Casa manifiesto
El primer manifiesto en México se escribió en 1921. Anuncios, carteles y publicaciones como Irradiador e Urbe consumaron la vanguardia [...]
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¡Felices fiestas!
12 diciembre, 2015
por Juan José Kochen | Twitter: kochenjj
En 2007, el Instituto Nacional de las Bellas Artes (INBA) declaró Monumento Artístico al Super Servicio Lomas, construido en 1948 por Vladimir Kaspé. En esa coyuntura, El País tituló “Trescientos metros de controversia” por el ligero incumplimiento de ley al pasar de 20 a 300 metros de altura permitida en Lomas de Chapultepec y Molino del Rey, además de la inminente demolición del edificio histórico. “Nos conviene mucho más tener esta torre que permitir el desorden que se vive en materia de viabilidad y uso del espacio”, decía Marcelo Ebrard hace siete años sobre la entonces Torre Bicentenario diseñada por Rem Koolhaas e impulsada por Grupo Danhos. En contraparte, noticias en distintos medios daban voz a vecinos y agrupaciones de colonos que increpaban sobre del impacto urbano y ambiental del rascacielos. Dejà vu (#Así no).
La memoria se debilita en perjuicio de la ciudad. El Super Servicio Lomas se cerró a principios de 2007 tras más de 50 años de mantenerse en funcionamiento. Fue adquirido por el Corporativo Pedregal Hispamex y se diluyó poco a poco, primero la gasolinera, luego la agencia automotriz y finalmente el taller mecánico que ocupaba cuatro pisos con una notable rampa helicoidal. Desde entonces, y tras una ardua disputa legal, el INBA sucumbió en la defensa del patrimonio arquitectónico moderno ante ingeniosos instrumentos de negociación inmobiliaria.
Desde 1991, la obra de Kaspé presentó varias remodelaciones, pero fue hasta 2001 cuando tuvo una profunda intervención como lujosa vitrina para los Cadillac de General Motors. La obra a cargo de Matthai IIDA propuso liberar parte del área central del taller para exhibición de autos con una construcción “transformada y revitalizada respetando su arquitectura original”. En los últimos 15 años, la vida del edificio en Pedregal 24 ha estado lleno de contrastes. En 2010, una vez lapidada la torre de Koolhaas, inició el contraataque de Danhos con un proyecto de 25 pisos y 15 niveles de estacionamiento diseñado por Teodoro González de León. Ante la polémica, el octogenario arquitecto afirmó que “tampoco se va detener un edificio por una estación de servicio, por favor, es ridículo. Era un bonito edificio, sí, pero ya”. Según los comunicados de la empresa, se decidió conservar la parte más representativa del edificio (de forma voluntaria) con el compromiso de reconstruirlo fielmente y anexarlo al proyecto de la torre como zona comercial.
“Este inmueble intentó ser declarado monumento artístico por el Instituto Nacional de Bellas Artes, intento que fue derrotado en tribunales por los propietarios mediante los juicios de amparo 1047/2007 y 48/2009″, indica un fragmento del dictamen. “Sin embargo, de manera voluntaria Pedregal Hispamex, S.A. de C.V. decidió conservar y restaurar la parte más importante del Súper Servicio Lomas (320.24 metros cuadrados que serán museo) e integrarlo al nuevo proyecto, con lo cual se creará el primer ejemplo privado de restauración de un edificio del movimiento moderno de arquitectura mexicana como parte del nuevo desarrollo”.
Con 120 millones de dólares de inversión y un amparo en la mano, así nació “El Dorito”. Hace cinco años que se alertó sobre el desorden urbano provocado por un edificio que atraería 7 mil personas diarias, con capacidad para 2 mil 83 lugares de estacionamiento y sólo cuatro estrechos accesos a la misma calle de Pedregal. Los 60 mil metros cuadrados de construcción de la bautizada Torre Virreyes –que ya presume ser de las más caras de la ciudad, entre 35 y 48 dólares por metro cuadrado– comienza a mostrar la repercusión a las colonias próximas. Los vecinos han comenzado a cerrar sus calles: “sólo tránsito local”, ante los nuevos integrantes del barrio. Hecho que de por sí resulta difícil de entender/permitir al impedir el libre tránsito por las mismas. De cualquier forma, son medidas de actuación y respuesta informal ante la permisividad y falta de autoridad local pues la torre privada contó con el visto bueno de las Secretarías de Desarrollo Urbano y Vivienda, así como de Transportes y Vialidad, y por la Delegación Miguel Hidalgo, el Sistema de Aguas y la Coordinación de la Autoridad del Espacio Público.
Además de la instalación de un supuesto museo de sitio rodeado de locales comerciales en honor a Vladimir Kaspé (léase museo de sitio: primero en su tipo como homenaje cultural y artístico a un arquitecto en México cuya obra ha sido demolida in situ), el proyecto prometió obras de mitigación y equipamiento urbano en “beneficio del espacio público” como pavimentación adecuada, iluminación, mobiliario, señalización, biciestacionamientos, saneamiento y poda del borde norponiente del Bosque de Chapultepec, así como alternativas de movilidad que se vinculen con el Parque Lineal Ferrocarril de Cuernavaca, entre otros”. Hay que decirlo, algunos de éstos “remozamientos” ya fueron realizados en el remanente de bosque entre Periférico y Pedregal.
