Los dibujos de Paul Rudolph
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10 agosto, 2014
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
Las Pozas de Xilitla son un encuentro delirante entre la flora exhuberante y las construcciones surrealistas en tercera dimensión. Ubicado en las montañas selváticas de San Luís Potosí, Xilitla alberga, bajo una pared natural de más de cien metros de altura a pocos kilómetros del pueblo, los manantiales, las cascadas y las pozas que alimentan la frondosidad y la riqueza natural que cautivó a Edward James. En 1945, acompañado de su fiel amigo Plutarco Gastélum, James descubrió en una zona de cascadas, pájaros, mariposas, libélulas y orquideas, este remoto pueblo de origen prehispánico. Allí decidió construir el “jardín del Edén” surrealista. Con la ayuda de Plutarco y la mano de obra local huasteca y otomí, James esculpió la selva, iluminó el bosque y construyó escaleras hacia el cielo.
Heredero de una doble fortuna y criado en el lujo de la alta aristocracia británica, James fue un derrochador estridente y caprichoso. Fue mecenas cercano de Salvador Dalí –a quien sugirió el teléfono-langosta–, de René Magritte –para quien posó en varios de sus cuadros más famosos– y de Leonora Carrington, entre otros. Después de pasar por la selecta escuela de Eaton en su niñez y posteriormente por Oxford –sin terminar sus estudios-, escribió poesia y novela, y se fue tras los pasos de una bailarina exótica vienesa con quien se casó y divorció de inmediato. James recorrió el mundo en busca del entorno efervescente que le permitiera disfrutar del éxtasis de los sentidos y el despilfarro. Vivió en el Waldorf Astoria de Nueva York, en una comunidad de artistas en Taos, Nuevo México, en Hollywood, y disfrutó de la amistad con Man Ray, Igor Stravisnsky o Isamu Noguchi, entre muchos otros. Pero fue en México donde el cocktail arrebatado de surrealismo y excentricidad tomó forma, y en Las Pozas llevó a cabo su obra sinfónica y fantástica. Ahí, construcciones orgánicas de concreto, dialogan y se mimetizan con las exhuberante naturaleza, conformando escenarios de ruina, edificios excéntricos que remiten a las cárceles ficticias de Gian Battista Piranesi, a los jardines de Bomarzo o a los restos mayas de Yaxchilán.
A Edward James le gustaba citar la máxima de Séneca: “el arte es largo y la vida es corta, pero puedes hacer que parezca más larga, si sabes cómo usarla”. Él creía saber como usarla y amó la belleza en todas sus modalidades, despilfarrando tiempo y fortuna, hasta que se concentró en la construcción de su mundo fantástico en las Pozas. Si bien su homosexualidad nunca dejó de ser conflicto, se enamoró de un oficinista de telégrafos en Cuernavaca: el apuesto y varonil Plutarco Gastélum, a quien sedujo en la búsqueda de las orquideas salvajes de Xilitla. Edward James compró (a nombre de Plutarco, ya que como extranjero no podía tener propiedades en México) una extensión de treinta hectáreas de bosque semitropical, donde llevó a cabo más de doscientas construcciones entre las que destacan la “casa de los peristilos” la “casa de las plantas” y el “homenaje a Max Ernst”. Años después Plutarco se casó con una joven local y junto con los hijos que tuvieron, se convirtieron en la familia mexicana del “tio” inglés.
Como menciona su biógrafa Margaret Hooks, James creó “mucha magia en esta improbable relación entre cemento, la más urbana de las sustancias, yuxtapuesta a la más exhuberante de la naturaleza, la jungla.” Amante de lo exótico, de las aves y las serpientes, de lo arbitrario y lo genial, James dedicó buena parte de su vida a la construcción de este alucinante jardín. Ahora, estas estructuras dañadas por el tiempo, están siendo restauradas imperceptiblemente con el apoyo de la Fundación Pedro y Elena Hernández bajo la supervisión del arquitecto Mateo Holmes, para enfrentarse no sólo a los embates de la naturaleza sino a los del turismo, que cada vez es mayor.
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