Los dibujos de Paul Rudolph
Rudolph fue un arquitecto singular. Un referente de la arquitectura con músculo y uno de los arquitectos más destacados de [...]
25 mayo, 2014
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
El tema de la Expo 2015 en Milán será “Alimentar el planeta, la energía para la vida”. Alimentación, tecnología, biodiversidad, solidaridad, cooperación: algo en lo que México, por su riqueza y biodiversidad, tendrá mucho que contar. Estos encuentros sirven para sentar los lineamientos del mainstream global al poner sobre la mesa ferial las novedades, tendencias y, sobre todo, exhibir el músculo de los contendientes. Las expos han constituido un valioso campo de pruebas de la arquitectura moderna. Una buena colección de ejemplos de referencia se cuelgan en la memoria colectiva desde su condición casi siempre efímera y espectacular. Su particularidad tipológica radica en un programa casi inexistente, en la rapidez del encargo y la ejecución, así como en la expectativa por extasiar al mundo, anhelando el efecto ¡wow!, que luego, como en toda fiesta, desaparecerá. La expo es una feria de formas donde, parafraseando a Paul Valéry, lo más profundo es la piel.
La lista de pabellones ejemplares puede ser larga. En París, 1925, emergieron las vanguardias con el primer pabellón de la Unión Soviética de Melnikov, con obras de El Lissitzky, Rodchenko y los Tatlin, o el pabellón de L’Esprit Nouveau de Le Corbusier y Pierre Jeanneret, donde se negó lo decorativo en la expo art déco por excelencia. El pabellón alemán de Mies van der Rohe en Barcelona sorprendió como espacio de representación para un único encuentro. El de Asplund en Estocolmo, 1930, reflejó la modernidad ligera y festiva. En el español de Sert, en París 1937, con el Guernica de Picasso y la fuente de Mercurio, de Calder, el dolor y la modernidad van de la mano expresando los valores de una república herida en plena guerra civil. El pabellón Philips en Bruselas 1958, de Le Corbusier y Iannis Xenakis, impactó desde la geometría del contenedor que albergaba un interior dinámico, para proyecciones. La cúpula geodésica de Buckminster Fuller, que representó a Estados Unidos en Montreal, 1967, proponía futurismo y transparencia, y el pabellón alemán de Frei Otto, del mismo año, ofrecía un nuevo universo de estructuras colgadas. En Sevilla, 1992, Tadao Ando interpretó las tradiciones constructivas japonesas, y el pabellón chileno de Germán del Sol y José Cruz posicionaron en el universo arquitectónico a un país olvidado. En Hannover 2000, MVRDV expresó la falta de territorio en Holanda y en la última expo, Shanghai 2010, la catedral de semillas de Thomas Heatherwick, y las fachadas textiles de Benedetta Tagliabue, mostraron la temperatura de los últimos coletazos de la arquitectura icónica. Habrá que ver hacia dónde se enfoca la arquitectura en el próximo encuentro de Milán 2015 y en la siguiente, que será en Dubai 2020.
La presencia mexicana en ferias y exposiciones internacionales se remonta a los inicios de estos encuentros. Cabe destacar el quiosco morisco que nos representó en Nueva Orleans a principios del pasado siglo, que terminó en el zócalo de la colonia Santa María la Ribera. Pedro Ramírez Vázquez llevó a cabo los pabellones de México en Bruselas 1958, Seattle 1962 y Sevilla 1992. Su discípulo y colaborador Francisco López Guerra heredó la franquicia llevando a cabo los pabellones de la expo de Aichí 2005, el de América Latina en Zaragoza 2008 y ahora el de Milán. Si para las anteriores sedes se trató de encargos directos, en esta ocasión fue resultado de un concurso abierto, con un jurado compuesto por arquitectos mexicanos como Mauricio Rivero Borrell, ex-presidente del Colegio de Arquitectos, José Luis Cortés Delgado, ex director de Arquitectura en la Universidad Iberoamericana y próximo presidente del Colegio de Arquitectos, Marcos Mazari, director de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, y José Vigil, ex-presidente de la Fundación Luis Barragán, bajo la supervisión de Federico Reyes Heroles, presidente y fundador del Consejo Rector de Transparencia Mexicana. No faltó transparencia —aunque tardaron tres meses en presentar el resultado— sino que sobró homogeneidad. Como es sabido, la calidad de un concurso se mide por la calidad del jurado, más que por el programa o el premio. En este caso hay coincidencia generacional y dominan “ex-presidentes” para escoger la propuesta del “futuro”.
Si el lema de la expo tiene que ver con la alimentación, el pabellón mexicano reivindica el maíz: ¡gran hallazgo! La propuesta ganadora se basa en una representación del totomoxtle, hoja de la mazorca —transgénica, a la vista de su tamaño—. Es una ocurrencia que, de ser realista, llevará al visitante al mundo de Gulliver, y de ser una interpretación libre fundirá la Ópera de Sydney, de Jørn Utzon, con el pabellón que realizó Benedetta Tagliabue hace cuatro años. Cabe observar que en la información presentada y publicada no hay coincidencia entre las perspectivas y las plantas —quizá el jurado diera por hecho que un autor de tantos pabellones previos sabrá dar con la solución adecuada.
El tema que se propone para la capital lombarda tiene que ver con energía y alimentación. Ciertamente refleja la vocación —más que los intereses reales— de la sociedad desarrollada del planeta. Y será una oportunidad para confrontar miradas y tendencias que apuntarán hacia una arquitectura responsable. Cabría reflexionar sobre el sentido que pueda tener todavía un pabellón nacional, pero sin duda debería dar respuesta al tema que se plantea y aprovechar la oportunidad para lanzar un manifiesto, postulándose como potencia emergente que despierta de su pereza intelectual y recurrir a nuevas generaciones que pudieran aportar propuestas menos previsibles.
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