará innecesariamente el funcionamiento del gabinete y el círculo cercano al presidente y —crítica esgrimida sobre todo desde el “ámbito cultural”— que no hacen falta más museos y que el gasto sería excesivo. Pero, parafraseando al famoso futbolista, acaso habría que imaginar cosas mejores.
Que el Estado Mayor Presidencial devuelva al Bosque de Chapultepec, a la ciudad y a sus habitantes, las más de 33 hectáreas de las que, parece, se apropió indebidamente no puede pensarse más que como algo positivo y no resultaría extremadamente complicado. En cuanto a los edificios construidos, imaginarlos como museos o centros culturales en el sentido tradicional sería, muy probablemente, un error. Arquitectónicamente habría que pensar en intervenciones mínimas que, como hicieran Lacaton y Vassal en París con el Palais de Tokio, operen abriendo y liberando espacios para que pueda pasar ahí prácticamente cualquier cosa. Quitar y limpiar, más que poner. La intervención debe servir a programas que se relacionen bien con el sitio, donde ya hay suficientes museos y teatros pero quizá hagan falta espacios para otro tipo de actividades comunitarias que habrá que imaginar. Programas para los que un presupuesto reducido no sea una limitación. Es bueno que se haya pensado en preguntar qué es lo que se podría hacer ahí, pero esa pregunta no debe limitarse a las respuestas en un sitio web. Hay mecanismos estudiados para organizar la participación pública y comunitaria en la toma de decisiones sobre proyectos de este tipo. Una buena consulta requiere planeación y presentar información suficiente y clara para debatir antes de decidir. Deberá consultarse a los vecinos que habitan en las cercanías pero también a los usuarios habituales del Bosque de Chapultepec, que sabemos se cuentan por decenas de miles cada día.
Construir así las bases de un programa de usos y de un proyecto posibles no será sencillo: requerirá esfuerzo y, sobre todo, tiempo. Pero es la única manera de garantizar que, más allá del gesto simbólico, esto no sea una ocurrencia. Después de ese trabajo para definir lo que hay que hacer, habrá que decidir quién y cómo lo hará. Esa será otra prueba para el nuevo gobierno. No deberán encargarse los proyectos —que supongo serán varios, además del plan maestro— a arquitectos y diseñadores ya reconocidos o, peor, conocidos de quienes ocuparán cargos públicos. No; hará falta organizar concursos, públicos, abiertos, con bases claras y jurados reconocidos. Entonces sí, por partes, podremos recuperar primero las áreas verdes del parque y, luego, ocupar creativamente los edificios de Los Pinos. ¿Se puede? Claro, si nos proponemos imaginar cosas mejores y hacerlas bien.
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