Similar a otros debates de transformación urbana, cambios de normativa y uso de suelo en la ciudad, este “recuento de daños” no busca satanizar a los desarrolladores sino recuperar la memoria –no muy lejana– de procesos antes vistos para entonces enfatizar la importancia de los ciclos de vida de los edificios, el desplazamiento de la ciudad (actores más actores menos) y los resquicios políticos para negociar la ciudad. Al releer las notas de la polémica torre (“Retoman colonos batalla por torre”, “Arrecia disputa legal por torre de Lomas”, “Buscan proteger edificio en Pedregal 24”, “Retoman lucha contra edificio”, “Mueve a vecinos torre de Lomas”, “Se unen contra torre en Pedregal 24”, “Madrugan a vecinos con torre en Lomas”, por cita algunas), adquiere mayor resonancia al #Asíno ante el “Corredor Cultural Chapultepec”. Recupero estos tres extractos de columnas publicadas en Reforma (enero de 2011) que pudieran trasladarse a cualquier debate urbano actual. Más allá del Super Servicio que se demolió, la creatividad por atajar a la autoridad o la simulación de una restauración, ¿qué lectura damos a la abstracción de un dorito para la ciudad? ¿qué hemos aprendido en favor de la ciudad?
Males públicos | Denise Dresser
¿De qué lado está parado Marcelo Ebrard? ¿Del lado de la ley o de su aplicación selectiva? ¿Del lado de desarrolladores codiciosos o de ciudadanos comunes y corrientes? ¿Del lado de ganancias multimillonarias para algunos o mejoras urbanas con beneficios para muchos? ¿Del lado de la planeación adecuada o la improvisación dañina? ¿Del lado de una ciudad que provee bienes públicos para sus habitantes o de una ciudad que permite su privatización?
Allí, en un punto nodal de la ciudad, cerca del cruce de Paseo de la Reforma y Periférico está un microcosmos de opacidad y arbitrariedad, colusión y corrupción, autoridades doblegadas y autoridades cómplices. Desarrolladores que obtienen un amparo para violar la ley, cuando los demás residentes de la zona se ven obligados a respetarla. Autoridades que se declaran impotentes ante la construcción de un edificio que viola muchas normas de impacto vial y ambiental. Hechos consumados –como la demolición de un edificio de Vladimir Kaspé aprovechando las vacaciones– que constituyen una burla a los vecinos, una afrenta a la ciudadanía, una violación a las normas generales del buen desarrollo urbano.
Esto es lo que ocurre cuando un gobierno es incapaz de hacer valer normas generales para todos. Cuando el negocio de un multimillonario contratista se impone sobre el derecho de los vecinos. Cuando no hay reglas claras ni sanciones para quienes las ignoren. Cuando la autoridad cede y concede, negocia la ley y deja que cualquiera –un ambulante, un franelero, el Grupo Danhos– la interprete a su libre albedrío. Se crea un escenario donde todos hacen lo que les da la gana: se apropian de una calle o construyen un edificio que va en contra de la normatividad prevaleciente o toman a punta de pistola lo que quieren. La ciudad y el país se vuelven un entorno hobbesiano donde gana la voluntad del más fuerte, del más corrupto, del que más contactos tiene dentro del gobierno, del que más maletines llenos de dinero puede proveer.
Utilidad y perjuicio | Alejandro Hernández
No estoy seguro de que los edificios deban ganarse su futuro por decreto. Los valores artísticos e incluso los históricos son, como todos los valores -pese a lo que las abuelitas conservadores y los curas intolerantes digan-, relativos. Son -de nuevo, como todos– valoraciones, fluctuantes, más que valores –algo por siempre fijo e inalterable. ¿Pero es el consenso mayoritario lo que debe determinar el valor y, por tanto, la calidad patrimonial de un inmueble?… Si no hay obligación legal de mantener un edificio que ningún reglamento protege, ¿para qué la farsa de los inversionistas de anunciar que el edificio será conservado parcialmente? Supongo que para tratar de evitar darles otros argumentos a vecinos opuestos a la obra y que, probablemente, jamás habían puesto demasiada atención en el edificio de Kaspé. En este caso lo peor no sea tal vez la pérdida parcial del edificio, sino la pérdida total del gusto.
Amparado para dañar | Carlos Elizondo
La autoridad debe cumplir la ley, pero debe, a la par, defender el interés general, algo que en toda la sentencia no se menciona ni una vez. Un amparo sirve para evitar estar sujetos a la ley. Si todos tuvieran un amparo similar, la ciudad sería un caos peor que el actual. Cada quien construiría a su libre albedrío. Pero el amparo sólo protege al quejoso. Al resto nos toca la ley. Esto hace posible el negocio de hacer una torre de 25 pisos. Si otros, amparo en mano, lo hubieran hecho antes o lo pudieran hacer en el futuro, esta nueva torre no tendría como vecinos casas o edificios pequeños que no le quitan luz ni bloquean el paso, sino otras torres que ya habrían paralizado la zona. El edificio de Kaspé ya no existe. Ahora hay una hermosa vista del bosque de Chapultepec, la cual se apropiarán muy pronto con su torre.
Una democracia requiere ciudadanos intolerantes ante un acto arbitrario como éste. Aceptar la torre es permitir una piedra más en el deterioro urbano y dejar una prueba del abuso, y muchas veces corrupción, de las que está plagada la ciudad donde emergen edificios fuera de norma por todos lados. Las ciudades que admiramos no permitirían un edificio así cerca de un parque como Chapultepec y sin salidas claras a los vehículos que atraerán. No se trata de oponerse a todo. La Supervía Poniente, las líneas de Metrobús, el segundo piso del Periférico, que pasará, aunque subterráneo, a unos metros de la susodicha torre, son justificados por los beneficios a un público amplio, aunque pueden tener costos altos para un grupo pequeño. Pero en este caso no es un bien público lo que se va a construir. Es una obra privada, de beneficio privado y que daña a terceros, no es parte de un plan urbano local y viola los reglamentos generales de la zona.
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En 1951, Kaspé publicó 'El paseo de un arquitecto' con la finalidad de “dar a conocer algunas obras arquitectónicas de [...]