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24 abril, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

El 20 de abril de 1945 Hitler cumplía 56 años. Lo celebró acompañado, entre otros, por Joseph Goebbels, Hermann Góring, Heinrich Himmler, Eva Braun, por supuesto, y Albert Speer, ministro de armamento y su arquitecto de cabecera. James Wilson escribe que Berthold Konrad Hermann Albert Speer nació en Mannheim el 19 de marzo de 1905, que su padre también se llamaba Albert y también era arquitecto y que presionó a su hijo par que en vez de estudiar matemáticas siguiera con la tradición familiar; que estudió en Munich y en Berlín y tras salir de la escuela, en 1927, trabajó como profesor asistente de Heinrich Tessenow hasta 1930, año en que algunos de sus estudiantes lo invitaron a una reunión política donde escuchó hablar a Hitler por primera vez. Tal fue su impresión que al poco tiempo se afilió al partido Nazi. En 1933, poco después del ascenso al poder de los nazis, Goebbels le encargó a Speer la renovación del edificio del Ministerio de Propaganda. Ese mismo año se encontró por primera vez con Hitler. Cuando el arquitecto Paul Ludwig Troost, favorito de Hitler, murió en enero de 1934, Speer se hizo cargo de los más grandes proyectos del Reich, como el Deutsches Stadion en Nuremberg,

Paul Virilio interpreta la coincidencia del doble encargo, primero a Leni Riefenstahl para filmar El triunfo de la Voluntad, y al mismo tiempo a Speer para diseñar el escenario “real” —las comillas son de Virilio— del congreso del Partido Nazi en Nuremberg, como muestra de la cercanía del cine y la arquitectura como espectáculo y propaganda. Eso mismo ya lo había intuido antes Walter Benjamin. De remodelar el Ministerio de Propaganda Speer pasó a construir, con ciento cincuenta reflectores antiaereos apuntando sus rayos hacia el cielo cual columnas monumentales aunque efímeras, tan inmateriales como infinitas, una arquitectura concebida como puro espectáculo y propaganda. En una entrevista que Bernhard Leitner le hizo a Speer el 21 de julio de 1978, le preguntó: “¿Los elementos de diseño que usó en Nuremberg: hubo un contraste deliberado entre la monumentalidad de las estructuras de piedra y la naturaleza efímera de las banderas…?” Speer responde: “Es algo que aprendí de la iglesia Católica.” Propaganda fide. Las banderas, la luz de los reflectores y los cuerpos mismos de los soldados en formación fueron usados, según el mismo Speer, para “intensificar la arquitectura.”

La intensidad de la arquitectura era lo único que hacía falta. En la misma entrevista Speer cuenta que, ya como arquitecto del Reich, le encargaba a otros arquitectos diseñar fachadas exuberantes, ricas. ¿Fachadas exuberantes?, pregunta Leitner, fachadas exuberantes —responde Speer—, el encargo era simplemente ese: diseñen fachadas exuberantes. No había más contenido que la superficie misma de la arquitectura: su imagen.

Como muchos otros, Alfred Mierzejewski se pregunta si la imagen de “héroe trágico”, del “tecnócrata manipulado para fines perversos por un dictador asesino” es cierta o fue una cínica ficción que Speer supo construir sobre su propia historia: una fachada más. En una entrevista para el Journal of Architectural Education hecha el 17 de julio de 1981, unos meses antes de su muerte el primero de septiembre, en la que James M. Mayo y Dennis E. Domer interrogan a Speer sobre el papel que pudo jugar su educación en las decisiones que tomó, le preguntan acerca de la enseñanza de la arquitectura, técnica y no-política: “¿Desde su punto de vista, es típico o atípico que los estudiantes sean ciegos a los resultados [políticos] de sus actos?”  Típico, responde Speer, quien también le había dicho a Leitner que, en los años del nazismo, “los arquitectos eran muy inseguros y, por supuesto, siempre deseosos de complacer.”

Speer vio por última vez a Hitler, en su bunker de Berlín, el 24 de abril de 1945. En sus memorias Speer cuenta que, al despedirse, Hitler le dijo —”con unas palabras tan frías como la mano que me tendió”— “Entonces, ¿se marcha? Bien. Adiós. Ni un saludo a mi familia —sigue Speer—, ni buenos deseos, ni gracias, nada. Por un momento perdí el control y le dije que pensaba volver. Pero él pudo advertir que se trataba de una mentira piadosa y se volvió hacia el otro lado. Ya me había despedido.” El 30 de abril Hitler y Eva Braun se suicidaron. A Speer lo juzgarían en Nuremberg y fue sentenciado  en 1946 a 20 años de prisión.

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