Tras varios meses de trabajos, con retrasos y las respectivas quejas de los vecinos afectados, este fin de semana se inaugura oficialmente la remodelación de Avenida Presidente Masaryk. El proyecto original, fue propuesto por el despacho de Bernardo Gómez Pimienta (miembro del consejo de Arquine) a algunos comerciantes de esa avenida, y luego apoyado por el delegado en aquél momento, Victor Hugo Romo, y por distintas agencias del Gobierno del Distrito Federal, en particular la Autoridad del Espacio Público y el mismo Jefe de Gobierno. Se planteaba, entre otras obras, renovar las banquetas sustituyéndolas por unas, más amplias, pavimentadas en granito.

Entre los problemas que surgieron durante la construcción, se recibieron quejas respecto a la altura y material de los bolardos que marcaban el límite entre las zonas peatonales de la banqueta y la calle. Hechos también de granito y con forma piramidal, su tamaño y color los hacían difíciles de ver y peligrosos para automovilistas y peatones con debilidad visual. A pocas horas de inaugurar y ante la posibilidad de colocar nuevos bolardos también de granito pero más altos, la Autoridad del Espacio Público, encabezada por Dhyana Quintanar, tomó la decisión, tardía y apresurada, de cambiarlos existentes por otros que, por obvias razones, no parecen cumplir ni con normas internacionales de seguridad —su colocación, superficial, puede resultar en que el menor golpe de un auto los doble o derribe— ni con las de un diseño que desde hace meses habían presumido para hoy, con lo que parecen ser decisiones improvisadas, ignorarlo.

Todo este asunto vuelve a poner sobre la mesa la necesaria discusión sobre los modos en que la obra pública se planea (o no), asigna, construye y, finalmente, se entrega y la urgencia de políticas urbanas claras y transparentes en esta ciudad y otras del país.