¿Monumentalismo vs. Modernidad? (IV)
La construcción del monolito en el contexto de los regímenes totalitarios de los años 1930 La discusión moderna A partir [...]
7 junio, 2015
por Jorge Cárdenas | Twitter: JorgeCardenasDM
Un problema de representación
Durante la década de 1930 –y a raíz de las convulsiones políticas europeas– la experimentación propia de la modernidad sufriría una transformación inevitable. Los regímenes políticos alineados con ideologías totalitarias –fascismo, nazismo, estalinismo– ejercieron un bloqueo sobre el avance progresista que las escuelas de vanguardia habían desarrollado en los años previos. Un empeño por generar una expresión monumental propia determinaría una visión específica para cada sistema. Ante la constitución de cada uno de los monolitos totalitarios, se acentuaría una gran crisis para la arquitectura moderna.
En medio de esta coyuntura, dos razones agitaron el desarrollo de la nueva arquitectura: la aparente desconexión de las formas abstractas y las necesidades de representación ideológica. En términos generales, podemos hablar de un periodo en que los regímenes convienen una -heterogénea- idea de representación que se apoyaba en la recuperación de un historicismo vistoso. Para este escrito “modernidad” y “totalitarismo” es una antítesis. Pero el interés por recuperar normas estéticas superadas es relevante como punto de inflexión en la conformación de una expresión monumental moderna. Digamos, una evolución que va de los sueños vanguardistas (limitados a la representación gráfica) y culmina en el monumentalismo realista (llevado a la práctica).
A comienzos del siglo pasado, la visión de la Nueva Tradición se configura en los Estados Unidos de Norteamérica como un “estilo historicista conscientemente modernizado”1. Es decir, la arquitectura da solución a las funciones modernas a partir de una lógica programática –estaciones de trenes, bibliotecas, edificios de oficias, etc.– pero todavía se resuelve el exterior de los edificios como envolturas inspiradas por principios estéticos extraídos de la historia de la arquitectura. Nueva York es el paradigma en este sentido, de ello ya ha dado cuenta Rem Koolhaas en Delirious New York.
La metamorfosis de los años treinta es significativa porque acentúa la ejecución de un asunto meramente especulativo desarrollado durante una primera fase de la modernidad. La explotación política de lo monumental no se concreta en el contexto moderno sino hasta la llegada al poder de los regímenes totalitarios. Y surge por la exigencia de construir una imagen representativa, cosa que –por su misma abstracción– la arquitectura moderna2 no requería ni buscaba inicialmente.
La situación europea tuvo episodios puntuales en la búsqueda de lo monumental durante esta faceta que identificamos como instrumentalizada. Por ejemplo, entrada la primavera del año 1937 se inauguró en los alrededores del Campo Marte y la Torre Eiffel la Exposition Internationale des Arts et des Techniques appliqués à la vie moderne. La exhibición, cuyo objetivo era demostrar que la tecnología y el arte no eran entidades opuestas, dejó una postal que sintetizaba el enfrentamiento ideológico más relevante de la primera mitad del siglo XX. En las inmediaciones de la Plaza del Trocadero, dos pabellones –el de la Rusia Soviética y el de la Alemania Nazi– se encuentran cara a cara. De un lado de la imagen, un elevado y esbelto volumen es coronado por un águila de bronce que sostiene en sus garras el símbolo del partido nacionalsocialista. Del otro lado, un cuerpo de menor altura –no menos figurativo– es rematado por unas esculturas de un hombre y una mujer que en las manos sostienen la hoz y el martillo.
Los pabellones, tintados más por un pétreo estilismo Art Decó que proyectados como verdaderos espacios modernos, comparten cualidades formales extraídas de una rancia tradición trasnochada: escalinatas, simetrías, simbolismo y jerarquías. Elementos que conformaban no sólo la idea del pabellón, sino de la arquitectura acogida por el régimen en turno. Una herramienta de propaganda o un mensaje que -en oposición a la lógica moderna- era capaz de agradar a las cúpulas del poder. Muy lejos quedaban las puntuales experimentaciones de Melnikov o Le Corbusier del año 1925 en la misma ciudad.
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1 FRAMPTON, K.; “La Arquitectura y el Estado: ideología y representación, 1914-1943”. En Historia crítica de la arquitectura moderna, Gustavo Gili, Barcelona, 1993, p. 212.
2 En su discurso sobre la Nueva Monumentalidad, el historiador Sigfried Giedion expone los tres puntos de interés que siguió la modernidad hasta encontrarse con el asunto de lo monumental: La célula básica, la ciudad y finalmente la conquista de la expresión monumental. Ver GIEDION, S.; Architecture You and Me: The diary of a development, Harvard University Press, Cambridge, 1958.
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