Gobierno situado: habitar
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4 enero, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
El 4 de octubre de 1957 se lanzó desde el Cosmódromo de Baikonur el Sputnik 1, el primer satélite artificial que logró ponerse en órbita alrededor de la Tierra. El Sputink 1 era una esfera de aluminio de 58 centímetros de diámetro que pesaba 83 kilogramos y con cuatro antenas de más de dos metros de largo cada una. Noventa y dos días después y tras completar 1440 veces su órbita alrededor de la Tierra, el 4 de enero de 1958 el Sputnik 1 se incendió al reingresar en la atmósfera terrestre. El 4 de enero de 1958, también, Paul Virilio cumplía 26 años. Virilio nació en París en 1932. Su padre era de origen italiano y su madre bretona, él comunista y ella católica. Creció en Nantes durante la ocupación alemana. Entonces, “demasiado joven para entender los temas políticos,” la guerra era para él fundamentalmente un problema del espacio y del tiempo: “el problema de la guerra —dice Virilio— es en principio y antes que nada un problema del entorno sometido a cuestionamientos.” También dice que en 1940, a los ocho años, se dio cuenta de pronto de que “el mundo no es estable: no sólo es inestable sino es relativo. Es relativo a las tecnologías de transporte y transmisión que desestabilizan y destruyen el mundo.”
En 1958, el año en que el Sputnik 1 regresó a la Tierra, Virilio empezó a estudiar “no sólo los búnkers del Muro del Atlántico y las líneas Siegfried y Maginot, sino los espacios militares de lo que se conoce como la “Fortaleza Europa,” con sus sitios para lanzar cohetes, sus sistemas de defensa aérea, sus autopistas y estaciones de radar.” Y le interesó, de nuevo, no sólo la transformación del espacio debido a las nuevas tecnologías desarrolladas con fines militares sino, sobre todo, la transformación del tiempo o, más bien, la transformación del espacio en relación al tiempo. Virilio ha dicho varias veces que el espacio global en el que decimos vivir hoy en día depende completamente del tiempo real al que, literalmente, nos sometemos: el tiempo acelerado de la comunicación instantánea gracias a tecnologías como las que materializaron los satélites como el Sputnik. Hoy el transporte, que se da en el espacio, se supedita a la transmisión, que se da en el tiempo, y ambos, transporte y transmisión, dependen de la velocidad: “la velocidad cambia la visión del mundo,” dice Virilio. Steve Redhead escribe que, para virilio, “la aceleración de las tecnologías en el siglo XX y lo que va del XXI, especialmente de las tecnologías de la comunicación, ha tendido a abolir la distancia y el tiempo.” Esas tecnologías, agrega Redhead explicando las ideas de Virilio, “tales como los satélites y los mecanismos de transmisión digital, han cambiado al mundo de tal manera que lo que en algún momento fue un accidente local o un acontecimiento situado en el tiempo y en el espacio, actualmente es global, sucediendo en todas partes al mismo tiempo.”
En su introducción a la traducción al inglés del libro de Virilio Velocidad y política, publicado originalmente en francés en 1977, Benjamin H. Bratton dice que hoy “la información es la arquitectura por otros medios, enmarcando y delimitando la motilidad de las relaciones sociales (social intercourse).” Con la comunicación acelerada el espacio social se comprime en un tiempo donde lo más importante es la velocidad de respuesta, desde la reacción pública a cierto acontecimiento de importancia política hasta el reconocimiento privado de los efectos de la situación más banal. Así, la ciudad, el espacio físico pero también el mecanismo social cuya función primordial era, también, acelerar la velocidad de conexión —o, dicho de otro modo, establecer vínculos sociales que en condiciones distintas a las que ofrecen la ciudad o la urbe llevarían mucho tiempo o jamás tendrían lugar— se transforma radicalmente. “Debemos reconocer aquí —escribió Virilio en un texto de 1995— un desplazamiento mayor que afecta la geopolítica, la geoestrategia y también, por supuestuo, la democracia, ya que esta última depende en gran parte de un lugar concreto, la «ciudad.»” Hay que ser conscientes del riesgo que implica no reconocer esa nueva situación, dice.
En una entrevista del 2010, en la que también dijo no tener ya ni automóvil ni televisión ni computadora ni teléfono móvil —“vivo en una casa con un teléfono normal, agua, gas y electricidad; a veces escucho el radio”—, Paul Virilio explicó que no está contra el progreso sino “contra la propaganda del progreso, que lleva el nombre de una aceleración sin fin.”
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