Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
31 julio, 2017
por Juan Palomar Verea
Todo empezó con el lanzamiento en los años cuarenta del pasado siglo, del primer “campus” universitario a la manera norteamericana: el del Tecnológico de Monterrey. Siguió, poco tiempo después, la migración de todas las escuelas y dependencias de la UNAM en México rumbo al Pedregal de San Ángel. Este hecho, por cierto, marcó el principio de la grave decadencia del centro de la capital, cuyas consecuencias se resienten hasta hoy. Y esta afirmación proviene, entre otros, de Teodoro González de León, coautor del plan maestro del campus de la UNAM.
De allí para adelante, la tendencia se impuso arrolladoramente. Espacios confinados y vigilados, segregados de la vida normal de la ciudad. Había, básicamente, dos modelos: el norteamericano en general, frecuentemente situado y confinado en un contexto rural. Y el europeo, cuyas instalaciones universitarias se distribuyen por los contextos céntricos de sus ciudades.
Tal vez el primer “campus” contenido fue el del Tecnológico de Guadalajara, situado –a fines de los años cuarenta– en un paraje todavía aislado sobre el Boulevard a San Pedro Tlaquepaque. En el principio de los años sesenta, el Iteso optó por aceptar la donación de un muy remoto terreno al sur del cerro del Gachupín, y fuera ya del Valle de Atemajac para iniciar su propio campus. Siguió la Universidad Autónoma de Guadalajara, al poniente, hacia los años sesenta. La Univa en los ochenta, seguida de la Universidad Panamericana. Actualmente la Universidad de Guadalajara repite el modelo en los Belenes.
El resultado de esta modalidad de funcionamiento universitario, como lo demuestran estudios internacionales, es la impermeabilidad casi completa de los centros de pensamiento e investigación respecto a la comunidad y la prácticamente nula interacción de las comunidades universitarias con la vida cotidiana de la gente y entre sí. Harvard y el Massachussets Institute of Technology (MIT) hace tiempo que se dieron cuenta de este grave fenómeno. Están separados por cerca de dos millas y media, y crearon y fomentaron un corredor entre ambas instituciones de equipamientos y servicios: el resultado ha sido una muy productiva comunicación e interacción entre académicos y alumnos que ha llevado a innumerables enriquecimientos y propuestas. Ambas instituciones están libremente abiertas para cualquier interesado no inscrito formalmente, y sus bibliotecas, instalaciones académicas y deportivas están disponibles para todos.
Los fortines universitarios hace tiempo que dejaron tener sentido. Mucho ayudaría a la comunidad en general, y a las comunidades universitarias, el abrirse inteligentemente a sus contextos y usuarios inmediatos, a toda la ciudadanía. Ya que optaron, en principio, por aislarse de la ciudad central a la que tanto bien hubieran hecho, pueden ahora ser núcleos abiertos de conocimiento público, de vinculación y promoción de sus entornos humanos y físicos, de enriquecimiento y servicio exponencial a la sociedad a la que se deben.
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